miércoles, 26 de agosto de 2015

MARÍA ROSA SERDIO


  

Bajo la tierra
la semilla dormita
Late una flor


GERARDO DIEGO




El sueño



Apoya en mí la cabeza,
si tienes sueño.
apoya en mí la cabeza,
aquí, en mi pecho.
Descansa, duérmete, sueña,
no tengas miedo del mundo,
que yo te velo.
Levanta hacia mí tus ojos,
tus ojos lentos,
y ciérralos poco a poco
conmigo dentro;
ciérralos, aunque no quieras,
muertos de sueño.

Ya estás dormida. Ya sube,
baja tu pecho,
y el mío al compás del tuyo
mide el silencio,
almohada de tu cabeza,
celeste peso.
Mi pecho de varón duro,
tabla de esfuerzo,
por ti se vuelve de plumas,
cojín de sueños.
Navega en dulce oleaje,
ritmo sereno,
ritmo de olas perezosas
el de tus pechos.
De cuando en cuando una grande,
espuma al viento,
suspiro que se te escapa
volando al cielo,
y otra vez navegas lenta
mares de sueño,
y soy yo quien te conduce
yo que te velo,
que para que te abandones
te abrí mi pecho.
¿Qué sueñas?  ¿Sueñas?  ¿Qué buscan
- palabras, besos -
tus labios que se te mueven,
dormido rezo?
Si sueñas que estás conmigo,
no es sólo sueño;
lo que te acuna y te mece
soy yo, es mi pecho.

Despacio, brisas, despacio,
que tiene sueño.
Mundo sonoro que rondas,
hazte silencio,
que está durmiendo mi niña,
que está durmiendo
al compás que de los suyos
copia mi pecho.
Que cuando se me despierte
buscando el cielo
encuentre arriba mis ojos
limpios y abiertos.


JOSÉ MARÍA VALVERDE




Salmo de la raíz del amor

                     ...l'heure ou l'essaim des rêves malfaisants
                  tord sur leurs oreillers les bruns adolescents...
                                                                    
Baudelaire


                                                       A Vicente Aleixandre


Es ese pez oscuro que, nadando en lo hondo,
nubla el rostro moreno de los adolescentes.
Es el quieto relámpago, la luz lunar maléfica
que hace palidecer a las claras muchachas.

Un barro palpitante de posibilidades,
de vagos sapos, plantas de verdosas raíces
que pasan poco a poco de lo inerte a lo vivo;
de sombras fugitivas, de luces sepultadas.

La Fuerza se desliza siempre por las tinieblas.
Está en nuestras cavernas ignoradas y horribles,
tiene serpientes turbias en lo hondo de los vientres,
ataca por la espalda, nos arrastra de pronto.

La Fuerza llega al hombre cayendo desde arriba.
Le es ajena, y en todos es la misma; por eso
tiende a pasar bajando, como un río en cascadas,
a través de los hijos, rumbo a un mar ignorado.

Empezó con el tiempo. Dios la infundió en el hombre
con su soplo a través. Por eso se anonadan
los cuerpos con placer bajo su puño oscuro,
liberando ese impulso que tenían cautivo.

Ved los hombres llevados a rastras por su viento.
¿Qué somos en sus manos? Lo que creemos nuestro
no es más que la obediencia a un oscuro destino.
Pasa, y de nuestra fuerza sólo quedan cenizas.

Ved la sangre incendiada subiendo a las montañas,
empujando las ruedas, cabalgando los vientos,
amargando los mares y tiñendo las nubes.
Es la Fuerza, esa Fuerza única y sobrehumana.

Ved los ojos ardiendo del hombre enamorado,
con la ansiedad a cuestas de su sed sin descanso.
Es la Fuerza, cortada en mitades que cantan
y quieren proseguir las unas por las otras.

Ved al hombre gemir como un niño en la noche,
vedle doblarse, frágil, como flor agostada,
vedle temblar, llorar, igual que un desterrado
a orillas de ese mar nocturno de la Fuerza.

Mirad hombre y mujer cayendo como montes,
como torrentes ciegos uno en brazos del otro.
El mundo se vacía y se cumple en su abrazo,
mediodía de vida, éxtasis, plenitud.

El hombre no la entiende. No es suya. Va de paso.
Y grita allá en lo oscuro, como un pájaro ciego,
y aplasta, y quema, y ruge, y marchita lo verde,
y reseca la carne con su soplo de llama.

