"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
jueves, 27 de abril de 2017
ANIBAL NÚÑEZ
Tus
ojos de ese verde
que no sube la bolsa ni los corceles pastan
-corceles son caballos guerreadores-
Tus ojos
que me cuentan de fértiles inundaciones cíclicas
que no sube la bolsa ni los corceles pastan
-corceles son caballos guerreadores-
Tus ojos
que me cuentan de fértiles inundaciones cíclicas
De: "Taller del hechicero"
CÉSAR DÁVILA ANDRADE
Poesía quemada
Entre
las obras puras, nada que hacer. Tampoco
entre las Ánimas o las Ruinas.
El poema debe ser extraviado totalmente
en el centro del juego, como
la convulsión de una cacería
en el fondo de una víscera.
Y reír de sí mismo
con el costillar del ventisquero.
Sólo lejos de ti, en el milagro
de no encerrar cordero en el pan de cada día.
Y nada que se asemeje
al punzante abalorio de los cítricos.
Me tentaré lejos de Dios, mano a mano,
a mí mismo,
con la sinceridad hambrienta del perro
que duerme temblando
sobre el pan enterrado por su madre.
¡Y te quemaré en mí, Poesía!
En ladrillos de venas de amor, te escribiré
empapándote profundamente.
¡Luego
vendrá el sol y te extraerá con los colmillos!
entre las Ánimas o las Ruinas.
El poema debe ser extraviado totalmente
en el centro del juego, como
la convulsión de una cacería
en el fondo de una víscera.
Y reír de sí mismo
con el costillar del ventisquero.
Sólo lejos de ti, en el milagro
de no encerrar cordero en el pan de cada día.
Y nada que se asemeje
al punzante abalorio de los cítricos.
Me tentaré lejos de Dios, mano a mano,
a mí mismo,
con la sinceridad hambrienta del perro
que duerme temblando
sobre el pan enterrado por su madre.
¡Y te quemaré en mí, Poesía!
En ladrillos de venas de amor, te escribiré
empapándote profundamente.
¡Luego
vendrá el sol y te extraerá con los colmillos!
FRANCISCO GONZÁLEZ DE LEÓN
Hospiceña
Momentos de orfandad
en que hace un frío
que produce en el alma un calofrío
como el que acusa una enfermedad.
Las horas despeñándose en la norma
de una fatalidad.
Horas nocturnas
de diciembre a enero
en que faltan argucias de un lucero
sobre lo intenso de la soledad.
Un silencio dormido en un olvido;
la lechuza que aguza su chirrido;
con ríspida acritud de maleficio;
y el alma que tirita
como una huerfanita
que cruza solitaria,
y enferma,
por su hospicio.
De: Voces de órgano
GUILLERMO E. PILÍA
Bayas de humilde color
Fue
un mediodía de invierno en Provenza:
íbamos
de Barcelona hacia Niza,
buscando
un parador para almorzar.
Y de
improviso –igual que si brotasen
de un
recuerdo– surgieron en la rambla
que
partía la ruta esos arbustos:
achaparrados,
de bayas rojizas
y
ramas espinosas, tan idénticos
a los
que veíamos en los cercos
de
nuestra infancia en el país del sur...
Nunca
hubiera creído que esas plantas
con
sus bolitas de lánguido rojo
pudiesen
encerrar tanta nostalgia
de
patria; que en tan poca cosa entrase
algo
que duele y se ama en extremo
como
es la tierra en que se nace y crece...
Bayas
de humilde color en la tarde
de
Provenza: vieja herida que late
sordamente
en la sangre, hasta que un día
se
revela transformada en palabras.
De: “Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que
se ama”
LUCIANA MELLADO
Espejismo
Hay
delirios tan intensos como el trajinar
de un
sonámbulo obsesivo
que
se busca los ojos en el rostro.
También
los hay sinuosos
de
esos que se tocan a sí mismos
como
si fueran otros
y
extravían las cartas
que
ya estaban perdidas.
El de
hoy espejea en la estridencia
de un
tren próximo cargado de rehenes
sin
memoria
a
plena luz del día cosechados.
De: “Crujir el habla”
MARTA BRAIER
Mujer sentada
Pero sé que debo hablar de esa puerta,
en un hotel para turistas de la calle Cangallo.
Recuerdo con nitidez un finísimo rayo de sol
y las partículas del aire jugando con la luz.
( Ah el sencillo fulgor de una habitación en penumbras ).
Estoy sentada sobre un sucio cobertor.
El conserje me entregó la llave de la diecinueve
y miró con cara de nada
cuando le hablé de tiempo de sosiego.
Cerró la puerta y me dejó queriendo comprender.
( Los mosaicos hacían muecas con su geometría ).
Poco importa si por la calle pasa un hombre,
si hay una fábrica, un frigorífico o muchos árboles.
Pero, el aire. ¿Entra por los pulmones, sale o permanece?
¿Qué hago. Qué hago aquí,
en un cuadrado sórdido y ajeno?
Ajeno. Sórdido. Agujero del mundo, digo.
Sentada sobre un sucio cobertor.
De: "Gestos de minué"
Pero sé que debo hablar de esa puerta,
en un hotel para turistas de la calle Cangallo.
Recuerdo con nitidez un finísimo rayo de sol
y las partículas del aire jugando con la luz.
( Ah el sencillo fulgor de una habitación en penumbras ).
Estoy sentada sobre un sucio cobertor.
El conserje me entregó la llave de la diecinueve
y miró con cara de nada
cuando le hablé de tiempo de sosiego.
Cerró la puerta y me dejó queriendo comprender.
( Los mosaicos hacían muecas con su geometría ).
Poco importa si por la calle pasa un hombre,
si hay una fábrica, un frigorífico o muchos árboles.
Pero, el aire. ¿Entra por los pulmones, sale o permanece?
¿Qué hago. Qué hago aquí,
en un cuadrado sórdido y ajeno?
Ajeno. Sórdido. Agujero del mundo, digo.
Sentada sobre un sucio cobertor.
De: "Gestos de minué"
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