lunes, 21 de octubre de 2019

JORGE ENRIQUE ADOUM





Mestizaje



Quién conoce a su padre, quién
le ha visto fatigarse el riñón
o palpó por el revés la piel
entre el viento y el alma. ¿Las viudas,
tinajas aburridas, las fértiles descuidadas
por asalto?
Yo sé que fui una mancha
de la noche en un cuerpo, la no lavada
la que no preguntó por mí. ¿Cómo pregunto:
Pasajeros de apuro, cuál de ustedes
me llenó de odio desde el útero, como
desde una pieza de hotel para parejas,
quién alisó la funda de violencia
donde gritó mi madre (oigo en mi hueso,
el grito, más bien un eco de su hueso),
puede ella reconocer la barba, probar
—el regimiento en formación— la lengua
con la lengua y decir: Éste fue el hombre?
¿Tuvo una palabra de varón, rota
en sílabas por el beso, o sólo pelo
y líquido? ¿Y el resto, es mío el resto
de vivir cada día todo el día, toda
la oscuridad de la frente y el comienzo?

Ahora bien: existo de repente, recién
inaugurado. Y no hay cedazos en la sangre,
no hay visitante que la conserve sola,
el nombre a veces: oh apellido del vientre,
estirpe que averigua quién mismo es, qué
diablos quiere, para juntar como aguas
de memorias, y el rencor que resulta
entre las dos costillas.
(Pero es grave
lo demás: ser porque sí, ilícito, de urgencia,
este empezar con un soldado y acabar
con un soldado, como un cuento de guerra.)


De: "Las ocupaciones nocturnas", en Los cuadernos de la tierra.



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