viernes, 14 de marzo de 2014

CHANTAL MAILLARD



Espejos


Duelen tantas cosas,
¡tantas!
Aquellas, por ejemplo, embadurnadas de azafrán,
que aprisionan espejos hastiados
de contornos y angustiosa ambigüedad.

Mirad cómo en ellos se alarga
el intangible volumen de la inexistencia,
mirad cómo se encogen los ecos
y se abalanzan, formando punteados
y guturales reflejos de la imagen;

mirad cómo el castigo
no se refleja, no se exhibe,
pero muerde, apuñala
y se derrama en jirones de vida
siguiendo el hilo de las canas
y los silencios arrugados
en los muslos de los viejos.

Mirad de qué extraños colores
se disfrazan los cristales
al repartirse los despojos
de un mundo soñado.

Ah, quién pudiera contemplarse
en espejos desiertos
y ser tan sólo aquello
que sueñan las ondas
cuando atraviesan, rozan, hexagonean...
y se dispersan.


De "Azul en Re Menor"

JORGE MANRIQUE

  

Coplas

  
En que pone el nombre de una dama; y comienza y
acaba en las letras primeras de todas las coplas.

¡Guay de aquel que nunca atiende
galardón por su servir!
¡Guay de quien jamás entiende
guarecer ya ni morir!
¡Guay de quien ha de sufrir
grandes males sin gemido!
¡Guay de quien ha perdido
gran parte de su vevir!

Verdadero amor y pena
vuestra belleza me dio,
ventura no me fue buena,
voluntad me cativó;
veros sólo me tornó
vuestro sin más defenderme;
virtud pudiera valerme,
valerme, mas no valió.

Y estos males que he contado,
yo soy el que los espera;
yo soy el desesperado,
yo soy el que desespera;
yo soy el que presto muera,
y no viva, pues no vivo;
yo soy el que está cativo
y no piensa verse fuera.

Oh, si aquestas mis pasiones,
oh, si la pena en que estó,
oh, si mis fuertes pasiones
osase descubrir yo!
¡Oh, si quien a mí las dio
oyese la queja dellas!
¡Oh, qué terribles querellas
oiríe que ella causó!

Mostrara una triste vida
muerta ya por su ocasión;
mostrara una gran herida
mortal en el corazón;
mostrara una sinrazón
mayor de cuantas he oído;
matar un hombre vencido,
metido ya en la prisión.

Agora que soy ya suelto,
agora veo que muero;
agora fuese yo vuelto
a ser vuestro prisionero;
aunque muriese primero,
a lo menos moriría
a manos de quien podría
acabar el bien que espero.

Cabo

Rabia terrible me aqueja,
rabia mortal me destruye,
rabia que jamás me deja,
rabia que nunca concluye;
remedio siempre me huye,
reparo se me desvía,
revuelve por otra vía
revuelta y siempre rehuye.

ENRIQUE GRACIA TRINIDAD




3. Carta de gato a uno de sus amores



Hice añicos la luna del espejo.
Ya no podía resistir más su respuesta miserable.
Cada vez que buscaba en su interior,
yo desaparecía, estabas tú.
Me decías:
“¡Qué viejo estás! ¿no te das cuenta?” 

Recogí los cristales diminutos,
teñidos con la sangre de mis manos.
Te los hice llegar envueltos en papel de celofán.
No acusaste recibo, pero
jamás podrás decir que no te regalé la Luna. 

De "Sin noticias de Gato de Ursaria"




SALVADOR RUEDA



Ramo de lirios


Porque de ti se vieron adorados,
tengo un vaso de lirios juveniles:
unos visten pureza de marfiles;
los otros terciopelos afelpados.
Flores que sienten, cálices alados
que semejan tener sueños sutiles,
son los lirios, ya blancos y gentiles,
ya como cardenales coagulados.
Cuando la muerte vuelva un ámbar de oro
tus largas manos de ilusión que adoro,
iré lirios en ellas a tejerte.
Y mezclarán sus tallos quebradizos
con sus dedos cruzados y pajizos,
¡que fingirán los lirios de la muerte!
           


