lunes, 23 de octubre de 2023


 

ANA ROMANO

 


  

Perfume

 


En la dimensión de la calma absolutísima

descúbrese apolillado lo invisible

Los balcones establecen

custodiados por violetas

y hasta tulipanes

diminutos reinos.

 

JAMES SCHUYLER

 

  

 

La luz descansa en capas sobre las hojas.

 

  

Arboles, y árboles, más árboles.
Un niño nube trae el diario vespertino:
El Sol de la Tarde. Se pone el sol.
No de manera abrupta o de una vez
un paso lento bajando por el cielo
(es dorado y rosa y apenas verde)
por encima, más allá, por detrás de las hojas
de los árboles. El tráfico suena
y campanas doblan con su sonido de plata
la hora, una melodía, mi amigo
Pierrot. La hora violeta:
el césped verde violento.
Una haya llorona es gris,
una haya roja es rojo cobre.
Cuelgan las redes de tenis
inútiles en la quietud inútil.
Un auto arranca y
susurra a lo que pronto será la noche.
Una pelota de tenis es golpeada.
Un tábano desaparece.
Un cigarrillo que humea.
Un día (tantos y tan pocos)
muere bajando por un cielo endurecido
y las hojas son hojas de cuaderno sobre mi regazo
apenas visibles
en la luz ya sin capas.

 

 

 

EDUARDO MOGA

 

  

 

Poema XIV

 

 


Te esperaba en el alambre del día, comiendo latidos, sofocando el grito de los huesos. A veces, sin embargo, cuando las poleas levantaban relámpagos y la noche sabía a almacén, callaba. Recordaba entonces las cosas pequeñas: la luna húmeda que encendía nuestros pasos junto al muelle o las palmeras amarillas de Tozeur o aquel lento cometa, sobre los montes caudalosos, a cuyo paso imaginamos la vejez. Te esperaba, deshabitado, acariciando el tiempo.

 

Ahora que se ha endurecido tu imagen, no sé dónde guardas el pan, dónde los quicios, las rodillas familiares, los ídolos de tu olor; he olvidado cuándo regresarán tus manos. Aquí, mientras tanto, ascensores, transeúntes, horas que escupen lágrimas.

 

Te esperaba. Hablábamos de cosas sencillas. E ingería la ropa, los pezones, tu mínima tos. Después salíamos a cenar como si nos hubiera amenazado un ángel.

 

JOAQUIN SABINA

 

 


 

19 días y 500 noches

 


 

A la “muchacha de ojos tristes”, por si le roba una sonrisa

Lo nuestro duró

lo que duran dos peces de hielo

en un whisky on the rocks.

 

En vez de fingir

o estrellarme una copa de celos,

le dio por reír.

 

De pronto me vi

como un perro de nadie ladrando

a las puertas del cielo.

 

Me dejó un neceser con agravios,

la miel en los labios

y escarcha en el pelo.

 

Tenían razón

mis amantes en eso de que antes

el malo era yo.

 

Con una excepción,

esta vez yo quería quererla querer

y ella no.

 

Así que se fue.

Me dejó el corazón en los huesos

y yo de rodillas.

 

Desde el taxi, y haciendo un exceso,

me tiró dos besos,

uno por mejilla.

 

Y regresé

a la maldición del cajón sin su ropa,

a la perdición de los bares de copas,

a las cenicientas, de saldo y esquina,

 

y por esas ventas del fino La Ina,

pagando las cuentas de gente sin alma

que pierde la calma con la cocaína.

 

Volviéndome loco,

derrochando la bolsa y la vida

la fui poco a poco dando por perdida.

 

Y eso que yo

para no agobiar con flores a María,

para no asediarla con mi antología

de sábanas frías y alcobas vacías,

 

para no comprarla con bisutería

ni ser el fantoche que va en romería

con la cofradía del Santo Reproche,

 

tanto la quería

que tardé en aprender a olvidarla

19 días y 500 noches.

 

Dijo hola y adiós,

Y el portazo sonó como un signo

de interrogación.

 

Sospecho que así

se vengaba a través del olvido

Cupido de mí.

 

No, no pido perdón.

¿Para qué?, si me va a perdonar

porque ya no le importa.

 

Siempre tuvo la frente muy alta,

la lengua muy larga,

y la falda muy corta.

 

Me abandonó

como se abandonan los zapatos viejos.

Destrozó el cristal de mis gafas de lejos,

sacó del espejo su vivo retrato

y fui tan torero por los callejones

del juego y el vino, que ayer el portero

me echó del casino de Torrelodones.

Qué pena tan grande.

Negaría el Santo Sacramento

en el mismo momento que ella me lo mande.

 

 

LILA CALDERÓN

 

  

 

Creer o no creer: esa es la cuestión

 


Es extraño pensar en cambiar todo de golpe.
Tal vez eso sólo sea posible con una guerra.
Y la guerra llega. Aparece en el cielo
y en todas las pantallas como una nueva constelación.
Sus bombas se oyen desde el otro lado del planeta
y sus muertos estallan en sueños
mientras intentamos dormir para suponer que mañana
pedirán frutas frescas y despertarán
para el desayuno de la superproducción
porque quizá fueron apenas los extras
de una guerra que no pasará a la historia.
Los protagonistas de las grandes guerras no mueren.
Quedan eternizados en la memoria
para bien o para mal. Porque siempre hay un bien y un mal.
Depende del director.
Los demás optamos: creer o no creer.
Esa es la cuestión.

 

De: “Lo que ocultan los vestidos”

 

SALVADOR NÉLIDA

 

 

 

En algún lado

 

 

Cuando enumero,
cuando deletreo,
cuando apreso
el contorno de las cosas,
qué procura mi voz,
qué intento:
reconstruir la nada,
organizar el caos,
crear el universo
o afirmar
por un acto de inercia
por simple gratuidad
de la palabra,
que en algún lado
está mi ser
—en algún lado—
quemándose, agotándose,
desgajándose
en días.

De "Cantos de extramuros"