miércoles, 24 de septiembre de 2014

JOSÉ MARTÍ

 


Allí despacio te diré mis cuitas...
 


Allí despacio te diré mis cuitas,
¡Allí en tu boca escribiré mis versos!
¡Ven, que la soledad será tu escudo!
Ven, blanca oveja,
Pero, si acaso lloras, en tus manos
Esconderé mi rostro, y con mis lágrimas
Borraré los extraños versos míos,
¿Sufrir tú, a quien yo amo, y ser yo el casco
Brutal, y tú, mi amada, el lirio roto?
No, mi tímida oveja, yo odio el lobo,
Ven, que la soledad será tu escudo.

¡Oh! la sangre del alma, ¿tú la has visto?
Tiene manos y voz, y al que la vierte
Eternamente entre las sombras acusa.
¡Hay crímenes ocultos, y hay cadáveres
De almas, y hay villanos matadores!
Al bosque ven: del roble más erguido
Un pilón labremos, y ¡en el pilón
Cuantos engañen a mujer pongamos!

Esa es la lidia humana: ¡la tremenda
Batalla de los cascos y los lirios!
¿Pues los hombres soberbios, no son fieras?
Bestias y fieras! Mira, aquí te traigo
Mi bestia muerta y mi furor domado.
Ven, a callar, a murmurar, al ruido
De las hojas de Abril y los nidales.
Deja, oh mi amada, las paredes mudas
De esta casa ahoyada y ven conmigo
No al mar que bate y ruge sino al bosque
De rosas que hay al fondo de la selva.
Allí es buena la vida, porque es libre,
Y tu virtud, por libre, será cierta,
Por libre, mi respeto meritorio.
Ni el amor, si no es libre, da ventura.

¡Oh, gentes ruines, los que en calma gozan
De robados amores! Si es ajeno
El cariño, el placer de respetarlo
Mayor mil veces es que el de su goce;
Del buen obrar que orgullo al pecho queda
Y como en dulces lágrimas rebosa,
Y en extrañas palabras, que parecen
¡Aleteos, no voces! Y ¡qué culpa
La de fingir amor! ¡Pues hay tormento
Como aquel, sin amar, de hablar de amores!

¡Ven, que allí triste iré, pues yo me veo!
¡Ven, que la soledad será tu escudo!

 

 

RUBÉN DARÍO




Lo fatal

 

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
Y más la piedra dura porque esa ya no siente,
Pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
Ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
Y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
Y sufrir por la vida y por la sombra y por
Lo que no conocemos y apenas sospechamos,
Y la carne que tienta con sus frescos racimos,
Y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
Y no saber a dónde vamos,
Ni de dónde venimos.

 

 

ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ

 

Busca en todas las cosas un alma y un sentido...

 
Busca en todas las cosas un alma y un sentido
oculto; no te ciñas a la apariencia vana;
husmea, sigue el rastro de la verdad arcana,
escudriñante el ojo y aguzado el oído.

No seas como el necio, que al mirar la virgínea
imperfección del mármol que la arcilla aprisiona,
queda sordo a la entraña de la piedra, que entona
en recóndito ritmo la canción de la línea.

Ama todo lo grácil de la vida, la calma
de la flor que se mece, el color, el paisaje.
Ya sabrás poco a poco descifrar su lenguaje...
¡Oh divino coloquio de las cosas y el alma!

Hay en todos los seres una blanda sonrisa,
un dolor inefable o un misterio sombrío.
¿Sabes tú si son lágrimas las gotas de rocío?
¿Sabes tú qué secreto va contando la brisa?

Atan hebras sutiles a las cosas distantes;
al acento lejano corresponde otro acento.
¿Sabes tú donde lleva los suspiros el viento?
¿Sabes tú si son almas las estrellas errantes?

No desdeñes al pájaro de argentina garganta
que se queja en la tarde, que salmodia a la aurora.
Es un alma que canta y es un alma que llora...
¡Y sabrá por qué llora, y sabrá por qué canta!

Busca en todas las cosas el oculto sentido;
lo hallarás cuando logres comprender su lenguaje;
cuando sientas el alma colosal del paisaje
y los ayes lanzados por el árbol herido...

 

 

LEOPOLDO LUGONES




El canto de la angustia

 
 
Yo andaba solo y callado
Porque tú te hallabas lejos;
y aquella noche
Te estaba escribiendo,
Cuando por la casa desolada
Arrastró el horror su trapo siniestro.

