martes, 29 de julio de 2025


 

JESÚS GÓMEZ MORÁN

 


 

Baby fase

 

 

Ya cerca de cumplir los cuarenta
siento que envejecí diez años en un día:
hoy, por ejemplo, no tuve la fuerza
de antaño para evitar el cierre
de las puertas del vagón del metro
al querer subir de último minuto.

Trazos son como surcos que se hunden en mi rostro
deshaciendo aquel pacto con el demiurgo
que de un día para otro me aliviaba
la torcedura del tobillo:
ni qué decir de aquellos afanes
por el antojo en perseguir ninfas asépticas,
silenciosas termitas cavando
túneles en mi carne y mis huesos.

Cómo quisiera asestar un puñetazo
en la cara del tiempo,
o cortar el grosor de un rayo
usando como espada la vista.

Ya no soy ni la sombra
de lo que antes me asombraba:
ahora sólo en sueños me visita,
intacto, el rostro de la mujer amada,
y sólo en sueños vuelvo a ser nieto
de mis proyectos para un futuro remoto.

 

 

ALEJANDRO SCHMIDT

 

 

La hora

 

 

Queridos compañeros
es la hora

hay un vaso de agua y una puerta
pero no hay

no hubo nunca

una casa
una sed

 

 

MIGUEL ÁNGEL ZAPATA

 

 

El cielo que me escribe

 


Cielo blanco sin polvo ni memoria. Cielo que limpia la visión del ave clavada sobre la arena. Cielo de algas y peñas en el moho: aire de ninguna flor, brisa de ningún árbol donde no se escribe el poema ni el diario de la muerte.  Cielo mío que calla a tiempo el sonido del ave sobre la arena. Cielo mío que no escribe su visión por el ave ni la arena, sino por el moho y el alga que verdea el espejo ya disuelto.

 

HUGO MUJICA

 

 

 

Paisaje urbano

 


            Sobre una rata muerta, en el fondo de la casa, va cayendo la
nieve. Cae hasta cubrirla y sigue cayendo después.

            Ya todo es blanco, como un puñado de pureza, en el jardín del
fondo de la casa iluminada.

 

 

GRACIELA SALINAS

 

 

Raíces
(fragmento)

 

Ario: (Chichimeca o Tarasco) Tempestad,
sitio de continuas lluvias.

 

José Medal

 

Allí, en la ladera rodeada por los cerros de El Castillo, San Miguel, La Barra y Tipitarillo, hundidas hasta el fondo de la tierra húmeda y charandosa, están mis raíces.
Raíces de pino y encinal, de chirimoyo, manzanillo y capulín, congeladas en invierno y regadas en el verano por las copiosas lluvias que aumentan el caudal del río Tzintzongo y el de Los Negros. Extendidas hasta las planicies que rodean el volcán de El Jorullo que duerme tranquilo sobre su sueño de paz horrorizada.
Allí están, asentadas en el límite del frío de la sierra, allí donde azotan los rápidos y helados vientos del norte; donde los pinares se besan con el cielo y se escucha el canto del jilguero, el cenzontle y el gorrión. Allí donde el suave y cálido viento nos anuncia el trópico, señalando la puerta de tierra caliente, donde se esconden los leopardos, tigres y coyotes; el gato montés y el jabalí (…)

 

 

FABRICIO ESTRADA

 

 

Consigna de los vientos



Nada en el mundo
pudo enseñarnos mejor
que la amarga intuición de la herida.

Así es como aprendimos
a saber de la justicia antes que de la ley,
del mar extendido
antes que del río manso que socava nuestras casas.

Preferimos por lo tanto
abrazarnos a las olas
y señalar de frente a los asesinos.

No somos los hambrientos
que se rompen los dientes
con el pan duro de la filantropía,
ni los sedientos
que se atragantan
con la empozada saliva de los discursos.

Hemos llevado las espigas
a las tierras donde todo alimento se multiplica
y donde sobran manos para esculpir la cosecha.
No llegamos hasta las cumbres
para caer de pronto
llenos del vértigo de los cobardes;
no somos quiénes,
no.

A un paso del camino se yergue
el destino que nuestra propia sombra ha señalado.
Como enjambre de nubes, llegamos
al punto
donde todos los inviernos
revientan
en un millón de pájaros
insurrectos.