viernes, 23 de julio de 2021


 

RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN

 


 

Juancito caminador

Todos bailan (Los poemas de Juancito Caminador)

 

 


Traigo la palabra y el sueño, la realidad y el juego de lo inconsciente,

lo cual quiere decir que yo trabajo con toda la realidad

y si hay alguna persona que quiere saber lo que me ha ocurrido

ya se puede ir enterando.

Vamos a girar, por ejemplo, alrededor de La Rioja

y de esos rostros y esos paisajes que giraron a mi alrededor

hace algunos años

y que hoy se prolongan en la muerte de tantas fotografías perdidas.

Me había ocurrido el nacer y el vagabundear adolescente

—cuando era chico miraba llover y me gustaban los agrios dulces

—cuando era adolescente me gustaban la cocaína y Victor Hugo

y cuando de pronto me vi corriendo delante de la muerte

—estaba trémulo, solo en la soledad de los Llanos—

la vida me pareció tremendamente deliciosa y tremendamente,

verdaderamente peligrosa.

Me dijeron: ‘’Octavio Portela se murió’’

y entonces pensé: ¿Es que uno puede morirse?

Infiel no fui con el amigo querido.

Juro que le rendí el mejor de los homenajes.

Cuando el murió yo sentí un gusto inmenso de la vida y dije:

—Voy a vivir también por lo que le quedaba de vivir.

Nunca conocí el arrepentimiento feroz aunque no quise verlo muerto.

Me parecía imposible que alguien se muriera mientras yo, ah,

mientras Juancito Caminador amaba las muchachas del verano,

los vinos ácidos, los versos de Rimbaud,

las bombas, las orejas de las mujeres tuberculosas, los expresos

y los ventiladores enloquecidos en los ángulos de las amuebladas.

Recuerdo que él estaba asomado a una ventana del Hospital

y en el fondo velaban a la chica muerta del día

y él decía: “Qué olor tienen los caballos placeros’’

y el florero estaba vacío sobre la pila de libros vacíos

porque ya habíamos releído los libros y estábamos llenos de las ideas

de los libros.

Yo tenía nostalgia de cosas que iban a sucederme y pensaba:

¿Qué estará haciendo ahora la Reina de Rumania?

¡Después la conocí saliendo de un hotel de lujo

En el corazón rencoroso de Europa!

Y después anduve sobre los aeroplanos

y me metí en estaciones absurdas, escondidas,

con vagos aromas de aserraderos y destilerías.

Me gustaba contar: ‘’ El día 14 de febrero el señor (aquí un nombre)

penetró a la casa señalada con el número 1—7—7—4

y fue ladrado por un perro sin cabeza’’.

La primera vez que robé un libro, esa otra en que fui preso

por dormir en un hotel de vagos y ladrones

o simplemente, la vez que enamoré a la hija de un guardabarrera,

¡una hija de la distancia, del camino, del horizonte desconocido!

Solía frecuentar las obras en construcción, borracho, y recuerdo que una vez

Arturo Santillán me dijo: ‘’ Por pasar por abajo nos vamos a quedar solteros’’.

Y yo tenía dos queridas y una cajetilla de marfil llena de opio.

¡Todos los relojes enloquecieron de pronto!

¡Todas las marionetas lloraron en los organitos!

¡Todos los almanaques rodaron degollados sobre las mesas de las oficinas!

¡Todos los miembros de la Liga de las Naciones fallecieron de pulmonía!

Y mi corazón continúa alegre y violento como el corazón alborotado de un mundo nuevo.

 

 

JOSEFINA DE LA TORRE

 

  

 

Llevabas

 

 

 

Llevabas  

en los pies arena blanca  

de una playa desconocida.  

Por eso  

cuando a mí llegaste  

no sentí tus pisadas.  

Llevabas  

en la voz desnuda  

un compás de espera.  

Por eso  

cuando me hablaste  

no pude medir tu voz.  

Llevabas  

en las manos abiertas  

espuma blanca de aquel mar.  

Por eso  

de tu bienvenida  

no pude conservar la huella.  

Todo tú  

venías en mi busca  

y no pude reconocerte.  

¡Arena blanca, compás de espera, espuma blanca!  

¡Inquieto sueño de la verde orilla,  

rizado de preguntas...!

 

 

MIGUEL TEURBE TOLÓN

 

 


 

A mi madre

 

que me llama a Cuba con motivo de la Amnistía
dada por la Reina de España en abril de 1854

 

 

I

 

“Ven otra vez a mis brazos...”

me dices con tierno anhelo:

“Dale a mi alma este consuelo,

¡que la tengo hecha pedazos!

 

Muévante las ansias mías,

mi gemir y mi llorar,

y consuelo venme a dar,

hijo, en mis últimos días;

 

porque es terrible aflicción

pensar que en mi hora postrera

no pueda verte siquiera

¡y echarte mi bendición!”

 

—¡Ay triste! y con qué agonía,

y con qué dolor tan hondo,

a tu súplica respondo

que no puedo, ¡madre mía!

 

Que no puedo, que no quiero,

porque, entre deber y amor,

me enseñaste que el honor

ha de ser siempre primero;

 

y yo sé que mal cayera

tu bendición sobre mí

si al decirte “Veme aquí”

sin honor te lo dijera.