Brotó la idea, ciertamente,
De los sombríos objetos:
El piano,
El tintero,
La borra de café en la taza,
y mi traje negro.

Sutil como las alas del perfume
Vino tu recuerdo.
lbs ojos de joven cordial y triste,
Tus cabellos,
Como un largo y suave pájaro
De silencio.
(Los cabellos que resisten a la muerte
Con la vida de la seda, en tanto misterio.)
Tu boca donde suspira
La sombra interior habitada por los sueños.
Tu garganta,
Donde veo
Palpitar como un sollozo de sangre,
La lenta vida en que te mece durmiendo.

Un vientecillo desolado,
Más que soplar, tiritaba en soplo ligero.
Y entre tanto,
El silencio,
Como una blanda y suspirante lluvia
Caía lento.

Caía de la inmensidad,
Inmemorial y eterno.
Adivinábase afuera
Un cielo,
Peor que oscuro:
Un angustioso cielo ceniciento.

Y de pronto, desde la puerta cerrada
Me dio en la nuca un soplo trémulo,
y conocí que era la cosa mala
De las cosas solas, y miré el blanco techo.
Diciéndome: «Es una absurda
Superstición, un ridículo miedo.»
Y miré la pared impávida.

Y noté que afuera había parado el viento.
¡Oh aquel desamparo exterior y enorme
Del silencio!
Aquel egoísmo de puertas cerradas
Que sentía en todo el pueblo.
Solamente no me atrevía
A mirar hacia atrás,
Aunque estaba cierto
De que no había nadie;
Pero nunca,
¡Oh, nunca habría mirado de miedo!
Del miedo horroroso
De quedarme muerto.

 

Poco a poco, en vegetante
Pululación de escalofrío eléctrico,
Erizáronse en mi cabeza
Los cabellos.
Uno a uno los sentía,
y aquella vida extraña era otro tormento.

 

Y contemplaba mis manos
Sobre la mesa, qué extraordinarios miembros;
Mis manos tan pálidas,
Manos de muerto.
y noté que no sentía
Mi corazón desde hacía mucho tiempo.
Y sentí que te perdía para siempre,
Con la horrible certidumbre de estar despierto.
y grité tu nombre
Con un grito interno,
Con una voz extraña
Que no era la mía y que estaba muy lejos.
Y entonces, en aquel grito,
Sentí que mi corazón muy adentro,
Como un racimo de lágrimas,
Se deshacía en un llanto benéfico.

 

RICARDO JAIMES FREYRE

 

Las hadas

 
Con sus rubias cabelleras luminosas,
en la sombra se aproximan. Son las Hadas.
A su paso los abetos de la selva,
como ofrenda tienden las crujientes ramas.

     Con sus rubias cabelleras luminosas
     se acercan las Hadas.

Bajo un árbol, en la orilla del pantano,
yace el cuerpo de la virgen. Su faz blanca,
su faz blanca, como un lirio de la selva;
dormida en sus labios la postrer plegaria.

     Con sus rubias cabelleras luminosas
     se acercan las Hadas.

A lo lejos por los claros de los bosques,
pasa huyendo tenebrosa cabalgata,
y hay ardientes resoplidos de jaurías
y sonidos broncos de trompas de caza.

     Con sus rubias cabelleras luminosas
     se acercan las Hadas.

Bajo el árbol en la orilla del pantano,
sobre el cuerpo de la virgen inclinadas,
posan, suaves como flores que se besan,
sus labios purpúreos en la frente blanca.

     Y en los ojos apagados de la muerta
     brilla la mirada.

     Con sus rubias cabelleras luminosas
     se alejan las Hadas.

A su paso, los abetos de la selva,
como ofrenda tienden las crujientes ramas.

     Con su rubia cabellera luminosa
     va la virgen blanca.

 

 

 

JOSÉ ASUNCIÓN SILVA




Al oído del lector

 
No fue pasión aquello,
Fue una ternura vaga
Lo que inspiran los niños enfermizos,
Los tiempos idos y las noches pálidas.

El espíritu solo
Al conmoverse canta:
Cuando el amor lo agita poderoso
Tiembla, medita, se recoge y calla.

Pasión hubiera sido
En verdad; estas páginas
En otro tiempo más feliz escritas
No tuvieran estrofas sino lágrimas.