jueves, 28 de abril de 2022

JOAQUÍN CIFUENTES SEPÚLVEDA

  


 

El momento rojo de Chile

 

 

Me dices: “Ya no me escribes, ¿estás enfermo?”.
No estoy enfermo, amada, pero sí estoy muy triste,
una angustia tremenda me está mordiendo el alma
y la palabra mía ya no se oye en la noche.

Aquí, junto a esta piedra donde inclino la frente
miro mi vida inútil, tal un molino en ruinas.
Ya en sus aspas el viento no enreda sus caprichos.
Horizonte rasgado por la oscura cuchilla
de una garra rampante, ya mi vida no vuela:
esclava de la suerte se golpea en la roca,
cae rendida, rueda, no se levanta, muere.
¿No ves que ya no puede la pobre con sus gritos?

Cómo escribirte, amada, si hay vergüenza en mi rostro,
si mis manos se crispan y el dolor me enrojece:
nuestra casa, la casa donde jugamos libres,
donde cantamos libres, donde libre te amaba
ya no está, como entonces, alegre ni está sola.
La han invadido extraños que me muestran los dientes.

Con cadenas de fuego me sujetan los brazos.
Estoy solo, en la noche, ciego, estoy como herido.
Pero la voz me salta como un chorro de espumas,
canta en mis sangraderas una canción de espanto.

Tú, como una esperanza blanca en mi tarde lenta,
así, pequeña y dulce, débil como un recuerdo:
tu mano como un bálsamo en mi frente, tus ojos
como un lago austral donde estoy yo y el cielo.

Tiendo sobre la huella de los soldados
mi cuerpo, como un himno a la tierra nueva.

Tú de rodillas, símbolo, cúbreme con tus alas,
que no vean la angustia de mi boca apretada,
la fiebre de mis sienes, la herida de mi rostro,
la nieve de mis sueños hollada por la infamia,
la llaga de mi espíritu derrotado y confuso…

Cuando muera, tú debes gritarle al extranjero:
¡he aquí al poeta en el momento rojo de Chile!

 


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