martes, 29 de junio de 2021


 

ORIOL ALONSO CANO

 


 

Desquiciar(se)



Encofro mis recuerdos,
cifro mis pensamientos,
mis palabras se esconden
para que sólo acaricies el vacío.

Percibe la ignorancia,
ahógate en el desconocimiento,
que tu ingenio sucumba
al buscar en el destierro.

Tu comprensión se desangra,
se desquicia tu razonamiento,
sólo tu estulticia
rozará mis deseos.

 

De: “La caricia del fantasma”

 

 

ISLA CORREYERO

 

 

 

Cita psicológica



Mi perro no ve bien doctora pero huele
mis lágrimas y se viene a mi lado
tirándose en el suelo lamiéndome
las uñas —algo olfateará del que fuera
su amo en los días de amor y sangre
derramada—. Él sabe aún sin verme
tomar las medicinas que la cabeza
me duele horriblemente y no puedo
aguantar ni el ruido de su rabo.
Esta cabeza terriblemente enferma
doctora ya no puede explicarse ni pensar
ni leer ni siquiera tratarme
con los seres humanos ni los irracionales.
Allí en mi casa sola tratando de encajar
con torpe coherencia una cosa con otra
haciendo un irreal esfuerzo sobrehumano
por mantenerme viva porque me vean alegre
mis hijos o mi madre o al menos
que no sepan hasta qué punto finjo
porque no sepan ellos ni nadie ni mi perro
cómo de mi cabeza entran y salen
los más feroces actos de suicidio
ahorcamiento o decapitación.

Mándeme otras pastillas doctora si es posible
curarme de él su destructiva forma de
desesperarme…

O elimine mi nombre de la lista de espera
no estaré aquí llorando el próximo trimestre

 

De: “Mi bien”

 

 

PATRICIA BENITO

 

  


Cuestión de práctica



Noches de esas en las que entiendes
que la teoría sin la práctica no sirve de nada
y en las que, durante un par de cervezas
y un poquito de jazz, te pides perdón
por no saberte cuidar lo suficiente,
mientras lo llenas todo de propósitos
defectuosos que volverás a no cumplir.

Lo de siempre:

falta de práctica
queriendo hacia dentro.

 

De: “Tu lado del sofá”

 

JUAN PEDRO IGLESIAS GARCÍA

 

 

 

Así



Así se va la tarde
coma la sombra
que inclinada cae
ante un sol que muere,
lentamente.
Templado,
entre las luces y las sombras,
cortas y cercanas
de la sierra sin mar.
Y así, acuden a mí esos versos
de infancia y juventud.
Como las olas,
que salpicando besos de sal
arrastran imágenes de montañas antiguas
y horizontes manchados.
Vientos adolescentes
y juegos de la calle.
Así,
entre ruinas.

 

De: “Donde habita tu rostro”

 

 

JAVIER LASHERAS

 

  


Lloviendo mujeres



Contigo he descubierto lluvias

que mueven el amor del universo.

Por eso cuando te espío en el espejo

mirando tu rosa y negra filigrana

y te sorprendo y me sorprendes

y se erizan los ojos y la piel

y todo es gajo y mordisco

diluvio y paraíso, el mundo

empieza de nuevo.

 

Pero esa angelical cara de muñeca,

ese ángel destructor que esta mañana

te ha vendido una camisa con sus labios

russian red y su cara de orgasm,

mostrándote su escote y su sonrisa

de fresca e inocente lascivia,

con sus uñas recién afiladas

para volverte un poquito más loca,

debería esta noche morder tu almohada.

 

Yo prefiero derrotarme tras el muro,

hurtar el ambiente de la llama,

velar las caricias y esa barbaridad

de estar a un tiempo cerca y lejos

de la lujuria y la pereza abandonadas,

tú con ella en la balsa del sueño

bajo la luz exánime y cálida.

 

Sí, tú me has enseñado lluvias

que mueven el amor al universo,

deseos que queman y matan

cuando la vida sabe

a ese lujo febril e insensato,

a ese jugo secreto y oscuro

que es mi perdición, naturalmente.

 

Por mi parte, mujer, ego te absorbo. 

 


De: “El cielo desnudo”



 

ISABEL PÉREZ MONTALBÁN

 

 


 

Clases sociales

Los pobres son príncipes que tienen que reconquistar su reino.
Agustín Díaz-Yanes.
Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto

 

 

Con seis años, mi padre trabajaba
de primavera a primavera.
De sol a sol cuidaba de animales.
El capataz lo ataba de una cuerda
para que no se perdiera en las zanjas,
en las ramas de olivo, en los arroyos,
en la escarcha invernal de los barrancos.
Ya cuando oscurecía, sin esfuerzo,
tiraba de él, lo regresaba níveo,
amoratado, con temblores
y ampollas en las manos,
y alguna enredadera de abandono
en las paredes quebradizas
de sus pulmones rosas
y su pequeño corazón.

En sus últimos años volvía a ser un niño:
se acordaba del frío proletario,
(porque era ya substancia de sus huesos),
del aroma de salvia, del primer cine mudo
y del pan con aceite que le daban al ángelus,
en la hora de las falsas proteínas.

Pero su señorito, que era bueno,
con sus botas de piel y sus guantes de lluvia,
una vez lo llevó, en coche de caballos,
al médico. Le falla la memoria
del viaje: lo sacaron del cortijo sin pulso,
tenía más de cuarenta de fiebre
y había estado a punto de morirse,
con seis años, mi padre, de aquella pulmonía.
Con seis años, mi padre.

 

 

De: “El frío proletario”