martes, 25 de octubre de 2022


 

FELIPE MÁRQUEZ

 

 

textos posibles para un personaje titulado «Felipe Márquez»

 

 

No creo en el tiempo lineal. Un segundo
puede durar una eternidad y la eternidad
puede caber en dos o tres segundos.

 

Toda imagen debe ser un acontecimiento vivo,
respirable y en expansión.

 

Vivir es devorar las formas del tiempo.

 

Mi vida se resbala con lentitud a merced
de una empinada ladera.

 

He retirado mis naipes no me atrevo
a apostar.

 

Camino ecléctico y bifurcado. Desesperada
pasión. Incólume regazo que apacigua todos
mis sentidos.

 

Tan sólo prevalece la sugerencia como atisbo
de una posible creación.

 

Entiendo que la vida es brisa y sortilegio.
Oriento mis pasos tentativos. Constelación
apacible recubierta de flores.

 

Lleno mi vida como la lluvia reciente al caer
sobre una ciudad imaginaria.

 

Extraño la vertiginosa sapiencia de un coleccionista
investigador.

 

Me observo de soslayo en el espejo y aparece
un poderoso dragón. Vivo rodeado por seres
imaginarios cubiertos de estrellas fugaces.
Hoy no hablaré de muertes sutiles ni de
recovecos. En esta tarde ilustre conmemoraré
la amistad, la certeza de existir más allá de
las ensoñaciones posibles. Soy uno con Dios.
Me duele el pasado como una costilla rota.
Observo las horas presentes y sentado en
una mecedora, converso sobre todo lo posible,
con libertad. El tiempo es una ilusión
y el cuerpo también. Se trata de la sensación
material de estar vivo, la capacidad de
ser armónico, respirando adecuadamente;
con la certeza feliz de que alguien nos ama
más allá de la historia, de las sombras
oscurantistas del ser y de sus recovecos.

 

 

 

DOMINGO ALFONSO

 

 

 

El Libro que es todo el Universo

                                                    (Para Alex Pausides)

 

Como existe el Libro depósito de Todo
no en forma de Biblioteca, porque sus páginas oscuras
lo asemejan a una noche sin principio ni fin
(o a un día donde el sol desaparece
como envuelto por un ejército de mariposas
al tejer un velo con sus alas negras):
Este Volumen sin límites, expandiéndose sin cesar
forma una madeja donde la Suma de los hilos se entrecruza.
Aquí las letras, los avisos y las imágenes delante de nuestros ojos
están; pero no las podemos ver.
A veces un Vidente, como un relámpago
presiente la sombra de una escena, la apariencia de un renglón
hundidos después en esa falta de luz.
Puede que quien mueva tan sólo una letra
hará girar al Orbe sobre sus bisagras
rompiendo la Eterna Sucesión.
(oculta entre los pliegues del Tiempo)
¿Pero acaso este Cambio no fue previsto por el Autor desde el Principio?

Agosto 27 del 2000

 

 

De: “En la ciudad dorada”

 

 

JOSÉ MIGUEL VICUÑA

 

 

¿A dónde?

 

 

Nacer, tromba marina, tempestades celestes,
nacer, espora en la tormenta ciega, nave del viento.
¿A dónde, noche sin eco, ráfaga, muerte,
me llevas mudo, solitario, loco?
Arenas confundidas, tromba gigante, viento,
remolino de negras humaredas de rostros
en la noche de signos, de rastros, de vestigios,
en la noche de sueños caídos en el tiempo.
Atrás… ¿dónde quedaron las voces, los caminos?…
Tormenta de las torres, huracán de las sombras,
voy llevado, sediento, seco, rotos los mástiles
entre oscuros designios, desesperado, eterno.

 

TANIA GANITSKY

 

 


 

El sapo convaleciente dijo:

amé el sonido de la lluvia

la noche de la lluvia

la taquicardia de la lluvia

la bilis negra de la lluvia

los charcos.