 

 

II

 

Pisar mi cubano suelo,

y oír susurrar sus brisas

que son ecos de las risas

de los ángeles del cielo;

 

al redor de la ciudad

ver los grupos de palmares

cual falanges militares

de la patria Libertad,

 

ver desde la loma el río,

sierpe de plata en el valle,

y entrar por la alegre calle

donde estaba el hogar mío;

 

pasar el umbral, y luego...

no encuentro frase que cuadre...

echarme en tus brazos, madre,

¡loco de placer y ciego!

 

Volver a tus brazos... ¡ay!

para pintar gozo tanto

¡ni pincel, ni arpa, ni canto,

ni nada pienso que hay!

 

Porque hasta en mis sueños siento

tan inmenso ese placer

que al fin me llega a poner

el corazón en tormento;

 

y si expresárselo a ti

fuerza fuera, madre mía,

solamente Dios podría

decir lo que pasa en mí.

 

 

III

 

Pero, ¡ay madre! que apenas

oiga tu voz que bendice

oiré otra voz que maldice

¡la voz de Cuba en cadenas!

 

Dolorosa voz de trueno

que gritará sin cesar:

“¡Cobarde, ven a brindar

con la sangre de mi seno!”

 

Y al ir a estrechar la mano

el hombre que en otro día

me respetaba y oía

como patriota y hermano,

 

sentiré aquel tacto frío

de la suya, que me dice

que su corazón maldice

la debilidad del mío;

 

y cualquier dedo, el más vil,

contra mi alzarse podrá

y con razón me dirá:

“¡Bienvenido a tu redil!”

 

Al verme en vergüenza tanta,

pobre apóstata cubano,

querrá el soberbio tirano

que vaya a besar su planta;

 

¿qué le responderé

cuando insolente me llame?

Menester será que exclame

“¡Pequé, mi señor, pequé!”

 

Y dirá el vulgo grosero,

con carcajada insultante,

al pasar yo por delante:

“¡Ahí va un ex-filibustero!”

 

Y habré de bajar la frente

sin poderle replicar,

porque tendré que tragar

su sarcasmo humildemente.

 

Esto no lo quieres, no:

lo sé bien, no lo querrías,

y tú misma me odiarías

a ser tan menguado yo.

 

Mas pronto lucirá el sol

de mi Cuba, independiente,

hundiéndose oscuramente

el despotismo español;

 

y apenas raye ese día

con amor y honor iré;

y “¡Aquí estoy ya!”, te diré;

“¡Bendíceme, madre mía!”

 

ITZA TORRES

 


 

Le temo a lo enemigo.

 

 

Todo lo que es enemigo

para mi, lo llevas marcado.

Tatuajes, el humo en tus

pulmones, mujeriego,

pandillero. Y tu nombre se

ah marcado en mi corazón,

y tu corazón en mi ser.

 

AGUSTÍN AGUILAR TAGLE

 

 

 

El pensamiento complejo de una alcachofa

 


Los elefantes y las libélulas

respiran el mismo aire

–dice con donaire María

la de los tres mares.

 

Vuelan los elefantes sin que se note,

a ras del suelo (levitan), esperan que brote

la flor del cacahuate

del que habló alguna vez su abuelo,

el mamut,

antes de hacer su debut

como galleta de chocolate.

 

Y no falta, digo yo, el rinoceronte

con delirios de colibrí.

Por eso ya entendí aquello de pensar

que el acantilado siempre ha de soñar

que es vivo reflejo de un monte.

 

Tú y yo somos uno mismo, dijo Timbiriche,

que fue decir desde el abismo

lo que la Morsa cantó mejor

(tan claro como el sefardí

que locos ahora nos trae

a María y a mí).

 

Porque el pensamiento de una alcachofa

no es la estrofa de un soneto,

sino el libreto de puertas abiertas

que dan al mar tres veces aeropuerto.

 

 

 

ELVIO ROMERO

 

 


 

Por qué

 

 

Por qué no habremos de querer nosotros

Lo que nunca quisimos; por ejemplo, una casa

Sobre el remanso de un río,

Con camalotes en sus costados,

Con sus ventanas en regocijo.

 

Por qué no habremos de escuchar nosotros

Lo que la noche escucha; por ejemplo, una sombra

Que nos sirva de abrigo,

Que allí muera misteriosamente

Asumiendo el color de sus dominios.

 

Por qué no habremos de pisar nosotros

Lo que jamás pisamos; por ejemplo, un sendero

Con olorosos racimos,

Con una hoguera que allí se encienda,

Con grandes lluvias que nunca vimos.

 

Por qué no habremos de sonar nosotros

Con un eco que suene; por ejemplo, un murmullo

Que tiemble en el sonido,

El que responda a las preguntas

Que junto al fuego recogimos.

 

Y por qué no buscar siempre

Lo que es parada en un camino,

Lo que hay de otoño en un verano,

Lo que hay de ardiente en lo más frío,

Lo que es sonrojo en unos labios,

Lo que es recuerdo en el olvido,

Lo que es pregunta en la respuesta,

Lo que es jadeo en un suspiro,

Lo que es vital de esa alegría,

De esa tristeza en que vivimos.