miércoles, 20 de enero de 2021


 

MAROSA DI GIORGIO

 


 

Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio...




Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio;
otros, con un breve alarido, un leve trueno. Unos son
blancos, otros rosados, ése es gris y parece una paloma, 
la estatua de una paloma; otros son dorados o morados. 
Cada uno trae -yeso es lo terrible-- la inicial del muerto 
de donde procede. Yo no me atrevo a devorarlos; esa carne
levísima es pariente nuestra. 
Pero, aparece en la tarde el comprador de hongos y
empieza la siega. Mi madre da permiso. El elige como un
águila. Ese blanco como el azúcar, uno rosado, uno gris.
Mamá no se da cuenta de que vende a su raza.


De: "Los papeles salvajes"

 

NÂZIM HIKMET

 

 

 

Rosa mía, niña de mis ojos...

 

 

Rosa mía, niña de mis ojos,
no tengo miedo de morir,
                       morir me avergüenza,
la muerte me parece una deshonra.

  

15 de agosto de 1959

 

 

De: "Últimos poemas 1959-1960-1961"
Versión de Fernando García Burillo  
 

 

LUCILA NOGUEIRA

 

 


XXXIV

 

 

Escribo desde las patas del destino

Desde el arcaico animal de mi futuro

Escribo desde la Tierra de Utopía

Soy el rostro del Alma Americana

 

Soy el rostro de la América herida

Vengo de la catedral subterránea

Mitad sueño y soy mitad bronce

En el espejo que responde sin preguntas.

 

 

 

De: “Poemas del Ainadamar”

 

JEAN COCTEAU

 

 

 

El derecho y el revés¹

 


Veo la muerte abajo, en lo alto de esta bella edad

donde me encuentro, por desgracia, a mitad del viaje;

la juventud me abandona y he recibido su golpe.

Se lleva riendo mi corona de rosas;

muerte, viva en nuestro revés, compones

la trama de nuestro tejido.

 .

No podemos verte y te notamos mezclada

con los placeres, al amor cuyo calor alado

endurece los corazones, como nieve disuelta;

si bien tus habitantes reposasen en la hierba,

nosotros caminábamos despreocupados sobre la tela soberbia

y, de repente, estamos debajo.

.

Estamos tan cerca de la dulce vida

que solo por la muerte nos alegra,

abre el pasaje y nos deja la mano.

Algunas veces buscamos vencer el misterio,

y por el mismo camino volver a la tierra:

no existe más el camino.

.

Vivos podemos, toda nuestra existencia,

medir la distancia de la tierra al sol

y para no morir urdir preparativos;

leemos un lado de la página del libro;

el otro se nos oculta. No podemos seguir más,

saber qué pasa después.

.

Veo la mar demasiado corta que siempre arrebata

a la orilla un beso para besar la otra orilla;

la mentirosa arregla muy bien esos instantes.

Pronto la imitará mi amante fiel,

buscando en otra parte Abril, como la golondrina.

Voy a cumplir treinta años.

.

¡Treinta años! ¿Me tomáis el pelo? Es la gracia de los mármoles,

el sol de mediodía que cae sobre los árboles,

vuestro andar de treinta años es vuestro primer andar.

Hasta entonces sois una loca semilla;

vais… callaos. Miradme. Bostezo.

No os escucharé.

..

No quiero mentir a quien me engaña,

la rosa de mi corazón separa sus pétalos,

y pese a que aún deba vivir largo tiempo

poco importan el sol y los mármoles griegos;

hasta aquí aprendía la vida; me hiere.

Debo aprender la muerte.

.

Vuestra posada, ¡oh muerte!, no lleva ninguna enseña.

Me gustaría ver, de lejos, un hermoso cisne que sangra

y canta mientras le torcéis el cuello.

De este modo conocería aquello de lo que no dudo:

el lugar donde el sueño interrumpirá mi ruta,

y si debo caminar mucho.

.

En efecto, os acostáis como un ángel níveo,

más que el bronce pesado, más ligero que el corcho,

sobre el amante cuyo espasmo al fin os alcanza²;

sobre vuestro fuego helado la carne deviene estatua,

pero, a la larga, hace falta, muerte, que me acostumbre

a recibiros en mi cama.

.

Vuestro deseo no conoce ni la edad ni el sexo,

ninguno de entre los más bellos que veja vuestro desdén;

pese a todo, vuestro amor atrae a los amantes.