 

 

ZAHUR KLEMATH ZAPATA

 

  

Desnudo frente al mar

 

 

¿Quien dijo que yo estaba
sentado sobre una roca
desnudo frente al mar?
¿Quién me sorprendió?
Caminando
a paso macilento por una calle de Manhattan
y se aferro furiosamente
contra mi pecho pegajoso y sucio
Gritando
Históricamente gritando
Hasta confundirse con el estruendo de las calles
Mi vida esta triste y pende como un clavel
en el alero de los días
y se detiene repentinamente
con un ademán de rechazo
Las cosas pasadas ya no importan
Pero esta esperanza indígena
cabalga en mis pensamientos
golpeando mis sentidos
a martillazo seco
como puñal de carnicero
que corta el silencio
Deja
que el río desbordado
rompa la paz de mis días

Ya lo sé
tengo que cabalgar sobre tu cuerpo
y hundirme frenéticamente en vuelo libre
a otras estaciones
regresando a la cuna de mis días

 

CARLOS OBREGÓN BORRERO

 

 

Canto III

 

 

Toda la luz sobra si la fe que nos guía
no colma nuestro viaje. Más allá de la nieve
está el fuego que en el fondo crepita, tutelar,
para los ojos que miran hacia adentro
con el anhelo de las aves caídas.
Después de las palabras queda el eco
de un fervor ignorado que se pierde en la fronda
que tejen nuestras tardes de contemplar callado
y hacia donde existimos renace nuestro olvido.
No un simple paraíso donde el cuerpo fuese
el dios de sus placeres, sino un estar dentro
de lo que siempre es río, la delicia misma
que desde el centro estalla, florece y se despliega.
No otra cosa perdimos y ahora sólo quedan
cenizas y ascuas en las manos del ángel
que desde un nuevo umbral nos invita a gustar del misterio,
y vivir es avanzar en su reclamo y esperar el retorno
en las horas desiertas que caen hacia la noche.
¡Si siempre nos golpeara el amplio murmullo
de las alas eternas! Porque no sólo faltan
palabras de mar, hogueras bajo el viento,
sino una intensidad más cerca de los labios
que aún después de que las ascuas los ungieron
no pueden proclamar lo que han gustado.
¿Quién, más allá del rostro que iluminó la Noche,
se atrevería a avanzar su soledad
hasta el fondo del vientre y allí rescatar
todo el olvido? Pero aun si la gran bóveda
sólo fuese esto: un vientre -hay algo más
de raíz y de ángel que en la carne progresa
hacia la plenitud de otro fruto celeste.
La criatura es pregunta: la espera,
el vuelo pensativo de alguna hoja que cae
en la visión dorada, dejando más acá de los ojos
lo imposible y lo arcano; y que no sea
la puerta estrecha que se abre y nos despide,
porque aquí, con la paciencia de la tierra,
está la misión de nuestras horas.
Dios cubre de eternidad nuestra pupila
y su silencio de fuego posee nuestro lenguaje,
mas el hombre, en tensión rebelde,
sólo espera que los ojos, cual pájaros de exilio,
se adentren voraces en la hondura del viento
tras los astros que queman su plegaria en la noche.
Hontanar de auroras fue el éxtasis ardiente
del alma por los poros; luego, el tiempo,
el nuestro, el que en la carne late,
hincó de nuevo el ojo en la simiente
y un insecto solemne agonizó en las grutas
con las flores marchitas y los frutos sedientos,
y el río y su transcurso de dios ebrio
fue de nuevo avidez y lamento. El mundo se apaga,
huye con el humo y nada queda en las manos
si lo que ellas palpan no es algo más antiguo
que el terror o el deseo: incendio estelar
que a veces nos llega como rito que en el tacto florece,
gratuito y ungido, desde un fondo remoto.
Pero nada sabemos: sentir sólo es primicia.