sábado, 23 de julio de 2016


ORIETTA LOZANO




Ritual secreto



Amante mío, estoy desnuda, más fresca que el agua azul
para tu noche de amor.
Cada extremo de mi boca,
cada esquina de mis miembros
se apresuran como ágiles peces
hacia tus tibias aguas.
Amante mío, yo deseo la mordedura de tus dientes
y me encamino temblorosa hacia cada uno de tus dedos,
me detengo a mirar tu cuerpo a través de oscura cerradura
e incontenible deseo se posa en mis húmedos senos.
Por ti se escapa la sequedad de mi boca,
mi mirada de brújula perdida en tus rincones,
floto voluptuosa en tus profundas aguas
y me abro como flor nocturna a tu plácida noche.
Mi cuerpo, fiesta fértil y lasciva.
Paséeme solitaria, desnuda ante tu noche,
siémbrame semillas olorosas a sal.
Mírame desnuda
con la hermosa sospecha
que mi vientre será fértil a tu salada lluvia.
Mi caverna, tibia y silenciosa, guarida perfecta
de tu solitario cuerpo,
Mi boca es suave entre tus dientes,
mi lengua, pájaro que anida en tu boca.
Por mi carne fluye sudor de hierro
y me prendo
como alga marina a tu confuso mar.
Soy la obra inconclusa
con infinitas posibilidades para un final.
Me entrego fácil a tus brazos,
con el misterioso encanto de un ritual.



ELSA LÓPEZ





                          A quienes me dieron su amor a cambio de muy poco.
                                                    A los quince. A la luz y a su mirada.

                                                               A Mario Alcaraz



Te quiero por ser cuerda y tener cinco dedos
y una guitarra abierta a la voz imposible.
Por guardarme secretos.
Por compartir conmigo
aquellos veinte años de lluvia y paraísos
cuando escuchar a Brouwer
era un acto de voluntad heroica.
Ya entonces me invadía esta misma certeza
de acompañarte siempre en la esquina del frío
esperando la hora de que abrieran las puertas
y ascender a lo alto
donde nos alimentaran por igual los acordes.
Te quiero, sobre todo te quiero, porque me has enseñado
a pronunciar el nombre de Ludwig Van Beethoven,
a corregir acentos y a escribir sin dudarlo
el nombre interminable de Johann Kaspart Mertz.


De: "Quince poemas de amor adolescente"



MARÍA ELENA WALSH



  
Canción



Alma sin el amor, ave dejada
en los terrenos de la maravilla:
cuando no haya más hojas
y se acaben los días
yo seguiré buscando
tu luz recién nacida
-alma sobre rebaños levantada-
para hacer las mañanas de mi vida.

El enlutado mundo que habitaba
ahora es el cielo que la frente pisa.
(Si se apagaran todas
las uvas de la viña
o se muriera el pan
en las espigas,
este incendio frutal de mi esperanza
en otra tierra se levantaría.)

Tu mano era mi mano desde siempre,
tu voz mi voz, y yo no lo sabía.
Anduve con tu sombra
al lado de la mía
por mortales caminos
y celestes orillas.
Eras un sueño en busca de mi frente
para nacer, y yo no lo sabía.

Ya mis ojos usaron la belleza
y fueron en sedienta cacería
-con su lastimadura
de límites y aristas-
al pámpano desnudo
y a la rosa vestida,
buscándote desde los miradores
con el Amor-Que-Todo-Lo-Imagina.

Cuando tú fuiste la increíble imagen
yo era la sed y el vaso y la bebida.
Las puertas y los frascos,
cubiertos de ceniza,
guardaban el perfume
de la melancolía,
mientras los palomares te esperaban
con el Amor-Que-Nada-Te-Imagina.

Aunque la providencia me negara
el alimento para la alegría,
aunque me entristecieras
la intemperie divina
con pájaros callados
y sombras pensativas,
aunque olvidaras, aunque no existieras,
mi corazón igual te cantaría.



MIGUEL GONZÁLEZ GERTH




Veletas

                                                     Al pianista Bernard Flavigny
                                                     y a su discípula Tita Valencia 



        Más que volando
vienen aeronavegando de no se sabe dónde,
vienen aventurando las borrascas de la vida
hasta posarse con agilidad de pájaro
sobre los ápices de las instalaciones
de los hombres.

        Los hombres son seres convencidos
de haberlo heredado todo.
Creen —pues que supongan es harto más modesto—
que las veletas fueron creadas
por ellos y tan sólo para ellos.
Que su propósito es singular y muy sencillo,
o sea indicar la dirección del viento.

        Mas hay que ver,
hay que afinar el tino y los sentidos
para atreverse a ver
la realidad que ostentan las veletas.
Son ante todo el símbolo del mundo;
son mucho más que las mareadas brújulas
pues no varían según minúsculos motivos.

        Son, además, patricias y poéticas.
A veces giran cual girasoles de agua,
surtidores de luz que pronto se liquida.
Su aparición es siempre una sorpresa.
Su voluntad sin duda es el espacio,
su amor tan sólo es contemplar el viento,
su tino —el trino de las aves—
es una invitación
que presupone un modelo de ala,
de línea nunca recta,
de curva —curvilínea— que se mueve
pero no se inclina,
de tácita —no taciturna—
imagen de soberanía cual bóveda invisible;
con ellas sólo compitieran
en las alturas sigilosas
el júbilo y la tristeza de los campanarios.

