"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
martes, 20 de septiembre de 2022
GABRIEL JAIME CARO
Belleza
de medias blancas
A Jorge Mario Mejía T.
A
quién creerle.
El
espíritu joven de la música
en
un país valiente.
Siempre
pensando en las flautas, una era
amorosa
cada que se puede, ese otro viento.
Cada
mente en blanco, es posible para un vidente.
Los
harapos de la iconoclastia.
Porque
no es posible la muerte del amor,
la
dispersión total del espíritu agorero.
He
visto trenes desfondados,
al
decir de la madre locura.
Pero
el amor a primera vista es nuestra dicha.
CARLOS MARTÍN
La
voz sobre el olvido
Soy
la oscura mitad de tu existencia.
Fruto de llanto abierto en la penumbra,
alondra vegetal que se acostumbra
a la rama con sangre de tu ausencia.
Sombra
de una memoria sin presencia
bajo la noche que tu llanto alumbra,
abierto corazón que no vislumbra
su cielo derrumbado a tu sentencia.
Colmena
de ceniza, dispersado
palomar de la nostalgia, voz tardía
de nocturno rumor, atribulado
fuego
de soledad y de agonía
donde la muerte con su musgo helado
cubre la rama de la ausencia fría.
JUANA VÁZQUEZ
Estoy
dormida en un lugar siniestro
pues
no sé
dónde
se guardan la Luz
ni
los valles que florecen en invierno.
Todo
está congelado en la noche del tiempo.
Ni
siquiera sé nada del lenguaje de las notas
ni
en qué lugar se pone el escenario de la imaginación
que
te sirve de muleta
para
conllevar las mañanas sin auroras.
He
perdido el rumbo de los días.
Respeten
mi silencio vacío
pues
la madeja de los siglos
se
enrolló entre los escombros del anochecer.
Nadie
me culpe de esta incertidumbre.
Quizá
pueda estar muerta
pues
se negó el amor a mi cuerpo
y la
sabiduría a las palabras
que
se vuelven mariposas
con
alas de papel
en
criptogramas
de
oscuros manuscritos.
Nunca
oí que tuvieran voz
por
eso yo sigo en el hechizo
buscando
dónde está escrito mi nombre
para
existir aunque sea en catálogo de plástico.
De:
“Voz de niebla”
GLORIA FORTÚN
5
Cada
noche, ya sin cerebro y toda sentimiento, vestigio fértil de mujer, deshago el
día bajo la luz intermitente de un faro que salva sin moverse, únicamente
siendo, igual de inmutable que cuando le naufragan delante, naufragios
mastodónticos, aquí nadamos sobre vajillas y pianolas recubiertas de musgo. Yo
misma temo a veces volverme pecio, aunque tan denostado como está en la ciencia
de la navegación, qué eficaz es el bote del deseo. Atisbo costa, pero no quiero
llegar a ella con mi cultura, imponerla y colonizar, transformar mi sueño
virgen en otra ciudad con los mismos dioses. Todas las que fui, es decir, todas
las que soy, reman conmigo. Una ventaja que adquirimos con la edad es que ellas
pueden ser nuestra genealogía. Yo que provengo de una estirpe de señoras
perlosas, nos prefiero con creces. Formamos una banda pirata bastante temible.
La torpe, la triste, la mentirosa, la infiel, la poeta, la enamorada, la
furiosa, la zorra, la incoherente, la amada, la madre, la hija con escalofríos,
la osada, la perseverante y la perseguidora de ballenas. Habla el mar espumoso.
Poco más tengo yo que decir.
De:
“Todas mis palabras son azores salvajes”
JUAN L. ORTIZ.
Sí,
mi amiga
Sí,
mi amiga, estamos bien, pero tiemblo
a pesar de esas llamas dulces contra junio…
Estamos
bien… sí…
Miro una danzarina en su martirio, es cierto,
con los locos brazos, ay, negando la ceniza
y el crepúsculo íntimo…
Estamos
bien… Cummings que se va, muy pálido,
al país que nunca ha recorrido,
mientras Debussy enciende el suyo, submarino…
Estamos bien… Pero tiemblo, mi amiga, de la lluvia
que trae más agudamente aún la noche
para las preguntas que se han tendido como ramas
a lo largo de la pesadilla de la luz,
con la vara que sabes y la arpillera que sabes,
en las puertas mismas, quizás, de la poesía y de la música…
Estamos bien, sí mi amiga, pero tiemblo de un crimen…
Cuándo, cuándo, mi amiga, junto a las mismas bailarinas del fuego,
cuándo, cuándo, el amor no tendrá frío?
ALMAFUERTE
Dios
te salve
Cuando
se haga en ti la sombra;
cuando
apagues tus estrellas;
cuando
abismes en el fango más hediondo, más infecto,
más
maligno, más innoble, más macabro,—más de muerte,
más
de bestia, más de carcel,—
no
has caído todavía,
no
has rodado a lo más hondo…
si
en la cueva de tu pecho, más ignara, más remota,
más
secreta, más arcana, más oscura, más vacía,
más
ruin, más secundaria,
canta
salmos las tristeza,
muerde
angustias el despecho,
vibra
un punto, gime un ángel, pía un nido de sonrojos,
se
hace un nudo de ansiedad.
Los
que nacen tenebrosos;
los
que son y serán larvas;
los
estorbos, los peligros, los contagios, los Satanes,
los
malditos, los que nunca,—nunca en seco, nunca siempre,
nunca
mismo, nunca nunca,—
se
podrán regenerar,
no
se auscultan en sus noches,
no
se lloran a si propios…
se
producen imperantes, satisfechos,—como normas,
como
moldes, como pernos, como pesas controlarias,
como
básicos puntales,
y no
sienten el deseo
de
lo sano y de lo puro
ni
siquiera un vil momento, ni siquiera un vil instante,
de
su arcano cerebral.
Al
que tasca sus tinieblas,
al
que ambula taciturno;
al
que aguanta en sus dos lomos,—como el peso indeclinable,
como
el peso punitorio de cien urbes, de cien siglos;
de
cien razas delincuentes,—
su
tenaz obcecación;
al
que sufre noche y día,—
y en
la noche hasta durmiendo,—
como
el roce de un cilicio, como un hueso en la garganta,
como
un clavo en el cerebro, como un ruido en los oídos,
como
un callo apostemado
la
noción de sus miserias,
la
gran cruz de su pasión:
yo
le agacho mi cabeza; yo le doblo mis rodillas;
yo
le beso las dos plantas; yo le digo: Dios te salve…
¡Cristo
negro, santo hediondo, Job por dentro,
vaso
infame de dolor!
Nota:
Almafuerte seudónimo de Pedro Bonifacio Palacios
