domingo, 20 de septiembre de 2015

GILBERTO OWEN




9. Adiós



Todo este día corrió
el tren por mi pensamiento.
Toda la noche su sirena
rayará mi desvelo.

Y no poder imaginar
el vértice hipotético
en que se une la vía, tan lejano.
Nunca, nunca podré beber el sueño
en la confluencia amarga de su grito
y mi sollozo, siempre paralelos
y persiguiéndose,
toda la noche, en mi desvelo.


De: Desvelo


SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ




En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
                                         
                                                       A la incompresión mundana



En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?
 
  Yo no estimo tesoros ni riquezas;
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi pensamiento
que no mi pensamiento en las riquezas.
 
  Y no estimo hermosura que, vencida,
es despojo civil de las edades,
ni riqueza me agrada fementida,
 
  teniendo por mejor, en mis verdades,
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.



MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA



  
Mis enlutadas



Descienden taciturnas las tristezas
al fondo de mi alma,
y entumecidas, haraposas, brujas,
         con uñas negras
         mi vida escarban.

De sangre es el color de sus pupilas,
de nieve son sus lágrimas,
hondo pavor infunden... Yo las amo
         por ser las solas
         que me acompañan.

Aguárdolas ansioso, si el trabajo
de ellas me separa,
y búscolas en medio del bullicio,
         y son constantes,
         y nunca tardan.

En las fiestas, a ratos se me pierden
o se ponen la máscara,
pero luego las hallo, y así dicen:
         -¡Ven con nosotras!
         vamos a casa.

Suelen dejarme cuando sonriendo
mis pobres esperanzas
como enfermitas, ya convalecientes,
          salen alegres
          a la ventana.

Corridas huyen, pero vuelven luego
y por la puerta falsa
entran trayendo como nuevo huésped
          alguna triste,
          lívida hermana.
Ábrese a recibirlas la infinita
tiniebla de mi alma,
y van prendiendo en ella mis recuerdos
           cual tristes cirios
           de cera pálida.

Entre esas luces, rígido, tendido,
mi espíritu descansa;
y las tristezas, revolando en torno,
            lentas salmodias
            rezan y cantan.

Escudriñan del húmedo aposento
rincones y covachas,
el escondrijo do guardé cuidado
           todas mis culpas,
           todas mis faltas.

Y hurgando mudas, como hambrientas lobas,
las encuentran, las sacan,
y volviendo a mi lecho mortuorio
           me las enseñan
           y dicen: habla.

En lo profundo de mi ser bucean,
pescadoras de lágrimas,
y vuelven mudas con las negras conchas
            en donde brillan
            gotas heladas.

A veces me revuelvo contra ellas
y las muerdo con rabia,
como la niña desvalida y mártir
            muerde a la arpía
            que la maltrata.

Pero enseguida, viéndose impotente,
mi cólera se aplaca.
¿Qué culpa tienen, pobres hijas mías,
            si yo las hice
            con sangre y alma?

Venid, tristezas de pupila turbia,
venid, mis enlutadas,
las que viajáis por la infinita sombra,
            donde está todo
            lo que se ama.

Vosotras no engañáis: venid, tristezas,
oh mis criaturas blancas,
abandonadas por la madre impía,
            tan embustera
            por la esperanza!

Venid y habladme de las cosas idas
de las tumbas que callan,
de muertos buenos y de ingratos vivos...
            Voy con vosotras,
            vamos a casa.


SALVADOR DÍAZ MIRÓN




Epístola
                                                                A Déltima *


Me hallo solo y estoy triste.
Tu viaje -que no maldigo
porque tú lo decidiste-,
me hundió en la sombra. ¡Partiste,
y la luz se fue contigo!

¡Somos, en este momento
en que el afán nos consume,
dos flores de sentimiento
separadas por el viento
y unidas por el perfume!

¡Ay de los enamorados
que están en diversos puntos
y viven -¡infortunados!-
con los cuerpos apartados
y los espíritus juntos!

Pero el mal de que adolece
nuestra pasión, que Dios veda,
en ti mengua y en mí crece.
¡Aquél que se va padece
menos que aquél que se queda!

Sufres, pero no ha de ser
cual tu ternura me avisa.
Tu dolor ha de tener
a menudo una sonrisa:
¡lo nuevo causa placer!

Mas yo, pobre abandonado,
no encuentro paz ni consuelo.
Desde que te has alejado
estoy ausente del cielo.
¡Sin duda te lo has llevado!

Extrañarás que hable así,
pero ¡qué quieres! te juro
que no miento. Para mí,
cuanto es halagüeño y puro
empieza y termina en ti.

Y fuera de ti, bien mío,
la infinita creación
no es más que un inmenso hastío:
¡el espantoso vacío
del alma y del corazón!

Tú resucitaste a un muerto.
Yo era -¡recuerdo importuno!-
algo monótono y yerto,
tal como un campo desierto
y sin accidente alguno.

¡Era un ente sin historia,
una conciencia en asomo,
cuando -¡esplendente memoria!-
tu presencia hizo en mí como
un cataclismo de gloria!

Derramaste en mi existencia
-en una mística esencia-,
la desgracia y la ventura,
el deleite y la tortura,
la razón y la demencia.

El ideal canta y gime:
es un abrazo que oprime.
Lo dichoso y lo funesto
constituyen lo sublime.
El amor está compuesto

de todas las agonías,
de todas las inquietudes,
de todas las armonías,
de todas las poesías
y de todas las virtudes.

Es el fanal y es la tea;
es el hálito que orea
y es el soplo que alborota;
es la calma que recrea
y es la tormenta que azota.

Es un galvánico efecto;
es lo rudo y es lo suave;
es lo noble y es lo abyecto;
es la flor y es el insecto;
es el reptil y es el ave.

Semejante al aluvión
resulta de la fusión
de la rastra y de la pluma,
de la hez y de la espuma,
del pétalo y del peñón.

Tu belleza seductora
dio un destello a mi ansia negra,
como el rayo que colora
pone en la nube que llora
el arcoiris que alegra.

Tu imagen grata y radiante
fue un rápido meteoro:
una hermosa estrella errante
que abrió en mi noche incesante
un ardiente surco de oro.

¡Lúgubre suerte me cabe,
contemplar un ígneo rastro!
¡Infeliz de mí! ¡Quién sabe,
si cuando el eclipse acabe,
veré como antes el astro!


*Déltima, anagrama de Matilde,
amor del poeta por muchos años




JOSÉ JUAN TABLADA



Un mono



El pequeño mono me mira...
¡Quisiera decirme
algo que se le olvida!



CARMEN ALARDIN





LLÉVAME ALLÁ DONDE LA FUENTE ES FUENTE,
no palabra o dolor que se renueva.
Llévame donde son nubes tus nubes
y no la vaguedad inalcanzable.
Llévame, te lo digo,
donde con la nostalgia de tus brisas
vuelve a nacer el mundo,
donde jamás se esconda entre la niebla
tu verdadero puerto.


De: Todo se deja así