martes, 23 de septiembre de 2025

GEORGE W. BUSH


 

VANIA VARGAS

 


 

Tres fantasmas sin Navidad

El fantasma del pasado

 

 

Una de todas las mujeres que he sido

me esperaba en casa

hace algunas noches

como un pariente lejano e indeseable

que pareciera reconocer cierto derecho

sobre los espacios que ha habitado

 

Con una familiaridad amenazante

se acomodó en silencio frente a mí

y después de observarlo todo

empezó a desempacar

con las manos sucias

los miedos / las dudas /el caos

todo eso que habíamos dejado enterrado

la última noche que la vi

 

No quise preguntarle cómo estaba

la conozco demasiado bien

 

Permanecí en silencio /viéndola con angustia

esperando que dijera

qué la traía de regreso / dónde estuvo

qué sucedió con lo que habíamos comprendido

cuándo pensaba marcharse

 

Y pasé varios días tratando de encontrar

las palabras para explicarle

que no vuelve la piel que abandonamos

y que se desintegra con el viento

 

a menos que no sea piel

que no se vuelve a lo que uno fue

como quien despierta por un mal movimiento

 

a menos que ella sea lo que niego

y sigo siendo

la que me acecha cada vez que se mueve el sol

 

Entonces una noche al volver a la casa

revuelta por su presencia

la obligué a levantarse / le serví agua

le encendí una vela / me senté a escribirle

 

Le pregunté por las otras / si las había visto en el camino

 

Si pensaba volver la que se largó porque un día

cuando se creyó a salvo

descubrió a la ternura agonizando entre sus brazos

 

Y cuando levanté la vista ya no estaba

solo bailaba una columna de humo

trazando momentáneamente un camino

que se iba perdiendo de vuelta en la nada.

 

De: “Amor maduro busca”

 

 

AMBROSIO GALLEGO

 

  

Pura determinación 

 

 

Valiente, entró en el pub
como quien entra en una mina.
Apartando las piedras, fue hacia él.
Y al oído le dijo que se amaran
sólo esa noche, y nunca más.
Si lo pensaba sólo en dos minutos
ella lo esperaría fuera..
Pero, ¿quién era aquella mujer
que pueda resumirse en dos minutos?
Así que le bastaron diez segundos,
lo que demuestra la irrelevancia
del tiempo en el amor.

 

De: “Amor maduro busca”

 

 

DARÍO RUIZ GÓMEZ

 


 

Que los pasos

 


Que los pasos que han buscado la puerta

verdadera se detengan por fin. Y al entornar

el ala de la puerta sólo la claridad

premie los años de tortuosa búsqueda,

la falta de palabras, el monólogo convertido

en lágrimas cada amanecer. ¡Sólo tú bastas

claridad redentora para que el huerto frío

de mi pecho vuelva a conocer la bondad

de la floración, el silencioso brotar de

los pecíolos, imágenes perdidas que el sol

de otro estío recupera a los ojos asombrados!

 

 

 

JUAN JOSÉ CEREZO MANCHADO

 

 

 

Despedida

 

 

Te acercas a mi lecho

y te descalzas cuidadoso:

Pisas suelo sagrado,

pues sacro es el lugar

donde un hombre se postra

para esperar la muerte.

Ya ves que las facciones que conforman mi rostro

cambiaron de inmediato en pocos días.

Y aquello que podía definirme

apenas se divisa en mi mirada.

Solo queda una luz

que ya no se parece, de tan débil,

al antiguo fulgor que brillaba en mis ojos.

Y, ahora que su herida

ha dejado su huella

en cada cicatriz,

puedo verle a lo lejos y seguir el sendero

que me lleva a su lado.

Hoy estoy convencido de iniciar mi andadura.

No debes recordarme por mi nombre

sino por la manera

que el dolor ha querido darme forma.

Ya no me llamo Juan José.

Y no existe lenguaje

que pueda describirme con palabras,

pues qué son las palabras sino espejos

donde los otros pueden revivirnos

pensando que nos miran sin vernos realmente.

Pero no tengas miedo,

y por última vez coge mi mano

antes de que mi cuerpo me abandone

y empiece mi partida.

Bien sabes que a quien nada puede atarle

no le importa viajar hacia lo ignoto.

El afán por su encuentro

puede más que lo oscuro del camino.