JOSÉ HIERRO



Acelerando



Aquí, en este momento, termina todo,
se detiene la vida. Han florecido luces amarillas
a nuestros pies, no sé si estrellas. Silenciosa
cae la lluvia sobre el amor, sobre el remordimiento.
Nos besamos en carne viva. Bendita lluvia
en la noche, jadeando en la hierba,
trayendo en hilos aroma de las nubes,
poniendo en nuestra carne su dentadura fresca.
Y el mar sonaba. Tal vez fuera espectro.
Porque eran miles de kilómetros
los que nos separan de las olas.
Y lo peor: miles de días pasados y futuros nos separaban.
Descendían en la sombra de las escaleras.
Dios sabe a dónde conducían. Qué más da. 'Ya es hora
- dije yo -, ya es hora de volver a casa'.
Ya es hora. En el portal, 'Espera', me dijo. Regresó
vestida de otro modo, con flores en el pelo.
Nos esperaban en la iglesia. 'Mujer te doy'. Bajamos
las gradas del altar. El armonio sonaba.
Y un violín que rizaba su melodía empalagosa.
Y el mar estaba allí. Olvidado y apetecido
tanto tiempo. Allí estaba. Azul y prodigioso.
Y ella y yo solos, con harapos de sol y de humedad.
'Dónde, dónde la noche aquella, la de ayer...?' preguntábamos
al subir a la casa, abrir la puerta, oir al niño que salía
con su poco de sombra con estrellas,
su agua de luces navegantes,
sus cerezas de fuego. Y yo puse mis labios
una vez más en la mejilla de ella. Besé hondamente.
Los gusanos labraron tercamente su piel. AL retirarme
lo vi. Qué importa corazón. La música encendida,
y nosotros girando. No: inmóviles. EL cáliz de una flor
gris que giraba en torno vertiginosa.
Dónde la noche, dónde el mar azul, las hojas de la lluvia.
Los niños - quiénes son, que hace un instante
no estaban-, los niños aplaudieron, muertos de risa:
'Qué ridículos, papá. mamá'. 'A la cama', les dije
con ira y pena. Silencio. Yo besé
la frente de ella, los ojos con arrugas
cada vez más profundas. Dónde la noche aquella,
en qué lugar del universo se halla. 'Has sido duro
con los niños'. Abrí la habitación de los pequeños,
volaron pétalos de lluvia. Ellos estaban afeitándose.
Ellas salían con sus trajes de novia. Se marcharon
los niños - ¿por qué digo los niños? - con su amor,
con sus noches de estrellas, con sus mares azules,
con sus remordimientos, con sus cuchillos de buscar pureza
bajo la carne. Dónde, dónde la noche aquella,
dónde el mar... Qué ridículo todo: este momento detenido,
este disco que gira y gira en silencio,
consumida su música.


FRANCISCO BRINES



Ardimos en el bosque

  
¿Pero cómo saber, sin la mirada,
la hermosura del bosque, la grandeza del mar?

El bosque estaba tras de mí; lo conocían
mis oídos: el rumor de sus hojas,
la confusión del canto de sus pájaros.
Sonidos que venían de un remoto lugar.
Y el mar del otro lado, golpeando
la frente, sin rozarla,
cubriéndola de gotas. Era mi piel
quien descubría su frescura,
mi soñoliento olfato quien entraba en el pecho
su duro olor.
¿Pero cómo saber, sin la mirada,
la hermosura del bosque, la grandeza del mar?
Porque no había más, en el lugar del pecho,
que una extendida sombra.

(¿Mas qué frío candente mis párpados abrasa,
qué luz me desvanece, qué prolongado beso
llega hasta el mismo centro de la sombra?)

Joven el rostro era,
sus labios sonreían,
y el retenido fuego de su cuerpo
era quemada luz.
Entramos en el mar, rompíamos
el cielo con la frente,
y envueltos en las aguas contemplamos
las orillas del bosque,
su extensa fosquedad.
Miré, tendidos en la playa, el rostro:
contemplaba las nubes;
y el retenido fuego de su cuerpo
era un sombrío resplandor.
Penetramos el bosque, y en las lindes
detuvimos los pasos;
perdido, tras los troncos, miramos cómo el mar
oscurecía.
Tenía triste el rostro,
y antes que para siempre envejeciera
puse mis labios en los suyos.