"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
martes, 23 de septiembre de 2025
VANIA VARGAS
Tres
fantasmas sin Navidad
El
fantasma del pasado
Una
de todas las mujeres que he sido
me
esperaba en casa
hace
algunas noches
como
un pariente lejano e indeseable
que
pareciera reconocer cierto derecho
sobre
los espacios que ha habitado
Con
una familiaridad amenazante
se
acomodó en silencio frente a mí
y
después de observarlo todo
empezó
a desempacar
con
las manos sucias
los
miedos / las dudas /el caos
todo
eso que habíamos dejado enterrado
la
última noche que la vi
No
quise preguntarle cómo estaba
la
conozco demasiado bien
Permanecí
en silencio /viéndola con angustia
esperando
que dijera
qué
la traía de regreso / dónde estuvo
qué
sucedió con lo que habíamos comprendido
cuándo
pensaba marcharse
Y
pasé varios días tratando de encontrar
las
palabras para explicarle
que
no vuelve la piel que abandonamos
y
que se desintegra con el viento
a
menos que no sea piel
que
no se vuelve a lo que uno fue
como
quien despierta por un mal movimiento
a
menos que ella sea lo que niego
y
sigo siendo
la
que me acecha cada vez que se mueve el sol
Entonces
una noche al volver a la casa
revuelta
por su presencia
la
obligué a levantarse / le serví agua
le
encendí una vela / me senté a escribirle
Le
pregunté por las otras / si las había visto en el camino
Si
pensaba volver la que se largó porque un día
cuando
se creyó a salvo
descubrió
a la ternura agonizando entre sus brazos
Y
cuando levanté la vista ya no estaba
solo
bailaba una columna de humo
trazando
momentáneamente un camino
que
se iba perdiendo de vuelta en la nada.
De:
“Amor maduro busca”
AMBROSIO GALLEGO
Pura
determinación
Valiente,
entró en el pub
como quien entra en una mina.
Apartando las piedras, fue hacia él.
Y al oído le dijo que se amaran
sólo esa noche, y nunca más.
Si lo pensaba sólo en dos minutos
ella lo esperaría fuera..
Pero, ¿quién era aquella mujer
que pueda resumirse en dos minutos?
Así que le bastaron diez segundos,
lo que demuestra la irrelevancia
del tiempo en el amor.
De:
“Amor maduro busca”
DARÍO RUIZ GÓMEZ
Que
los pasos
Que
los pasos que han buscado la puerta
verdadera
se detengan por fin. Y al entornar
el
ala de la puerta sólo la claridad
premie
los años de tortuosa búsqueda,
la
falta de palabras, el monólogo convertido
en
lágrimas cada amanecer. ¡Sólo tú bastas
claridad
redentora para que el huerto frío
de
mi pecho vuelva a conocer la bondad
de
la floración, el silencioso brotar de
los
pecíolos, imágenes perdidas que el sol
de
otro estío recupera a los ojos asombrados!
JUAN JOSÉ CEREZO MANCHADO
Despedida
Te
acercas a mi lecho
y te
descalzas cuidadoso:
Pisas
suelo sagrado,
pues
sacro es el lugar
donde
un hombre se postra
para
esperar la muerte.
Ya
ves que las facciones que conforman mi rostro
cambiaron
de inmediato en pocos días.
Y
aquello que podía definirme
apenas
se divisa en mi mirada.
Solo
queda una luz
que
ya no se parece, de tan débil,
al
antiguo fulgor que brillaba en mis ojos.
Y,
ahora que su herida
ha
dejado su huella
en
cada cicatriz,
puedo
verle a lo lejos y seguir el sendero
que
me lleva a su lado.
Hoy
estoy convencido de iniciar mi andadura.
No
debes recordarme por mi nombre
sino
por la manera
que
el dolor ha querido darme forma.
Ya
no me llamo Juan José.
Y no
existe lenguaje
que
pueda describirme con palabras,
pues
qué son las palabras sino espejos
donde
los otros pueden revivirnos
pensando
que nos miran sin vernos realmente.
Pero
no tengas miedo,
y
por última vez coge mi mano
antes
de que mi cuerpo me abandone
y
empiece mi partida.
Bien
sabes que a quien nada puede atarle
no
le importa viajar hacia lo ignoto.
El
afán por su encuentro
puede
más que lo oscuro del camino.
De:
“El canto del Ney”
JOSÉ MANUEL LUCÍA MEGÍAS
El
hombre que yo amo
Gracias
a la vida que me ha dado tanto.
