viernes, 10 de febrero de 2012

CARLOS BARRAL




Prosa para un fin de Capítulo



Nuestras caras ahora,
según me vuelvo hacia ti desde el pie de la cama
y despuntan tus ojos
sobre la cumbre de tus rodillas abrazadas,
repiten una historia en que no entramos
sino con mucha aplicación.
                                            No basta

que tú sonrías
casi en un gris del cine, componiendo
anticipadamente tu recuerdo y ruedes
mejor que otros lo harían tu secuencia
tierna y salvaje, y tan banal, que escupen
sin tu permiso los espejos,

                                               mientras
las obediencias de mi mano palpan
la barra de metal como quien quiere
guardar su tacto cómplice,
                                               ex profeso
de escamoso oropel,
                                   cuando de veras
soy consciente del ritmo de las gotas,
miro las grecas del papel pintado,
sigo la curva noble de la sábana
que se diría atornillada;
                                        y cuando
eres de nuevo tú,
                               con qué distancia
te contemplo ya través
de qué lente invertida
                                        transparentes
de vidriada memoria-
                                      me detengo

en las rodillas que te escudan, juntas,
casi tiros de piedra amaestrada,
o animales heráldicos, lechuzas
de capitel,
con un ojo sin sueño y de amenaza.

Tus rodillas
que son tal vez hermosas, pero un género
en este instante de rigor, y un signo
que los pliegues por dentro multiplican:

Hueso a hueso, dobladas como ahora
pero en ángulo oblicuo las rodillas
de plumaje metálico, insolentes,
desde el crujiente cuero de los bares,
cuando la luz vacila y tintinean
las puertas empujadas con torpeza,

o al fondo del salón, en sus extremos
vagos,
con reflejos azules de armadura,
que parecen cautivas y se cruzan
como manos nerviosas y taladran
las Voces y la sombra hasta quedarse
pintadas en el Vaso que inclinaba,

o de luciente piedra en el desnudo
hermético a la orilla de un mar triste
con pelícanos blancos en las ramas,
o de arcilla arañada y como escrita
en una lengua familiar, quién sabe
si en un parque enjaulado y ya lejano

y en las salas de espera, y en los ojos
turbios de colegial, cuando se abrían
las portezuelas de los taxis, mientras
transcurren los minutos y los años
de penitencia nacional, los días
de enrejados y misas con banderas

y en la escuela o las cárceles las voces
se acordan vigiladas y miramos
la rodilla flexible bajo el yeso
celeste, apenas duro y transparente,
y que tiembla nerviosa en el continuo
crujir de escamas del reptil horrible.

Igual que las rodillas
                                       (a pesar
de este muro de exvotos soy tu público)
ágiles de jinete e inocentes
que trajiste dormidas a esta prueba
de tu modo de ser según modelos
y debieran temblar al aire libre
y en encuentros sin luna ni preguntas,
exentas de tu estatua, divididas
por la imperiosa bestia de tus años.

¿Quiénes hemos hablado y qué hemos hecho
-otros- en esta cama? ¿Para quiénes
escribes esta página ilustrada
con cuerpo tan gracioso y tan ajeno?

No pasaré de tus rodillas.
                                             Debo
cumplir con mi deber y sonreírte,
mirando de soslayo la cortina
para ver si Tiresias nos observa,
separarme despacio, detenerme
aún más desnudo ante el reloj, ponérmelo,

y encender sin placer un cigarrillo.


MANUEL MACHADO




El querer



En tu boca roja y fresca
beso, y mi sed no se apaga,
que en cada beso quisiera
beber entera tu alma.

Me he enamorado de ti
y es enfermedad tan mala,
que ni la muerte la cura,
¡bien lo saben los que aman!

Loco me pongo si escucho
el ruido de tu charla,
y el contacto de tu mano
me da la vida y me mata.

Yo quisiera ser el aire
que toda entera te abraza,
yo quisiera ser la sangre
que corre por tus entrañas.

Son las líneas de tu cuerpo
el modelo de mis ansias,
el camino de mis besos
y el imán de mis miradas.

Siento al ceñir tu cintura
una duda que me mata
que quisiera en un abrazo
todo tu cuerpo y tu alma.

Estoy enfermo de ti,
de curar no hay esperanza,
que en la sed de este amor loco
tu eres mi sed y mi agua.

Maldita sea la hora
en que contemplé tu cara,
en que vi tus ojos negros
y besé tus labios grana.

Maldita sea la sed
y maldita sea el agua,
maldito sea el veneno
que envenena y que no mata.

En tu boca roja y fresca
beso, y mi sed no se apaga,
que en cada beso quisiera
beber entera tu alma.

MARÍA ROSAL



Brindis

                                      Mala bestia el amor
                                           Mariano Roldán

Pongamos por ejemplo
que hoy es jueves.
Que un sol de plomo
cae tras los cristales
y recuerdo
tu mano en día de lluvia.
Digamos que estoy sola
y te deseo.
Que no hallo el escenario
donde acoplar tu imagen
con mi aliento.

Bebamos y brindemos
por la triste ironía
de estar vivos
y no poder amarnos.


JUAN DOMIGO ARGÜELLES




Ceiba

Para Coco, en Villahermosa

Recortada en el cielo
que aquí es mar
y es eterno

Como una llamarada
emerge Sobre el rio
la ceiba de Tabasco

desnuda,
pura,
incólume,

magno coral
a orillas del Grijalva,

explosión silenciosa
ante un vuelo de pájaros.


PEDRO GARFIAS




Primavera en Eaton Hastings


IX

A cada arbusto florido
ronda el viento enamorado:
le besa sobre las sienes
le lleva temblor de pájaros
le cuenta bellas historias
de vuelos imaginarios
hasta que el arbusto crece
a la altura de su llanto...

El viento tiene palabras
que no las comprende el árbol.