 

 

De: “El canto del Ney”

 

 

JOSÉ MANUEL LUCÍA MEGÍAS

  

  

El hombre que yo amo

 

 

Gracias a la vida que me ha dado tanto.

Me dio dos luceros, que cuando los abro

perfecto distingo lo negro del blanco

y en el alto cielo su fondo estrellado

y, en las multitudes, al hombre que yo amo.

Violeta Parra, Gracias a la vida

El hombre que yo amo

tiene unas manos grandes.

Manos que pudieran ser de panadero.

Manos confundidas con la tierra

y que de la tierra sacan sus mejores frutos.

Como ahora

de los libros.

Como ahora

de mi cuerpo.

 

El hombre que yo amo

conserva preguntas infantiles en la mirada.

Sus ojos brillan tras las gafas de sol

cuando me miran en la distancia

del primer encuentro.

Y ahí está siempre.

Sonriendo.

Sonriéndome.

 

El hombre que yo amo

tiene los pies grandes

e impacientes.

Han recorrido continentes de ilusiones

con su furgoneta blanca y los decorados

de las funciones del gato con botas.

Por la noche, estiro mi pie izquierdo

con el deseo de encontrarme en la orilla de la cama

la silueta de arena de su pie derecho.

Y así me duermo.

Con sus pies.

Abrazado.

 

El hombre que yo amo

sabe mezclar olores en la alquimia de los pucheros

recordando platos de una infancia recuperada

en el hilo de las recetas de su madre, de sus tías,

que

en sus dedos

se vuelven postales

enviadas al paladar de los encuentros familiares.

 

El hombre que yo amo

se conoce el nombre de todos los músculos

y les habla con la paciencia infinita

del padre cuando levanta arrogante las pesas

y cuenta paladeando cada una de las repeticiones.

Los kilómetros que ha nadado en la piscina

le dan para recorrer varias veces el cinturón del mundo.

 

El hombre que yo amo

me sonríe cuando me descubre al amanecer

durmiendo abrazado a uno de sus costados.

Y me vuelve a sonreír cuando estamos lejos

y su sonrisa siempre está

aquí y ahora

a mi lado,

por más que los kilómetros sean esa serpiente

que termina por enroscarse con nuestros pies entrelazados.

 

El hombre que yo amo

besa como los ángeles

-los ángeles antes de volverse demonios-

con besos profundos, largos, exploradores,

como queriendo llegar a ese yo interior

que solo a nosotros mismos descubrimos

en los días de tormenta y de flores abiertas.

El hombre que yo amo

tiene la barba y el pelo blancos.

Me gusta espiarle cuando se mira en el espejo,

cuando se busca arrugas de otro tiempo

y le sonríe satisfecho a ese otro que nunca conocí

y que se quedó solo con su pelo negro,

sus manos pálidas y su sonrisa de invierno.

 

El hombre que yo amo

pasea a mi lado por las aceras de la ciudad.

A dos centímetros de mi deseo.

De vez en cuando nuestras manos se tocan

y se sienten arder en el encuentro.

Pero nunca paseamos de la mano.

Todavía no.

Nunca desde que nos gritaron en la calle.

 

El hombre que yo amo

siempre estuvo aquí, a mis espaldas

sin completar

nunca

el círculo de una mirada.

Solo fue necesario un gesto -y su insistencia-

para que nunca más nos separáramos,

para seguir juntos, como siempre lo hemos estado.

 

De: “El hombre que yo amo”

 

 

NELSON ROMERO GUZMÁN

 

  

 

Folio para Héctor Rojas Erazo

 

 

Tengo amarrado a mi corazón

uno de tus libros, como un perro fiel.

En casa todo se pudre: la mesa, los cuadernos,

las cucharas, las escaleras sueltan pus, menos

el perro fiel de ese libro amarrado al árbol

de mi corazón, aunque la noche venga a asustarlo

y a robarle su hueso, él ya conoce la noche.

Cuando ese libro se abre, las cosas

que en la casa se han podrido, recobran

su alegría y su salud; cuando lo abro entre las ruinas,

sus páginas hablan soltando un río en el patio,

abren un castillo en la puerta de mi cuarto.

nos bañamos en ese río,

jugamos con el personaje de ese castillo

y luego lo cerramos.

La enfermedad de leer es la salud del espíritu.

lleva siempre amarrado un libro a tu corazón,

si sientes que las cosas a tu alrededor se pudren,

ábrelo.