Al pasar, roza al hombre con sus alas negrísimas.
Profundiza sus ojos con lo que no se entiende,
y contagia de noches y abismos con su huella.
Es un místico río que nos atravesara.

Un río con reptiles difusos y gusanos,
y oscuridades verdes sobre limos ambiguos.
Pero un río celeste, de éxtasis y misterio,
que incendia nuestro cuerpo de eternidad y Dios.



De "Hombre de Dios"


ENRIQUE LIHN




Prendan y apaguen la luz a partir del segundo piso...



Prendan y apaguen la luz a partir del segundo piso
un...... *  paga esa cuenta
y no dejen la puerta abierta
los malandras causados por el régimen
o degenerados por él
recorren hambrientos y borrachos la calle Passy
donde reina la oscuridad
los del segundo que temen por su seguridad hasta ocho candados
resistirían el asalto y no yo
el licenciado Vidriera
pueden decir que la paranoia es el nódulo
de mi pulmón derecho y la sombra en el izquierdo
sólo quiero que apaguen esa luz que cierren esa puerta



*Espacio en blanco en el original.


JOSÉ GOROSTIZA


  

Una pobre conciencia


                                      A Bernardo Ortiz de Montellano



Un anciano consume su tabaco
en la vieja cachimba de nogal.
La tarde es solamente un cielo opaco
y el recuerdo amarillo de un rosal.

El anciano dormita...
Es tan triste la tarde para ver
un reloj descompuesto, y la infinita
crueldad de un calendario con la fecha de ayer.

Y silencio, un silencio propicio
para rememorar cómo canta una boca la lectura
de la antigua conseja familiar.

En el fino paisaje se depura
una tristeza del atardecer,
y el reloj descompuesto parece una dolida
conciencia de caoba en la pared.

Una pobre conciencia, cuya charla
con la vieja cachimba de nogal
es el agrio murmullo de un postigo
y el recuerdo amarillo del rosal.



VICENTE ALEIXANDRE



  
Nacimiento del amor



¿Cómo nació el amor? fue ya en otoño.
Maduro el mundo,
no te aguardaba ya. Llegaste alegre,
ligeramente rubia, resbalando en lo blando
del tiempo. Y te miré. ¡Qué hermosa
me pareciste aún, sonriente, vívida,
frente a la luna aún niña, prematura en la tarde,
sin luz, graciosa en aires dorados; como tú,
que llegabas sobre el azul, sin beso,
pero con dientes claros, con impaciente amor!

Te miré. La tristeza
se encogía a lo lejos, llena de paños largos,
como un poniente graso que sus ondas retira.
Casi una lluvia fina  -¡el cielo azul!-  mojaba
tu frente nueva. ¡Amante, amante era el destino
de la luz! Tan dorada te miré que los soles
apenas se atrevían a insistir, a encenderse
por ti, de ti, a darte siempre
su pasión luminosa, ronda tierna
de soles que giraban en torno a ti, astro dulce,
en torno a un cuerpo casi transparente, gozoso,
que empapa luces húmedas, finales, de la tarde
y vierte, todavía matinal, sus auroras.


Eras tú, amor, destino, final amor luciente,
nacimiento penúltimo hacia la muerte acaso.
Pero no. Tú asomaste. ¿Eras ave, eras cuerpo,
alma solo? Ah, tu carne traslúcida
besaba como dos alas tibias,
como el aire que mueve un pecho respirando,
y sentí tus palabras, tu perfume,
y en el alma profunda, clarividente
diste fondo. Calado de ti hasta el tuétano de la luz,
sentí tristeza, tristeza del amor: amor es triste.
En mi alma nacía el día. Brillando
estaba de ti; tu alma en mí estaba.
Sentí dentro, en mi boca, el sabor a la aurora.
Mis ojos dieron su dorada verdad. sentí a los pájaros
en mi frente piar, ensordeciendo
mi corazón. Miré por dentro
los ramos, las cañadas luminosas, las alas variantes,
y un vuelo de plumajes de color, de encendidos
presentes me embriagó, mientras todo mi ser
                                                             a un mediodía,
raudo, loco, creciente se incendiaba
y mi sangre ruidosa se despeñaba en gozos
de amor, de luz, de plenitud, de espuma.