Mestizaje
Quién
conoce a su padre, quién
le
ha visto fatigarse el riñón
o
palpó por el revés la piel
entre
el viento y el alma. ¿Las viudas,
tinajas
aburridas, las fértiles descuidadas
por
asalto?
Yo
sé que fui una mancha
de
la noche en un cuerpo, la no lavada
la
que no preguntó por mí. ¿Cómo pregunto:
Pasajeros
de apuro, cuál de ustedes
me
llenó de odio desde el útero, como
desde
una pieza de hotel para parejas,
quién
alisó la funda de violencia
donde
gritó mi madre (oigo en mi hueso,
el
grito, más bien un eco de su hueso),
puede
ella reconocer la barba, probar
—el
regimiento en formación— la lengua
con
la lengua y decir: Éste fue el hombre?
¿Tuvo
una palabra de varón, rota
en
sílabas por el beso, o sólo pelo
y
líquido? ¿Y el resto, es mío el resto
de
vivir cada día todo el día, toda
la
oscuridad de la frente y el comienzo?
Ahora
bien: existo de repente, recién
inaugurado.
Y no hay cedazos en la sangre,
no
hay visitante que la conserve sola,
el
nombre a veces: oh apellido del vientre,
estirpe
que averigua quién mismo es, qué
diablos
quiere, para juntar como aguas
de
memorias, y el rencor que resulta
entre
las dos costillas.
(Pero
es grave
lo
demás: ser porque sí, ilícito, de urgencia,
este
empezar con un soldado y acabar
con
un soldado, como un cuento de guerra.)
De: "Las ocupaciones
nocturnas", en Los cuadernos de la tierra.
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