viernes, 19 de septiembre de 2025

HIDEKI TOJO


 

SHOLEH WOLPÉ

 

 

Cuenta III

  

Querida América,

solías colarte en mi cuarto,

¿lo recuerdas?

 

Yo tenía once y tú venías

noche tras noche, a Teherán, te deslizabas

desde la vieja radio de mi escritorio,

pasabas por la pila de deberes de matemáticas, sobre

la desgastada alfombra persa, y me arremetías

con tus golpes de rock and roll.

 

Te quería más que al chicle,

más que a los plátanos importados

que vendían en la calle por un ojo de la cara.

 

Pensaba que eras azur, América,

como el vestido nuevo de mamá, y kumquats,

y naranja, cielo y amapolas.

 

Soñaba contigo, América, soñaba

contigo cada noche con la ferocidad de un niño

extraviado hasta que te volviste real como la carne.

 

Y cuando llegué,

me embestiste

como una carcajada.

 

De: “Ábaco de la pérdida: Memorias en verso

Versión de Corina Oproae

 

 

JOSIP KOCEV

 

  

Vivo instante

  

Debiera venderse todo para el vivo instante,

toda sabiduría y todo recuerdo

son un bien destruido para el vivo instante

cuando caminamos por el rocío de la hierba

con un par de ignorancia en los pies,

listos para fundirnos en el amanecer

como si nunca hubiéramos sido noche.

 

 

De: “Dos mares”

Versión de Marco Vidal González

 

 

NOE VERA

  

 

cumplo años y la tentación
por lo blanco es venir a la hoja
reposar, echarme
es el fin de las misiones
mis deidades ya lo han escrito todo

vivo y compruebo
la vergüenza que me dio escribir
montañas, sigue intacta
fui joven, tuve una misión
trabajar en los laureles
decir cosas nuevas
ampulosas y serias

mis hijos tienen ya esa edad
de pesadilla, el sufrimiento adolescente
iba a llegar, lo leí
como madre soy
una muñeca voodoo
el corazón se me estruje
cada vez en cada uno
de sus desencantos

tengo catorce y miedo
tengo diecisiete y sufro
los números hablan
con la edad de su sol

seguirá la vergüenza en carne viva
sin ella poesía no hay, eso dijo
el oráculo de la galleta
cada quien exhibe su propia biblia
escribo porque no puedo leerme
leo porque de algo hay que reír

ahora veo todo, aprendo
la alegría que es valiente
de los animales aunque sean dios
y como él, dijo Despret, no existen

escribo con el fin de ser su amiga,
Señorita Memoria, la invito a pasar
de usted espero el hilo, nos contemos
historias, prendo la hornalla, venga
sientesé, voy por su té.

 

 

ROLANDO ROSAS GALICIA

 

  

Poema VII

  

Maldito amor.
El padre hereda al vástago.
Respira hasta el fondo y se quiebra.
El nagual se extingue.
Con ceniza cubre el hueco de la llaga.

 

ENRIQUE DE RIVAS

 


Exordio

  

Aquí, donde el laurel, ciprés y pino
se inclinan bajo el gladio del Arcángelo,
y se curva entre nubes Michelángelo,
vengo hoy a respirar, en donde vino

a reposar Adriano su destino
de eterno anhelador; donde el anhelo
de Bernini a los ángeles del cielo
forzó a pisar el mármol del camino;

aquí, donde a la faz del agua asoma
la onda leve de un verso quevediano
y de Séneca en ecos se desmaya,

desde el más afilado aire de Roma,
quiero viajar al fondo de su arcano
respirando la luz de Ramón Gaya.

 

SHARON OLDS

 

 Poema de despedida

Para M. M. O., 1880-1974

 

El enorme témpano partido espera

fuera del puerto como una nave espacial.

Manda emisarios: peces

helados y roídos, terrones flotantes,

canoas de hielo blanco como novias.

Acecha un poco más allá de la boca

cálida e hirsuta del puerto, las bayas

veraniegas en los arbustos, el hedor fuerte

de los pescados salados que se secan sobre

listones de madera. Espera. Esconde nueve

décimos de su volumen de metal

implacable debajo de la cincha del agua,

frígido como dientes de bacalao, aún

ahora en julio. El mar baña

sus infinitos y pálidos flancos con cicatrices.

Se asienta el témpano, bello como un sombrero,

nevado como las plumas de una garceta,

esperando llamar al próximo para el otro

mundo más allá del navío

absolutamente congelado.

Ella camina hacia

el agua sin el andador.

Sin ninguno de los tres bastones que siempre

se le pierden, de los que se burla, que busca

y luego encuentra sobre el brazo. Acaba de

arreglarse el pelo, los bucles plateados

obedientes como los zarcillos de hiedra

sobre la frente de su hijo. Lleva

un vestido gris de cuello blanco,

zapatos formales, medias también blancas,

un broche de diamante, y pone el pie

sobre el cristal nublado del hielo

y flota hacia su madre, flota

hacia el témpano blanco que espera

hace noventa y tres años que una muerte

calurosa le lleve a su hija preferida a casa,

una habitación nívea, larga, fresca,

las cortinas de encaje de la sala que ondulan

como banderas en el cielo de verano.