miércoles, 2 de mayo de 2018


ALDO CALDERÓN




El pájaro siempre vuelve a su nido



El pájaro siempre vuelve al nido
mas en estas fechas donde se da cuenta de la torpeza de los años pasados
en esta nueva estación y en la estación del otro lado del mundo
cuando en los noticieros de la TVE, ayudan a los descendientes de los conquistadores
a paliar el stress, a mitigar el regreso a clases, a redactar composiciones escolares
donde no soy el protagonista
así como uno también lo hace con la cazuela,
con el trote matutino y vespertino
El pájaro vuelve al nido y a la cima del nido donde recuerda las tardes de espera
del ave que lo crío,
porque nunca esta solo
y en tanto uno toma una taza de té de boldo,
del mismo árbol de cual se ve el nido
del mismo árbol donde las hojas yacen desordenadas en el suelo




PERE GIMFERRER





By love possessed



Me dio un beso y era suave como la bruma
dulce como una descarga eléctrica
como un beso en los ojos cerrados
como los veleros al atardecer
pálida señorita del paraguas
por dos veces he creído verla su vestido
                     (estampado el bolso el pelo corto y
                           (aquella forma de andar muy en el
                                                     borde de la acera.
En los crepúsculos exangües la ciudad es un torneo
                                     de paladines en cámara lenta
                                      sobre una pantalla plateada
como una pantalla de televisión son las imágenes
                                            de mi vida los anuncios
y dan el mismo miedo que los objetos volantes
                                            venidos de no se sabe
                                      dónde fúlgidos en le espacio.
Como las banderolas caídas en los yates de lujo
las ampollas de morfina en los cuartos cerrados de los hoteles
estar enamorado es una música una droga es como
                                                       escribir un poema
por ti los dulces dogos del amor y su herida carmesí.
Los uniformes grises de los policías los cascos
                                   las cargas los camiones los jeeps
                                                    los gases lacrimógenos
aquel año te amé como nunca llevabas un
                      vestido verde y por las mañanas sonreías
Violines oscuros violines de agua
todo el mundo que cabe en el zumbido de una línea telefónica
los silfos en el aire la seda y sus relámpagos
las alucinaciones en pleno día como viendo fantasma luminosos
como palpando un cuerpo astral
desde las ventanas de mi cuarto de estudiante
y muy despacio los visillos
con antifaz un rostro me miraba
el jardín un rubí bajo la lluvia


JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALAN





¿Qué tendrá?



¿Qué tendrá la hija del sepulturero,
que con asco la miran los mozos,
que las mozas la miran con miedo?

Cuando llega el domingo a la plaza
y está el bailoteo
como el sol de alegre,
vivo como el fuego,
no parece sino que una nube
se. atraviesa delante del cielo:

no parece sino que se anuncia,
que se acerca, que pasa un entierro...

Una ola de opacos rumores
substituye al febril charloteo,
se cambian miradas
que expresan recelos,
el ritmo del baile
se torna más lento,
y hasta los repiques
alegres y secos
de las castañuelas
callan un momento...

Un momento no más dura todo:
más, ¿Qué será aquello,
que hasta da falsas notas la gaita,
por hacer un gesto
con sus gruesos labios
el tamborilero?

No hay memorias de amores manchados,
porque nunca, a pesar de ser bellos,
“buenos ojos tienes"
le ha dicho un mancebo.

Y ella sigue desdenes rumiando,
y ella sigue rumiando desprecios,
pero siempre acercándose a todos,
siempre sonriendo,
presentándose en fiestas y bailes
y estrenando más ricos pañuelos...

¿Qué tendrá la hija
del sepulturero ?

Me lo dijo un mozo,
-¿ Ve usted esos pañuelos?
pues, se cuenta que son de otras mozas.. .,
¡ de otras mozas que están ya pudriendo!. . .
Y es verdád que parece que huelen
que huelen a muerto.


WILLIAM BUTLER YEATS





La rueda



A través del invierno invocamos la primavera,
toda la primavera llamamos al verano,
y cuando ya resuenan los setos rebosantes
declaramos que lo mejor es el invierno.
Y después nada hay bueno
porque la primavera no ha venido.
No sabemos que aquello que perturba nuestra sangre
es sólo su nostalgia de la tumba.


Versión de Enrique Caracciolo Trejo


OLVIDO GARCIA VALDÉS





Recordar este sábado...



Recordar este sábado:
las tumbas excavadas en la roca,
en semicírculos, mirando
hacia el este,
y la puerta de la muralla abierta
a campos roturados, al silencio
y la luz del oeste. Necesito
los ojos de los lobos
para ver. O el amor y su contacto
extremo, ese filo,
una intimidad sólo formulable
con distancia, con una despiedad
cargada de cuidado.
Así, aquella nota, reconocer en ella
la costumbre antropófaga, un hombre come
una mujer, reconocer
también la carne en carne
viva, los ojos y su atención extrema,
el tiempo y lo que ocurrió.
Alguien lo dijo de otro modo: creí
que éramos infelices muchas veces; ahora
la miseria parece que era sólo un aspecto
de nuestra felicidad. La dicha
no eleva sino cae
como una lluvia mansa. Recordar
aquel sábado en febrero
tan semejante a éste de noviembre.
Cerrar los ojos. Fatigarse subiendo,
tú sin voz,
con un cuaderno en el que anotas
lo que quieres decir.
La no materialidad de las palabras
nos da calor y extrañeza, mano
que aprieta el hombro,
aliento cálido sobre el jersey.
Para el resecamiento un aljibe de agua,
los ojos de los lobos
para ver. El contexto
es todo, transparente
aire frío. Aproximadamente así:
campesinos del Tíbet
sentados en el suelo, en semicírculos,
aprendiendo a leer al final del invierno,
cuando el trabajo es poco, se trata
de una foto reciente, están
muy abrigados; o una paliza
de una violencia extrema
a un muchacho, y que el tiempo
pase, que cure, como una foto antigua.
Tres mariposas, a la luz de la lámpara,
han venido al cristal.


De: "Caza nocturna"

ADRIANA LANZA





Por la ventana



Palpo este mantel a cuadros
crudo bordado blanco
por la ventana de todos los días
aparece un ser
muy diferente al que extraño.
Había un bosque opaco
había una laguna de barro.
La niña corrió hasta hundirse
donde se perdió el caballo.
Descubrió sus amuletos
en los ojos de Atreyu [1].
Prodigio de esta historia,
salió al otro lado.
La otra niña, no osada, rosada,
la miraba desde su orilla
sin perder el color.
Ennegrecido, el cuerpo
supo de su destino siniestro.
Trepó al cerro, llegó a la cueva,
niña consagrada al agujero.
Sólo ahora la extraño.
Muero por la niña
encerrada en la caverna.

  
1: Para quienes no se acuerden, protagonista de La Historia sin Fin, novela del alemán Michael Ende y película –de culto, para muchos– de su compatriota Wolfgang Petersen.