Vuestro beso, a veces, los venga de una vergüenza,

o bien os acostáis entre los dos, bello ángel,

para oscuras satisfacciones.

.

Mejor que Venus, ¡oh muerte!, habitáis nuestras capas,

paráis nuestros corazones, atormentáis nuestras bocas,

nos cerráis los ojos y nos ensordecéis.

Dais a Venus un rostro ordinario,

porque, hasta donde creo gustaros,

tengo asimismo miedo del amor.

.

Rival de Venus, que me rompa y que me cosa

para siempre en las sábanas donde vuestro ángel me esposa;

que jamás me abandone, soy hijo de rey.

Y, acostado al revés, sintiendo su ala pegada,

me habla de usted, pero jamás me enseña

todo lo que dejo en al derecho.

.

 

1.- Vocabulaire fue publicado en 1922 por Las Éditions de La Sirène.

2.- Alusión a la nouvelle de Mérimee La Vénus d’Ille (1837), en la que una estatua de bronce estrangula al hombre que se había comprometido a casarse con ella.

 

 

LUIS ANTONIO DE VILLENA

 

 


El joven de los pendientes de plata




Llevaba días viéndole en el bar,
apoyado en la barra y bebiendo cerveza.
Jamás respondió a mis miradas
(que probablemente no viese) y cuando
pregunté a los parroquianos si sabían de él,
ninguno -ni los camareros- pudieron darme nuevas.
Apenas hablaba, y aunque joven de cierto,
parecía perdida su mente en lejanías,
como si algo le arrastrase hacia un remoto tiempo.
Moreno, con botas negras y chaquetón azul,
llevaba en coleta el pelo, y pendientes de plata.
Pero eran sus ojos sobre todo, sus profundos
y grandes ojos garzos, lo que más me impresionaba
en aquel hermoso y triste solitario de la barra.
No: La gente siguió sin saber nada. Y entonces
me decidí (suelo ser muy osado) y me acerqué
y le pregunté, invitándole a la par a otra
cerveza. Me miró sonriendo -sin sorpresa-
y tuvo la actitud del que concede, aunque
apenas dijera una palabra. Tras ciertos circunloquios
vanos, contestó que su oficio era el mar.
Que había viajado mucho, cambiado también
de empresa, y que en fin, estaba muy cansado.
Hablaba un español con acento entre holandés
y brasileño, y mientras decía y bebía (cordial siempre)
perseveraba su dejo de añorante distancia.
Le propuse si quería acompañarme a casa,
y beberse conmigo -oyendo música- la última cerveza.
Sonrió como quien ya supiera, y me hizo otro gesto
indicando la puerta. Mis amigos me vieron salir,
amedrentados, con aquel extranjero de pendientes argénteos.
Y cuando concluimos la cama y las cervezas,
y hablamos de aventuras y pasiones, y del amor
al riesgo, mientras se vestía (cuerpo delgado
y duro, cálido y cobrizo) torné a preguntarle quién era
y cómo se llamaba, pues nunca dijo el nombre.
Con un leve desdén en la boca perfecta,
me pidió dinero para pasar la noche y replicó
(abrochándose el cinturón y francamente hilarante):
Ya ves, tío, yo soy el último pirata del mar
los Sargazos.
Le contesté riendo: ¿Pero aún
queda alguno? Nosotros ya creíamos que todos habíais
muerto. Y entonces, con tristeza, tras tomar el billete,
y a punto de largarse, me miró suavemente:
Pequé con delirio en los mares de España. Adiós, chico.
No me permiten todavía que muera.
Y escuché el ascensor
el sonido del viento que en la calle silbaba.

 

CHRISTINA THATCHER

 

 

 

Lo que los periódicos omitieron

 


Mamá jalando a nuestro pastor alemán
fuera de las puertas del pórtico antes de destrozar

 

las ventanas para salvar a la tortuga: carbonizada,
antes de que el rescate estuviera completo.

 

Papá corriendo en calzoncillos sobre el zacate
luego abierto de brazos y piernas, empalidado en el césped.

 

Mi hermano llorando, llorando mientras los vecinos se detenían
con los ojos muy abiertos y murmurando

 

luego esa última llamada para mí
desde el otro lado del océano:

 

Traé el fuego con vos.
Dejá el resto atrás.