viernes, 19 de septiembre de 2014

MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA




El primer capítulo

 

Cuando a la sala entré, la luz tenías
del velador tras la bombilla opaca,
y hundida muellemente en la butaca
con languidez artística leías.

Cerraste el libro al verme, nos hablamos,
con gracia seductora sonreíste,
los pliegues de tu traje recogiste
y los dos frente a frente nos sentamos.

Era blanca la bata que hasta el cuello
en sus ondas flotantes te arropaba,
y blanca aquella rosa que ostentaba,
en sus bucles soberbios, tu cabello.

¡Cómo de aquellos ojos la negrura
y tu morena y oriental belleza
contrastaban, bien, con la frescura
de tus húmedos labios de cereza!

¡Cómo aquel rizo que en ligeras ondas
encrespadas, rozándolo, el ambiente,
caía apartado de tus trenzas blondas
sobre el mármol corintio de tu frente!

A veces tu cabeza sacudiendo,
los indóciles bucles recogías,
y la bata, al moverse, desprendiendo,
tu opalina garganta descubrías.

El pie, pequeño y tímido escondido,
cuando tu cuerpo mórbido ondulaba,
impaciente rozando tu vestido
la punta delgadísima asomaba.

El ancha manga al levantarse suelta,
mal detenida por inquieto lazo,
dejaba adivinar la forma esbelta
y el cutis satinado de tu brazo.

Luego ocultabas, púdica, la breve
planta que se asomaba tentadora;
y era entonces tu rostro cual la nieve
teñida por los besos de la aurora.

Imperceptibles tintas nacaradas
rodeaban tus párpados: tranquilas,
las sedosas pestañas entornadas
ocultaban tus púdicas pupilas.

Como nardos cuajados de rocío
que estremecen los vientos de las tardes
tus hombros con ligero escalofrío
tras el linón velábanse cobardes.

Tibia estaba la pieza; blanca y bella.
la luna en el espejo se veía;
era digna de ti la noche aquella,
¡tantos luceros en el cielo había!

Era una de esas noches en que suele
la turba aletear de los amores,
en medio de una atmósfera que huele
a nidos frescos y recientes flores.

Noches en que modulan un arrullo
los mares y los bosques y las cuevas,
en que se abren, rompiendo su capullo,
los sueños castos y las flores nuevas.

Noches en que el espíritu adormido
en los limbos del sueño queda preso,
en que se escapa el pájaro del nido
y de los labios trémulos el beso.

Yo estaba junto a ti, yo, que te adoro;
las estrellas lanzábase tranquilas;
brotaban en el cielo lirios de oro,
y yo miraba al cielo en tus pupilas.

 

 

SALVADOR DÍAZ MIRÓN


 
 
A Margarita

 
 
¡Qué radiosa es tu faz blanca y tranquila
bajo el dosel de tu melena blonda!
¡Qué abismo tan profundo tu pupila,
pérfida y azulada como la onda!

El fulgor soñoliento que destella
en tus ojos donde hay siempre un reproche,
viene cual la mirada de la estrella,
de un cielo ennegrecido por la noche.

¡Tu rojo labio en que la abeja sacia
su sed de miel, de aroma y embeleso,
ha sido modelada por la gracia
más para la oración que para el beso!

¡Tu voz que ora es aguda y ora grave,
llena de gratitud suena en mi oído
como el saludo arrullador del ave
al sol naciente que despierta el nido!

¡La palabra mordaz y libertina,
en tu boca, que el ósculo consume,
es una flor de punzadora espina,
pero que tiene un mágico perfume!

¡Tu discurso es amargo, licencioso
y repugnante, pero extraño ejemplo!-
tu acento es dulce, arrobador y uncioso,
como el canto del órgano en el templo!

¡Tu lenguaje, a cuyo eco me emociono,
lastima al mismo tiempo que recrea:
es el salmo de un ángel por el tono
y el alma de un demonio por la idea!

¡Tu mano esconde un cetro: el albo lirio,
y fue tallada con primor no escaso
más para la limosna y para el cirio
que para la caricia y para el vaso!

¡Tu cuerpo...! ¡Qué a menudo la locura
rasgó ante mí tus hábitos discretos,
y tu estatuaria y lúbrica hermosura
me reveló sus íntimos secretos!