Me
dio dos luceros, que cuando los abro
perfecto
distingo lo negro del blanco
y en
el alto cielo su fondo estrellado
y,
en las multitudes, al hombre que yo amo.
Violeta
Parra, Gracias a la vida
El
hombre que yo amo
tiene
unas manos grandes.
Manos
que pudieran ser de panadero.
Manos
confundidas con la tierra
y
que de la tierra sacan sus mejores frutos.
Como
ahora
de
los libros.
Como
ahora
de
mi cuerpo.
El
hombre que yo amo
conserva
preguntas infantiles en la mirada.
Sus
ojos brillan tras las gafas de sol
cuando
me miran en la distancia
del
primer encuentro.
Y
ahí está siempre.
Sonriendo.
Sonriéndome.
El
hombre que yo amo
tiene
los pies grandes
e
impacientes.
Han
recorrido continentes de ilusiones
con
su furgoneta blanca y los decorados
de
las funciones del gato con botas.
Por
la noche, estiro mi pie izquierdo
con
el deseo de encontrarme en la orilla de la cama
la
silueta de arena de su pie derecho.
Y
así me duermo.
Con
sus pies.
Abrazado.
El
hombre que yo amo
sabe
mezclar olores en la alquimia de los pucheros
recordando
platos de una infancia recuperada
en
el hilo de las recetas de su madre, de sus tías,
que
en
sus dedos
se
vuelven postales
enviadas
al paladar de los encuentros familiares.
El
hombre que yo amo
se
conoce el nombre de todos los músculos
y
les habla con la paciencia infinita
del
padre cuando levanta arrogante las pesas
y
cuenta paladeando cada una de las repeticiones.
Los
kilómetros que ha nadado en la piscina
le
dan para recorrer varias veces el cinturón del mundo.
El
hombre que yo amo
me
sonríe cuando me descubre al amanecer
durmiendo
abrazado a uno de sus costados.
Y me
vuelve a sonreír cuando estamos lejos
y su
sonrisa siempre está
aquí
y ahora
a mi
lado,
por
más que los kilómetros sean esa serpiente
que
termina por enroscarse con nuestros pies entrelazados.
El
hombre que yo amo
besa
como los ángeles
-los
ángeles antes de volverse demonios-
con
besos profundos, largos, exploradores,
como
queriendo llegar a ese yo interior
que
solo a nosotros mismos descubrimos
en
los días de tormenta y de flores abiertas.
El
hombre que yo amo
tiene
la barba y el pelo blancos.
Me
gusta espiarle cuando se mira en el espejo,
cuando
se busca arrugas de otro tiempo
y le
sonríe satisfecho a ese otro que nunca conocí
y
que se quedó solo con su pelo negro,
sus
manos pálidas y su sonrisa de invierno.
El
hombre que yo amo
pasea
a mi lado por las aceras de la ciudad.
A
dos centímetros de mi deseo.
De
vez en cuando nuestras manos se tocan
y se
sienten arder en el encuentro.
Pero
nunca paseamos de la mano.
Todavía
no.
Nunca
desde que nos gritaron en la calle.
El
hombre que yo amo
siempre
estuvo aquí, a mis espaldas
sin
completar
nunca
el
círculo de una mirada.
Solo
fue necesario un gesto -y su insistencia-
para
que nunca más nos separáramos,
para
seguir juntos, como siempre lo hemos estado.
De:
“El hombre que yo amo”
NELSON ROMERO GUZMÁN
Folio para Héctor Rojas Erazo
Tengo
amarrado a mi corazón
uno
de tus libros, como un perro fiel.
En
casa todo se pudre: la mesa, los cuadernos,
las
cucharas, las escaleras sueltan pus, menos
el
perro fiel de ese libro amarrado al árbol
de
mi corazón, aunque la noche venga a asustarlo
y a
robarle su hueso, él ya conoce la noche.
Cuando
ese libro se abre, las cosas
que
en la casa se han podrido, recobran
su
alegría y su salud; cuando lo abro entre las ruinas,
sus
páginas hablan soltando un río en el patio,
abren
un castillo en la puerta de mi cuarto.
nos
bañamos en ese río,
jugamos
con el personaje de ese castillo
y
luego lo cerramos.
La
enfermedad de leer es la salud del espíritu.
lleva
siempre amarrado un libro a tu corazón,
si
sientes que las cosas a tu alrededor se pudren,
ábrelo.
