jueves, 28 de abril de 2022


 

HEBERT ABIMORAD


  

El viento

 

 

El viento golpea
Mi cara desnuda/ Una y otra vez
Encojo mis hombros/ Frunzo mi boca
El viento golpea/ Una y otra vez
A la distancia/ Una brisa
Cálida y sonora/ que se detiene
En el viento frío
Que golpea mi cara/ Una y otra vez.

 

 

LUIS CARLOS LÓPEZ

 

  

A Lulú

 

 

De seguro que cuando llegue la Noche Buena
te miro en la plazuela del barrio pastoril,
danzando —¡oh, del villorrio futura Magdalena!—
al triste y soñoliento ritmo pastoril.

Te veré con el cura de la panza rellena,
cebado entre la carne feligrés mujeril,
tomando chocolate, comiendo berenjena,
pasteles y capones con ajo y perejil.

Y en la misa del Gallo, como un ser inocente,
masticarás tus rezos ante el mártir doliente
que viste taparrabo sobre un madero en cruz,

mientras que el managuillo, recorriendo la ermita
con un dedal de trapo puesto en una varita,
va pidiendo limosnas para el niño Jesús…

 

 

CECILIA VICUÑA

 


 

Iluminarme con mis propias luces

 

 

Naciste del cruce
de tu madre con la muerte,
ni siquiera en la infancia
habrás sido rosada.
Los que hacen el amor contigo
creen que nunca regresarán
que se van a hundir
que les vas a tejer
una tela húmeda en la espalda
y como es probable
que tengas conexiones
con la boca de los volcanes
por ahí tirarás a tus amantes
y si ellos se liberan
es porque te compadeces.

Te tengo miedo
porque no puedes mirarme
como yo te miro
no puedes amarme
como yo te amo
no puedes ni siquiera
desear acariciarme
y vivir algún tiempo conmigo
haciéndome peinados góticos
o pidiéndome que revuelva el té
con la punta de mi pezón.

Tu lado humano
no está a la altura
de tu lado bestial.
Algunos te imaginan dueña
de regiones orgullosas
y llenas de daño,
pero los que te han visto
con fiebre
o en épocas de menstruación
te aman muy en contra
de tu voluntad,
si es que tienes voluntad.
Solamente una intensidad
le da poderes a tu vida
y la muerte se ve acabada
por fuentes peludas
y calientes miradas

Qué daría la muerte
porque no tuvieras
esos ojos redondos
ni esos senos
ni esos muslos
ni esos tobillos
para dominarte
envolverte y guardarte
de una vez por todas.

 

 

JOAQUÍN CIFUENTES SEPÚLVEDA

  


 

El momento rojo de Chile

 

 

Me dices: “Ya no me escribes, ¿estás enfermo?”.
No estoy enfermo, amada, pero sí estoy muy triste,
una angustia tremenda me está mordiendo el alma
y la palabra mía ya no se oye en la noche.

Aquí, junto a esta piedra donde inclino la frente
miro mi vida inútil, tal un molino en ruinas.
Ya en sus aspas el viento no enreda sus caprichos.
Horizonte rasgado por la oscura cuchilla
de una garra rampante, ya mi vida no vuela:
esclava de la suerte se golpea en la roca,
cae rendida, rueda, no se levanta, muere.
¿No ves que ya no puede la pobre con sus gritos?

Cómo escribirte, amada, si hay vergüenza en mi rostro,
si mis manos se crispan y el dolor me enrojece:
nuestra casa, la casa donde jugamos libres,
donde cantamos libres, donde libre te amaba
ya no está, como entonces, alegre ni está sola.
La han invadido extraños que me muestran los dientes.

Con cadenas de fuego me sujetan los brazos.
Estoy solo, en la noche, ciego, estoy como herido.
Pero la voz me salta como un chorro de espumas,
canta en mis sangraderas una canción de espanto.

Tú, como una esperanza blanca en mi tarde lenta,
así, pequeña y dulce, débil como un recuerdo:
tu mano como un bálsamo en mi frente, tus ojos
como un lago austral donde estoy yo y el cielo.

Tiendo sobre la huella de los soldados
mi cuerpo, como un himno a la tierra nueva.

Tú de rodillas, símbolo, cúbreme con tus alas,
que no vean la angustia de mi boca apretada,
la fiebre de mis sienes, la herida de mi rostro,
la nieve de mis sueños hollada por la infamia,
la llaga de mi espíritu derrotado y confuso…

Cuando muera, tú debes gritarle al extranjero:
¡he aquí al poeta en el momento rojo de Chile!

 


LUIS ROGELIO NOGUERAS

 

  

El entierro del poeta

A Víctor Casaus

 

 

Dijo de los enterradores cosas francamente
impublicables.
Blasfemaba como un condenado
y a sus pies un par de águilas lloraban pensando
en las derrotas.
En el entierro estaba Lautréamont,
yo lo vi desde mi puesto en la cola:
dejaba el sombrero al borde de la tumba
y cantaba algo triste y oscuro
(lloraba honradamente, ya lo creo, y los
caballos devoraban higos en silencio).
Hubo discursos,
sonrisitas de Rimbaud junto a la cruz,
paraguas abiertos a la lluvia como
a él le hubiera gustado.
Hubo más:
hubo viernes y
canciones funerarias,
palomas que volaban sin sentido, como niños,
versos oscuros,
la hermosa voz de Aragón,
suicidios deportivos de Georgette y nunca más
y hasta siempre.
A la hora más triste del asunto
no quería bajar porque decía que allí estaba
oscuro.
Pero estaba muerto y hubo que bajarlo.
Los sombreros abandonaron las cabezas,
se alzaron copas, adioses, letreros de nunca te
olvidamos.
(Un joven poeta a mi derecha le mesaba las
rodillas a la muerte).
Lo bajaron.
Se aplaudió en forma delirante;
la gente corría como loca asumiendo lo grave
del momento.
Lo bajaban.
Las mujeres lloraban en silencio
porque bajaban las águilas, los sueños, países
enteros a la tierra.
Se intentó una última sentencia:
Nerval se acercó con una tiza y escribió con
letra temblorosa:
Su cadáver estaba lleno de mundo.
Desde el fondo, Vallejo sonreía sin descanso
pensando en el futuro,
mientras una piedra inmensa le tapaba el
corazón y los papeles.

 

 

FRANCISCO MADARIAGA

 

  

Lágrimas de un mono

 

 

Yo quiero cautivar tu desesperación, oh mono
adiós.
Tiemblas tanto en tus islas negras, oh mono
adiós.
En los embarcaderos el color encendido en tus
ojos tiene tanta fe.
Oh mono, retén el equilibrio de tu asombro.
Yo ya tiemblo en tus islas, mono adiós.
Tu odio virginal es idéntico a cuando se cruza
mi alma con el mundo.