"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 21 de diciembre de 2022
CARMEN CANET
Las
relaciones comienzan siendo sólidas, luego se vuelven líquidas y después
gaseosas. Como los
estados de la materia.
PIERRE JEAN JOUVE
Naturaleza
¡Soberbia
naturaleza! Mundo entero de caminos
De arroyos y de rocas
Objetos voluminosos
Bellos granos de la piel y aceitados movimientos
Por ejemplo de una pelvis de atrás hacia adelante
De risas y de sueño
Forma que sale y entra
Y de savia y de enramada tendida con el viento;
Doble vaina de los senos y plantación marina
Bajo el brazo, cadera hinchada por el agua, golpeada
Por un peso tan denso de sensualidad
Los omóplatos dando pena como las piedras
Mojadas, ella se lava
Y el agua rehaciendo el brillante del cielo, el polvo espeso
Del paisaje redondo vuelve y es el mundo
De nuevo los bellos granos de la piel y el sueño
Si se mueve sobre los lomos el país rosado
Ve el poder del viento seco con los sueños
Producirse de todos los costados;
Las montañas carnales adelgazan la tarde
A lo largo de mesetas religiosas,
En las gargantas la bruma mata a la brisa extraviada.
Después la grandeza de la masa revestida,
Y más tarde un nuevo cambio ha surgido
Bajo la luna…
PHILIP LEVINE
El poema de tiza
Esta
mañana, de camino al bajo Broadway,
me crucé con un hombre alto
hablándole al trozo de tiza
que sostenía en la mano derecha. La izquierda
estaba abierta y marcaba el compás,
pues su discurso tenía ritmo;
era un canto o una danza o, quizás,
un poema en francés, pues
era de Senegal y hablaba francés
tan lento y con tanta precisión que yo
podía entenderlo como si me hubiesen arrojado
cincuenta años atrás, hacia
mi clase de instituto. Un hombre esbelto,
elegante en las formas, pulcramente vestido
con los restos de dos trajes azules,
con la corbata firmemente anudada y su camisa blanca
sin planchar, aunque impoluta. Conocía
la historia entera de la tiza, no solo
de aquel trozo en particular, sino
de la tiza con la que yo escribí
mi nombre el día en el que regresé
a la escuela tras la muerte
de mi padre. Conocía el feldespato,
el calcio, las conchas de las ostras; sabía
qué criaturas habían dado su espinazo
hasta formar el polvo temporal
prensado en aquellos conos perfectos,
conocía la tristeza de las aulas
en diciembre, cuando la luz decae
temprano y las palabras de la pizarra
abandonan su gramática y sentido
y, más tarde, incluso sus contornos, de tal modo que
cada letra se expande en todas direcciones
y, al mismo tiempo, no significa nada en absoluto.
Al principio pensé que su barba corta
estaba escarchada de tiza; conforme
nos aproximábamos, a menos de un pie
de distancia, vi que sus pelos eran blancos,
así que a pesar de la juventud que había en sus gestos
era, al igual que yo, un hombre entrado en años, aunque
de apariencia mucho más noble, con sus pómulos altos
y tallados, sus hombros anchos
y sus claros ojos negros. Tenía el porte
de un rey del bajo Broadway, alguien
salido de la mente de Shakespeare o
de García Lorca, alguien por quien la pérdida
se había dulcificado en caridad. Nos enfrentamos
durante aquel largo minuto, ambos
compartiendo el último poema de tiza
mientras la gran ciudad se enfurecía a nuestro
alrededor, y luego el poema se acabó, tal y como lo hacen
todos los poemas, y su mano izquierda se desplomó
hacia un lado bruscamente y me tendió
el trozo de tiza. Yo me incliné ante él,
sabiendo cuánta era la importancia de aquel gesto,
y le escribí mis agradecimientos en el aire,
donde podrán ser escuchados para siempre
bajo el grito endurecido de las conchas del mar.
VALERY LARBAUD
La antigua estación de Cahors
¡Viajera!
¡oh cosmopolita! hoy en día
Abandonada, dejada, retirada de los negocios.
Un poco al margen de la vía,
Vieja y rosa en medio de los milagros de la mañana,
Con tu marquesina inútil
Extiendes al sol de las colinas tu andén vacío
(Este andén que antaño barría
El vestido de aire en torbellino de los grandes expresos)
Tu andén silencioso al borde de una pradera
Con las puertas siempre cerradas de tus salas de espera,
Cuyo calor de verano agrieta los postigos…
Oh estación que has visto tantos adioses,
Tantas partidas y tantos regresos,
Estación, oh doble puerta abierta a la inmensidad encantadora
De la tierra, donde en alguna parte debe encontrarse la alegría de Dios
Como una cosa inesperada, relumbrante;
Ahora tú reposas y gustas las estaciones
Que regresan trayendo la brisa o el sol, y tus piedras
Conocen el relámpago frío de las lagartijas; y el cosquilleo
De los dedos ligeros del viento en la hierba donde están los rieles
Rojos y rugosos de óxido,
Es tu único visitante.
La sacudida de los trenes no te acaricia ya:
Pasan lejos de ti sin pararse sobre tu césped
Y te dejan en tu paz bucólica, oh estación por fin tranquila
En el corazón fresco de Francia
CARMEN BERENGUER
Venid a verme ahora
Venid
a verme como sufro
Venid a verme los malditos
Los
gusanos abren sus mandíbulas
Esparcen mi cuerpo y yo gozo
Las
luces llameantes del sol
Entreabren sus rayos los labios
Vertiendo el calor sobre mi cuerpo
Dejándolo vivir ardiéndolo de a poco
Venid
a ver este arder.
ANDRÉ PIEYRE DE MANDIARGUES
El cazador
Lo
peor es la nieve
Dice Pierre otra vez
Y él veía a los ciervos
Correr en el ojo de su perro,
Él
veía al ciervo
Morir otra vez
En el seno de una blancura manchada,
La
bestia desnuda como una muchacha
El hombre rojo
Los cuerpos humeantes en el aire frío.