"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
viernes, 16 de abril de 2021
SANTA TERESA DE ÁVILA
A Santa
Catalina Mártir
¡Oh
gran amadora
del Eterno Dios;
estrella luciente,
amparadnos vos!
Desde
tierna edad
tomastes Esposo;
fue tanto el amor,
que no os dio reposo.
Quien es temeroso,
no se llegue a vos,
si estima la vida
y el morir por vos.
Mirad
los cobardes
aquesta doncella,
que no estima el oro
ni verse tan bella:
metida en la guerra
de persecución,
para padecer
con gran corazón.
Más
pena le da
vivir sin su Esposo,
y así en los tormentos
hallaba reposo:
todo le es gozoso,
querría ya morir,
pues que con la vida
no puede vivir.
Las
que pretendemos
gozar de su gozo,
nunca nos cansemos,
por hallar reposo.
¡Oh engaño engañoso,
y qué sin amor,
es querer sanar,
viviendo el dolor!
EMILY BRONTË
Bueno,
algunos te odiarán, otros te despreciarán…
“Bueno,
algunos te odiarán, otros te despreciarán,
y otros incluso olvidarán tu nombre.
Pero mi corazón triste siempre lamentará
tus arruinadas esperanzas, tu fama marchitada.”
Así
pensaba yo hace una hora,
sollozando por el infortunio de ese desdichado.
Una palabra detuvo mis incesantes lágrimas
e hizo que en mis ojos brillase el sarcasmo.
“¡Bendito
sea el polvo afable, dije,
que cubre tu obstinada cabeza!
Vano como eres, y débil,
esclavo de la Falsedad, el Orgullo y el Daño,
no es mi corazón como el tuyo,
ni tiene poder tu alma sobre la mía.”
Se
desvanecieron también esas ideas
insensatas, impías y falsas.
¿Acaso desprecio al ciervo tímido
porque sus miembros tiemblan de miedo?
¿Me
burlaría del lobo aullando en su agonía
porque su cuerpo es flaco y feo?
¿Oiría con alegría el grito del lebrato
por no ser capaz de morir con valor?
¡No!
Entonces, sobre su memoria,
que el corazón de piedad se enternezca.
Digamos: “¡Tierra, sé leve para ese pecho,
y cálido Cielo, concédele a esa alma descanso!”
1839
GIUSEPPE UNGARETTI
Condena
Como
la áspera piedra del volcán,
como la piedra pulida del torrente,
como la noche sola y desnuda,
alma como honda y con terrores
¿Por qué no te recoge
la mano firme del Señor?
Este
alma
que sabe las vanidades del corazón
y sabe pérfidas sus tentaciones,
y del mundo conoce la medida,
y los planes de nuestra mente
considera minucias,
¿por qué no puede soportar
más que arrebatos terrenos?
Tú
no me miras ya, Señor…
Y no busco sino olvido
en la ceguedad de la carne.
Versión de Jesús López Pacheco
STÉPHANE MALLARMÉ
Aparición
La
luna se entristecía. Serafines llorando
sueñan, el arquillo en los dedos, en la calma de las flores
vaporosas, sacaban de las lánguidas violas
blancos sollozos resbalando por el azul de las corolas,
Era
el día bendito de tu primer beso.
Mi ensueño que se complace en martirizarme
se embriagaba sabiamente con el perfume de tristeza
Que incluso sin pena y sin disgusto deja
el recoger de su sueño al corazón que lo ha acogido.
Vagaba,
pues, con la mirada fija en el viejo enlosado,
cuando con el sol en los cabellos, en la calle
y en la tarde, tú te me apareciste sonriente,
y yo creí ver el hada del brillante sombrero,
que otrora aparecía en mis sueños de niño
mimado, dejando siempre, de sus manos mal cerradas,
cien blancos ramilletes de estrellas perfumadas.
DUQUE DE RIVAS (Ángel de Saavedra y Ramírez de Baquedano)
Al
faro de Malta
Envuelve
al mundo extenso triste noche;
ronco huracán y borrascosas nubes
confunden, y tinieblas impalpables,
el cielo, el mar, la tierra:
y tú
invisible, te alzas, en tu frente
ostentando de fuego una corona,
cual rey del caos, que refleja y arde
con luz de paz y vida.
En
vano, ronco, el mar alza sus montes
y revienta a tus pies, do, rebramante,
creciendo en blanca espuma, esconde y borra
el abrigo del puerto:
tú,
con lengua de fuego, «Aquí está.., dices,
sin voz hablando al tímido piloto,
que como a numen bienhechor te adora
y en ti los ojos clava.
Tiende,
apacible noche, el manto rico,
que céfiro amoroso desenrolla;
recamado de estrellas y luceros,
por él rueda la luna;
y
entonces tú, de niebla vaporosa
vestido, dejas ver en formas vagas
tu cuerpo colosal, y tu diadema
arde al par de los astros.
Duerme
tranquilo el mar; pérfido, esconde
rocas aleves, áridos escollos;
falsos señuelos son; lejanas cumbres
engañan a las naves.
Mas
tú, cuyo esplendor todo lo ofusca,
tú, cuya inmoble posición indica
el trono de un monarca, eres su norte;
les adviertes su engaño.
Así
de la razón arde la antorcha,
en medio del furor de las pasiones;
o de aleves halagos de fortuna,
a los ojos del alma.
Desque
refugio de la airada suerte,
en esta escasa tierra que presides,
y grato albergue, el Cielo bondadoso
me concedió, propicio;
ni
una vez sola a mis pesares busco
dulce olvido, del sueño entre los brazos,
sin saludarte, y sin tomar los ojos
a tu espléndida frente.
¡Cuántos,
ay, desde el seno de los mares
al par los tomarán!… Tras larga ausencia,
unos, que vuelven a su patria amada,
a sus hijos y esposa.
Otros,
prófugos, pobres, perseguidos,
que asilo buscan, cual busqué, lejano,
y a quienes que lo hallaron tu luz dice,
hospitalaria estrella.
Arde,
y sirve de norte a los bajeles
que de mi patria, aunque de tarde en tarde,
me traen nuevas amargas y renglones
con lágrimas escritos.
Cuando
la vez primera deslumbraste
mis afligidos ojos, ¡cuál mi pecho,
destrozado y hundido en amargura.
palpitó venturoso!
Del
Lacio, moribundo, las riberas
huyendo, inhospitables, contrastado
del viento y mar entre ásperos bajíos.
vi tu lumbre divina:
viéronla
como yo los marineros,
y, olvidando los votos y plegarias
que en las sordas tinieblas se perdían.
«¡Malta, Malta!». gritaron;
y
fuiste a nuestros ojos aureola
que orna la frente de la santa imagen
en quien busca afanoso peregrino
la salud y el consuelo.
Jamás
te olvidaré, jamás… Tan sólo
trocara tu esplendor. sin olvidarlo,
rey de la noche, y de tu excelsa cumbre
la benéfica llama,
por
la llama y los fúlgidos destellos
que lanza. reflejando al sol naciente,
el arcángel dorado que corona
de Córdoba la torre.