domingo, 16 de noviembre de 2025


 

ÁLVARO MENÉN DESLEAL

 

 

Viajes al espacio

 

Sano consejo:
a Venus, astronautas,
se va soltero.

 

EDINSON ALADINO

 

 

Patio mexicano

 

 

En la mañana
revoloteo de alas indistintas
por las flores de cempasúchil.
Dalias rojas esperan los círculos del colibrí.
Todo el día acrece la ceniza del volcán.
A lo lejos, como una pintura del Dr. Atl,
la espuma del Popocatépetl
va atenuando los colores de la enredadera.
Este patio es un pequeño bosque.
Aquí se comulga con una rodaja
de mandarina que cae en los labios
y exprime sus palacios sobre el cuerpo
para enlazar nuestra sangre a la dalia,
a la enredadera,
a lo envolvente del polen
que acaricia los consejos de la hoja
recién fruncida.

 

De: “La prueba del jade”

 

LUCILA ESTRADA DE PÉREZ

 

 

A una flor sin aroma

 

 

¿De qué sirve, bella flor,
que ostentes tanta belleza,
si falta a tu gentileza
el perfume embriagador?

Si la brisa que al vergel
acaricia juguetona,
de ti no lleva el aroma,
como de rosa o clavel.

Creyendo aspirar olores
Se acercan a ti las aves
mas no hallan perfumes suaves,
sólo tus bellos colores.

Y se alejan, y a otra flor
humilde, pero aromada,
la avecilla enamorada
da sus cantares de amor.

Eres tú, flor sin olor,
como la joven hermosa,
de faz de nieve y de rosa,
de aire dulce y seductor…

Que ufana con su hermosura
lo más precioso descuida:
la virtud, bien de la vida,
perfume de una alma pura.

1890.


Publicado por el “Diario del Salvador” el lunes 15 de enero, 1906.

 

 

MYRIAM BEN

 

 

Espejo español

 


En el ojo de una toledana
Canta guitarra
Baila gitana

En los barrancos del Tajo
Cuerdas en cruz
Sangra guitarra

Rodad gritos de la Inquisición
Cuerdas en sangre
Torquemada

Quema el ojo de las toledanas
Baila guitarra
Canta guitarra

Se afila la navaja
Guitarra llora
Llora por Lorca

Se atiza la larga Pasión
Guitarra resuena
retumba clarín

Espejo español de las tormentas
Guitarra de exilio
Almas en jaulas
Donde se gesta la insurrección

 

De: “Sur le chemin de nos pas”

Versión de Souad Hadj-Ali Mouhoub.

 

Nota: Myriam Ben, seudónimo de Marylise Ben Haïm.

 

ABDUL HADI SADOUN

 

 

Morir cada día

 


Morir cada día
significa cortar todos los excesos de tu vida monótona,
es decir, la poesía antes que los cabellos rebeldes,
el significado antes que las uñas ostentosas,
y la intuición antes que la piel dura.

También,
los deseos desbocados, como un caballo salvaje.
Y aprender a seguir las líneas de las cosas más pequeñas,
ni más pequeñas que eso ni más grandes que lo demás.
Seguir las sombras de estrellas muy lejanas
y no lamentar el misterio de sus secretos.
Y contemplar también el cielo,
que siempre ha sido tu destino claro en el lecho de la noche.
Y adivinar el significado de esos pequeños puntos
que no tienen relación con las estrellas,
que tienen un color rojizo, pero que no es exactamente rojo.

Y respirar profundamente.
Todas esas exhalaciones que provienen de algún lugar,
cercano, pero no tan cercano.
Sentir la muerte cada día
significa ajustar tu reloj al horario habitual
en los colores del momento que pasa.
Y gritar a todos para que despierten de su letargo,
se bañen, desayunen y salgan uno tras otro
de la caja de la casa hacia otras cajas similares.
Y esforzarte al máximo para proteger sus espaldas
del milagro de inclinarse ante el viento polvoriento.
Cada día
significa sentarte solo en el balcón de la existencia
y no encontrar a nadie que te escuche,
que suspire por la maravilla de tus historias,
o que se entristezca por los detalles de tus atuendos antiguos,
o que escriba estas palabras que deletreas con total libertad.
La muerte llega,
y tiene tus ojos, como leí una vez en un poema de un poeta suicida.
Pero no ha llegado aún,
y nunca tendrá mis ojos.
Más bien, la muerte llega cada día,
la encuentro en mis viajes diarios.
Llega,
poco a poco,
segura de sí misma,
y pausada.
Y aparecerá sin duda en la yema de tus dedos,
un dedo tras otro,
apoyándose en una verdad
que dejará de existir con el tiempo.

 

 

DÁNIVIR KENT

 

  

Se quedó allí

 

 

I.

Se quedó allí, acorazado en su nicho de piedra como un Moisés al abrigo de la mano del creador. Se fue cubriendo de papeles cenizos, de arrancadas hojas al azar del libro de los días, absorbiéndose la piel –papel de calca–, la fiebre legible del silencio, la rítmica transpiración del pulso en saladas libaciones de alquitrán.

Se volvió a mirar. Selló su boca con una frase:
no se puede forzar la llegada de aquello
que siendo
será

 

II.

                        ¿Será que a ellos que han logrado en su opacidad un grado extraño de transparencia, los asalta de frente
sin filtros ni reservas
la desnuda y mortal
Ausencia
de Rostro?

 

III

Esa mirada que nos alcanza
antes siquiera de que lleguemos a mirarla.

 

IV

Se quedó allí,
porque podía
porque al más absorbente entumecimiento
sobrevive un hormigueo.


De: “Donde no hubo sutura”