viernes, 6 de enero de 2023


 

CHRISTIAN DÍAZ YEPES

 


 

Entré sin prisa a la ignorada región
donde todo era como en bajamar.
A un lado aquellas formas abiertas.
De frente la transparencia
y a lo hondo el murmullo del agua que te vas
tan libre para palpar cada cosa en lo hondo,
el mundo me apareció como el seno que acogía mis pasos
sin juzgar.
Era la plenitud de ser uno y hermano de todo.
El marjal
escanciando los rostros en sus tiempos.
Dios que no oprime pidiendo un precio por la libertad.
 
 
 

WHIGMAN MONTOYA DELER

 

 

Aplastacabezas

al pueblo eritreo, el más triste

 


Cada conato que se amasa es por aplastamiento.
El Cuerno del infierno dicta con mano dura.
Cuánta muerte ha salido a apisonar con martillo la vida de por vida.
Entre dos sierras, a paso de hoz
cuánto filo para segarte.
Si lo nuestro no es vida a pesar de la acacia, las gacelas
de tus desiertos, también míos
de mi mar en sangre y tu isla detenida
¿cómo huimos de esta necrosis?
Un país carga y se vacía en muertes sucesivas:
te capturan hasta vender tu vida
negociar el recate de tu segunda muerte y la tortura.
Da lo mismo si se llaman beduinos en el Sinaí
policías en Sudán, polleros en Juárez.
¡Trágame tierra!
La libertad puede encontrarse en otro mundo:
en el dedo del soldado etíope desalmado
en las costas de Libia o la Florida
hasta en Suecia, el otro mundo.
¡Y estar vivo!
 
 

PATRICIA GUZMÁN

  

 

 

El canto del pájaro renacido

ha de guiarnos hasta el relicario

y con júbilo,

deslizando cada cuenta entre sus alas,

ha de invitarnos a cantar

“Cuando fieros me invaden los malvados

para comer mi carne,

mis enemigos

resbalan y sucumben”

 

 

De: “El almendro florido”
 
 

KHAI Q. NGUYEN

 

 

ya te extraño yo mucho


mamá, ya te extraño yo mucho
aunque ahora estás aquí conmigo
en la mesa se quedan mi café y
tu proyecto del tejido
mamá, ¿recuerdas el rompecabezas
que jugamos cuando era pequeño?
¿recuerdas lo que era yo
en los primeros días que fui a la escuela?
¿recuerdas cómo lloraste
cuando te dije que partiría
que yo quiero a los hombres?
mamá, te extraño mucho
aunque ahora estás aquí conmigo
aun así extraño tu aroma
cuando volviste a la casa
tras tu trabajo
aun así extraño el perfume almizcleño
de tu piel
la primera cosa que sabía
en la mañana
ya extraño yo tus recetas
aunque aún así cocinas todos los días
mamá, ya te extraño yo mucho
porque un día no estarás aquí conmigo
 

 

JUAN JOSÉ CASTRO MARTÍN

  


 

La roca de Sísifo

(Albert Camus)

 


En la pugna entre la piel y la noche, el latido y el eco, la mirada y la luz, acecha la fiebre del horizonte donde la ebriedad abdica de esperanza. De la cosa al nombre el aire que nos une a lo celeste nos va envenenando. Desproporcionado soplo, entras al barro prisionero de los contrarios, perteneces a la criatura desgarrada entre el aniquilarse de las cosas y la permanencia entre los astros con el peligro de su fuego hermoso.

Donde todo lo acoges y en todo te vas quedando, te desdicen los anillos de los años; en tu evasión fuera de la luz topaste con el árbol de tu ayer, mientras prendías entre la transparencia y el cuerpo la antorcha de tu vivir desesperado.

¿Qué noche no nació bajo los párpados? ¿Qué carne no se opuso al cielo que aplasta o al bosque que en tu carrera pasa soñando sin ruido?

Cuerpo contenido en el discurso caníbal de sus horas, hacia la cumbre con la sed reciente del rocío empujas tu verdad cautivo de la pesada carga de existir sin ningún clamor, de decir para que el silencio te devore inmediatamente después, de luchar por el dolor de recibirlo todo y ser sólo su nostalgia.

Topaste con el árbol de tu delirio, brotó la noche de tus párpados y el silencio de tu cuerpo creció hacia el vacío hasta fundirse con la piedra. ¿Qué noche no nació bajo tus párpados?

Vive, Sísifo, en lo que te hiere. Otro fue quien emborronara en sus páginas.

 

CARLOS CALERO

 

 

 

Zapato

 

 

Cuando sabemos que el zapato carece de dueño existen laceraciones provocadas por el tiempo y dudamos sea el que utilizamos. Todo zapato tiene historias con las puntas rotas. Todo zapato tiene arrugas y me conforta. En todo zapato, bajo la memoria de la suela, existe un artesano quien nos muestra jornadas y noches que abominan a los zapatos. Pensamos que resultaría una fealdad terrible desecharlos. Siempre vemos más de algún zapato tirado en el fondo de un patio, distinto al que usaron las legiones y beduinos mientras dormían escuchando chacales, cuchicheos de astros o el zumbido de un sable contra el aire y sus cabezas. Toda zapatera tiene una biografía de rastros, un rincón del dormitorio donde respiran los grandes descubridores de la seda, el carbón, el fósforo, los bajeles, canes y felinos sin pelambre, o una gota de tregua entre los imperios y las guerras. En la memoria existen altares para los zapatos. Da Vinci no los olvidó al abordar un submarino. Estuvieron tras bastidores en sus autorretratos. Amstrong no sé si abrazó la ternura de la penumbra de nuestro satélite con un dios y el asombro, a diez metros de distancia, para imponerles un silencio de zapato. Un zapato me habla del lomo de una vaca argentina, inglesa, española o el toro desconsolado y oprimido por el secreto terrible en Creta. El zapato alza pañuelos, muerte, amores y puñales con flamencos, valses, congas, tangos, en la noche de las calzadas y las lunas. Los zapatos son Van Gogh y Andy Warhol bajo la luz rural de los girasoles o el alma del pop art con zapatos flotantes, ingrávidos. Pero el zapato que amo y uso nació de las manos de mi padre y el oficio del silencio donde cabía la geometría de la infancia y el recuerdo. Y con esos zapatos me entregué a la vida, tracé mi destino con líneas imprecisas, hasta encontrarme con los pasos donde otros zapatos nos dijeron que, antes de desecharlos, les inventáramos un nombre.