lunes, 21 de octubre de 2019


STÉPHANE MALLARMÉ





Canto del bautista



El sol que su detención
Sobrenatural exalta
Vuelve a caer prontamente
               Incandescente

Siento como si en las vértebras
Tinieblas se desplegasen
Todas estremecimiento
                En un momento

Y mi cabeza surgida
Solitaria vigilante
Al triunfal vuelo veloz
               De esta hoz

Como ruptura sincera
Bien pronto rechaza o zanja
Con el cuerpo inarmonías
                De otros días

Pues embriagada de ayunos
Ella se obstina en seguir
En brusco salto lanzada
               Su pura mirada

Allá arriba donde eterna
La frialdad no soporta
Que la aventajéis ligeros
               Oh ventisqueros

Pero según un bautismo
Alumbrado por el mismo
Principio que me comprende
               Una salvación pende.


Version de Rosa Chacel


LÉOPOLD SÉDAR SENGHOR





Nieve sobre París



Señor, visitaste París el día de tu nacimiento
Porque se había hecho mezquino y malvado
Lo purificaste con el frío incorruptible
De la muerte blanca.
Esta mañana, hasta las chimeneas de las fábricas que
cantan al unísono
Enarbolan sábanas blancas
—"¡Paz a los Hombres de buena voluntad!"
Señor, ofreciste la nieve de tu Paz
al mundo divido, a la Europa divida
A la España desgarrada
Y el rebelde judío y católico disparó sus mil cuatro cientos
cañones contra las montañas de tu Paz.
Señor, acepté tu albo frío que quema más que
la sal.
Heme con el corazón fundido como nieve bajo el sol.
Olvido
Las manos blancas que disparan los fusiles,
que derrumban los imperios
Las manos que flagelaron a los esclavos, que te flagelaron
Las manos blancas empolvadas que te abofetearon, las
manos
pintadas y manchadas de pólvora que me han abofeteado
Las manos seguras que me han condenado a la soledad, al
odio
Las manos blancas que derriban el bosque de palmeras
que poblaban el África, el centro del África
Erectos y recios, los Saras bellos como los primeros hombres
que salieron de tus manos morenas.
Ellas derribaron la selva negra para hacer los durmientes
de los ferrocarriles
Ellas derribaron los bosques del África para salvar la
civilización porque hacía falta materia prima humana.

Señor, yo no dominaré mi odio, lo sé,
a causa de los diplomáticos que enseñan sus largos
caninos
Y que mañana comerciarán con carne negra.
Mi corazón, señor, se funde como la nieve sobre los techos
de París
Al sol de tu dulzura.
Que es suave para mis enemigos, y mis hermanos de manos
blancas sin nieve
Pues sus manos son de rocío, en la noche, sobre
mis mejillas ardientes.


JORGE ENRIQUE ADOUM





Mestizaje



Quién conoce a su padre, quién
le ha visto fatigarse el riñón
o palpó por el revés la piel
entre el viento y el alma. ¿Las viudas,
tinajas aburridas, las fértiles descuidadas
por asalto?
Yo sé que fui una mancha
de la noche en un cuerpo, la no lavada
la que no preguntó por mí. ¿Cómo pregunto:
Pasajeros de apuro, cuál de ustedes
me llenó de odio desde el útero, como
desde una pieza de hotel para parejas,
quién alisó la funda de violencia
donde gritó mi madre (oigo en mi hueso,
el grito, más bien un eco de su hueso),
puede ella reconocer la barba, probar
—el regimiento en formación— la lengua
con la lengua y decir: Éste fue el hombre?
¿Tuvo una palabra de varón, rota
en sílabas por el beso, o sólo pelo
y líquido? ¿Y el resto, es mío el resto
de vivir cada día todo el día, toda
la oscuridad de la frente y el comienzo?

Ahora bien: existo de repente, recién
inaugurado. Y no hay cedazos en la sangre,
no hay visitante que la conserve sola,
el nombre a veces: oh apellido del vientre,
estirpe que averigua quién mismo es, qué
diablos quiere, para juntar como aguas
de memorias, y el rencor que resulta
entre las dos costillas.
(Pero es grave
lo demás: ser porque sí, ilícito, de urgencia,
este empezar con un soldado y acabar
con un soldado, como un cuento de guerra.)


De: "Las ocupaciones nocturnas", en Los cuadernos de la tierra.



PIER PAOLO PASOLINI





Reaparición poética de Roma



Dios, qué significa ese sudario silencioso
que ondula sobre el horizonte…
ese ventisquero de moho —rosa
de sangre aquí— desde las faldas de los montes
hasta las ciegas encrespaduras del mar…
aquella cabalgata de llamas sepultadas
en la niebla, que hace confundir el llano
que va de Vetralla a Circeo con un pantano
africano que exhala un anaranjado
mortal… Es velamen de bostezantes y sucias
brumas enroscadas en pálidas
venas, incendiadas líneas,
ganglios en llamas: allá donde los valles
del Apenino, entre diques de cielo,
desembocan en el Agro vaporoso
y en el mar: pero —casi arcas o espigas
en el mar, en el negro mar granuloso—
la Cerdeña o la Cataluña
ardiendo por siglos en un grandioso
incendio sobre el agua que las sueña
más que reflejarlas, resbalando,
parece que acabaron por lanzar toda
su madera aún ardiente, toda cándida
brasa de ciudad o cabaña devorada
por el fuego, hasta palidecer en estas landas
de nubes sobre el Lazio.
Pero ya todo es humo, y os asombraríais
si, dentro de los escombros del incendio,
oyéranse reclamos de frescos
niños desde los establos o magníficos
tañidos de campana retumbando de hacienda
en hacienda, por los abruptos atajos
desolados que se vislumbran desde la calle
Salaria —como suspendida en el cielo—
a lo largo de ese fuego melancólico
perdido en un gigantesco desmoronamiento.
Ahora su furia se desangra y palidece
infundiéndole mayores ansias al misterio
allá donde —bajo esas polvaredas
flameantes, casi un empíreo sudario—
empolla Roma sus barrios invisibles.


De: “La religión de mi tiempo”



ATTILA JÓZSEF





Yerbas amarillas



Sobre la arena, yerbas amarillas.
Una vieja huesuda es este viento.
La charca es una bestia estremecida.
El mar en su quietud sigue su cuento.

Tarareo mi saldo, silencioso.
Mi patria es una chaqueta vendida.
La tarde en las colinas se detiene.
Mi corazón me pide que no siga.

A través del azul cielo que fluye
brilla el islote de coral del tiempo,
zumbando; brilla un caserón,
un abedul, una mujer, un mundo muerto.



PEDRO GANDIA




  
Último invierno en Taormina del Barón Von Gloeden



Si, en este atardecer tan frío, la Belleza
Requiere a su cronista, urgente él corre a ella
Y fija y diviniza
Aquí estos suaves muslos, ahí esos ojos negros.

Sobre la fría arena, adolescentes
Desnudos representan, peor que actores pésimos,
A un esbelto chapero o Apolo de arrabal,
A un Hermes de extrarradio rascándose la pelvis,
A un rijoso Eros agitando la lengua.

Expira en un nocturno perfumado de luna.
Y sólo queda el mar,
Para siempre,
De un sepia luminoso.


(06/1984)