        Las veletas siempre se proyectan hacia arriba;
otros móviles podrán tener otras tendencias
u otras miras.
Son estas giralunas que en la noche,
cuando el rigor de la intemperie incide
en el escalofrío —que es frío del alma—
afirman su estabilidad
y su constancia
al descifrar eléctricas tormentas,
y vendavales y ciclones, que son
potencias naturales que no saben
que se cifra en las veletas el parangón
de la futura calma.

        Al contemplar el firmamento
cada veleta acierta en alcanzar la proporción
en que se distorsiona el aire.
El aire no es siempre el portador del canto,
del salmo o la oración,
sino que con frecuencia es vehículo del llanto.
(Se dice que hace mucho tiempo
cierto Pontífice ordenó que las veletas
de su Catedral y su obispado,
de saetas pasaran a ser gallos,
emblemas de San Pedro, el viejo apóstol,
suministrando un cabal afincamiento
a toda cúpula de iglesia;
sin darse cuenta de que igual daba evidencia
de cómo la ironía resulta tan volátil y voluble
como la veleta).

        De las veletas
(que en tierras gálicas se llaman girouettes)
las enemigas son las gárgolas,
extrañas excrecencias en los cantos de las catedrales.
Mucho se ha dicho
de los nobles y simpáticos aleros
y de las celosías
que, sin llegar a celotípicas, espían
la presente ausencia de los buenos días

(pues las ventanas, que son madrinas de los vientos,
respetan la afición de las veletas por lo aéreo).

        Mas no, sus verdaderas enemigas son las
                  gárgolas,
monstruosas bestias cuyo origen tampoco se conoce
(quizá la suya sea una prehistoria
de la que no se dice nada,
ni en las secretas páginas del Génesis),
esas troneras que disparan lluvia muerta,
ángeles negros que parecen despertar de un sueño
    inmóvil.

        La guerra de las gárgolas y las veletas
la bailan dislocadamente
la tempestad y el aquilón
en un onírico escenario lírico
—estocada de Ariel, tajo de Calibán—
que se repite cada vez que se figura
una leyenda,
el desquiciarse un elemento al convertirse en otro,
al concentrarse la ilusión en la quimera.

        Pero esa guerra que nunca tuvo término
sólo es capricho de las fuerzas climatéricas;
no afecta la función que enorgullece a las veletas.
Gallarda su cruzada eterna
que acaba siendo horizontalidad de planisferio,
apuntan con su lanza
al punto cardinal de donde viene el viento,
largo corcel veloz y veleidoso,
que apaga fuegos prescindibles
y azuza fuegos desbordantes.
Son dieciséis los nombres que ha adoptado el viento
y, en consecuencia, dieciséis también las claves
en que se clavan las veletas.
Y al ínterin perenne de los tiempos
dan una nota intemporal y mística,
nota de gracia sobre un conjetural diseño.

        ¿Quién no ha tenido pesadillas
                                         de las gárgolas?
        ¿Quién no ha medido la distancia
                                         con los faros,
        ojos de cristal candente,
                                         salvavidas
        que advierten los escollos de la
                                         lontananza?
        Pero, ¿quién ha soñado lo que sueñan
                                         las veletas,
        que adornan las techumbres
                                         de un mundo alucinado?

        Al final de su mutable trayectoria
se imaginan las veletas
que se adueñan de los mares
y que vuelan agudas como águilas.

         Y aunque aniden por instantes en las nubes
al cabo vuelven a la tierra insomne
donde comparten silenciosamente con el hombre
sus frecuentes avatares.


JOSE MARIA DE HEREDIA




El olvido



Los escombros del templo, sobre el alta colina,
yacen. Y en este erial, entre ramas fragosas,
los broncíneos héroes y marmóreas diosas
bajo el yugo cayeron de la muerte divina.

Al abrevar los bueyes, entona en su bocina
el pastor un antiguo cantar; y en las brumosas
tinieblas, se destacan sus formas prodigiosas
sobre el negro horizonte de la calma marina.

Cara a los viejos dioses, en primavera, siente
la tierra maternal cómo es fútil su canto,
y hace brotar del roto capitel otro acanto.

Mas al sueño ancestral el hombre indiferente
oye impasible, en medio de las noches serenas,
al mar que se acongoja llorando a las sirenas.


Versión de Otto de Greiff



MIGUEL LABORDETA



  
Ateo



Dame
minuto perdido
tu sentido entero.

Dame
nube olvidada
tu hermosa tristeza sin arraigo.

Dame
Vida mía única
tu imposible verdad.

Dame
mi soledad
tu repleta cosecha de renuncias.

Dame
muerte mía
tu relámpago de abrasado total.

Y tu -electrón terrible,
y tu -velocidad de la luz,
y tu -vértigo de distancias,
y tu -infinitud de guarismos
:y tu -secreto goce germinal de las pequeñas larvas que bucean hacia el sol,
y tu -lindo caballito de cartón de mis sueños de niño destripador,
dadme en seguro trance
vuestro centro inexorable
de palpitar dulcísimo;
entregadme en éxtasis deslumbrado
el devenir ciego de tanta primavera tronchada.
A ver si así
solo y con todo
compongo de mi sed indecible
el tremendo suceder de la Totalidad.


De: "Punto y aparte"