¡Cuántas veces a la hora del tocado
penetré hasta tu estancia encantadora!
Y en un tibio misterio plateado
por una claridad como de aurora,

te hallé al salir del agua derramando
un rocío de líquidos cambiantes
-escultura de nieve, comenzando
a deshelarse ya verter diamantes-.

Y vi a la sierva que te adorna y peina
ajustar con destreza cuidadosa
tu magnífica túnica de reina
a tu soberbia desnudez de diosa!

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¿Qué miseria o qué afán o qué flaqueza
te arrojó del Edén, Eva proscrita?
¿Qué Fausto asió tu virginal belleza
y la acostó en el fango, Margarita?

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¡Inexplicable suerte, buena y mala,
la que a ti me llevó y a mí te trajo!
¡Nuestro insensato amor es una escala
y por ella tú asciendes y yo bajo!

¡Oculta y sola, mi pasión huraña
crece en mi corazón herido y yerto;
oculta, como el cáncer en la entraña;
sola, como la palma en el desierto!

 

 

JOSÉ JUAN TABLADA


 
En el parque

 

Un último sonrojo murió sobre tu frente...
Caíste sobre el césped; la tarde sucumbía,
Venus en el brumoso confín aparecía
y rimando tus ansias sollozaba la fuente.

¿Viste acaso aquel lirio y cómo deshacía
una a una sus hojas en la turbia corriente,
cuando al eco obstinado de mi súplica ardiente
respondiste anegando tu mirada en la mía?

Ya en la actitud rendida que la caricia invoca,
en la grama tendiste tus blancos brazos flojos
rendida ante los ruegos de mi palabra loca.

Y yo sobre tu cuerpo cayendo al fin de hinojos,
miré todas las rosas sangrando entre tu boca
¡y todas las estrellas bajando hasta tus ojos!

 

 

 

SALVADOR RUEDA

 

Bailadora
 

Con un chambergo puesto como corona
y el chal bajando en hebras a sus rodillas,
baila una sevillana las seguidillas
a los ecos gitanos que un mozo entona.

Coro de recias voces canta y pregona
de su rostro y sus gracias las maravillas,
y ella mueve, inflamadas ambas mejillas,
el regio tren de curvas de su persona.

Cuando enarca su cuerpo como culebra
y en ondas fugitivas gira y se quiebra
al brillante reflejo de las arañas,

estalla atronadora vocinglería,
y en un compás amarra la melodía
palmas, risas, requiebros, cuerdas y cañas.

 

 

 

AMADO NERVO

 

El primer beso

 
Yo ya me despedía.... y palpitante
cerca mi labio de tus labios rojos,
«Hasta mañana», susurraste;
yo te miré a los ojos un instante
y tú cerraste sin pensar los ojos
y te di el primer beso: alcé la frente
iluminado por mi dicha cierta.

Salí a la calle alborozadamente
mientras tu te asomabas a la puerta
mirándome encendida y sonriente.
Volví la cara en dulce arrobamiento,
y sin dejarte de mirar siquiera,
salté a un tranvía en raudo movimiento;
y me quedé mirándote un momento
y sonriendo con el alma entera,
y aún más te sonreí... Y en el tranvía
a un ansioso, sarcástico y curioso,
que nos miró a los dos con ironía,
le dije poniéndome dichoso:
-«Perdóneme, Señor esta alegría.»

 

 

MEDARDO ÁNGEL SILVA



Palabras de otoño

                                        A Miguel Ángel Barona

 

Guárdate tus sonrisas: mi corazón hastiado
como fruto en sazón, a la tierra se inclina;
la senda ha sido larga, amiga; estoy cansado
y quisiera gozar de mi hora vespertina.

Odio aquellos amores de folletín: mi herida
no mendiga limosnas de piedades ajenas;
yo tengo una tragedia y se llama Mi Vida;
para escribirla usé la sangre de mis venas.

Mi otoño anticipado me vuelve reflexivo;
me encuentras casi triste, sereno, pensativo,
no siento las delicias del flirt, es la verdad.

Mi espíritu se orienta hacia la eterna aurora,
hasta que la clepsidra de Dios anuncie la hora
de ser con mi señor para la eternidad.

 

Del "Libro del amor"