lunes, 17 de agosto de 2015

MANUEL JOSÉ OTHON




Envío



En tus aras quemé mi último incienso
y deshojé mis postrimeras rosas.
Do se alzaban los templos de mis diosas
ya sólo queda el arenal inmenso.

Quise entrar en tu alma, y ¡qué descenso,
qué andar por entre ruinas y entre fosas
¡A fuerza de pensar en tales cosas,
me duele el pensamiento cuando pienso!

¡Pasó!... ¿Qué resta ya de tanto y tanto
deliquio? En ti, ni la moral dolencia
ni el dejo impuro ni el sabor del llanto.

Y en mí, ¡qué hondo y tremendo cataclismo!
¡Qué sombra y qué pavor en la conciencia,
y qué horrible disgusto de mí mismo!

 

ELSA WIEZELL


 

La voz



¿Será la voz escaso mediodía
o injerto malogrado de algun sueño?
Su copa vegetal y altiva
¿no será muerta?
¿Será de plenitud y amor logrado?

Encarnizado y solitario
corazón en tumulto,
¿serás la voz y el canto
de un dolor extranjero en la epidermis?

Serás la fiebre,
su crispación metálica.
Orbita de acantilado
ardiente y solo.
Serás...
un loco anhelo
y quince años ... !

 

 

RAFAEL ESPEJO


 

 

Madriguera

                                         Al alba, con el sol, la humareda
                       subía de la tierra como el vaho de un horno.
                                                        Carlos Martínez Rivas


Desde las mantas,
como el vaho de un horno,
sube su aliento rancio en la mañana:

huele a barro
el regusto lechoso y fermentado
de su sueño en la boca.

Con hilillo de baba
seca en la comisura de sus labios

y un sudor aceitoso surcándole la piel.
Las greñas enredadas.

(¿No desean lamerla, retozarse con ella
como serpientes entre hierbas altas?)

Así la quiero yo: hedionda,
envuelta en la placenta de los días;
presta para nacer entre mis brazos
con las primeras gotas de una luz
                                               que la persiana filtre
macerando sus ojos.

Así. Pura mujer. Sin trampas.
Pestilente. Fluvial.
Inmaculada.


De "El vino de los amantes"

 

 

RENATA DURÁN


 

No podría obligarte...



No podría obligarte
a no seguir tu sino.
Eso sería negarte
todo lo que de carne eres
y que somos.
Vete ya a acariciar
largos cuerpos,
distintos a este mío,
desde el cual te diviso,
viviéndome de adentro.
Tú vives desde afuera.
Con sólo ser tocado
ya existes.
Yo necesito más.
Quiero manos de amor,
sabias manos que
atraviesen la piel
de que estoy hecha,
y conozcan
la pura consistencia
de mi barro.

 

 

SILVINA OCAMPO


 

Los mosaicos
                                                          a M.C.B.




Si llevaran las lágrimas inscripto su dolor,
verías que no lloro, como parece, tanto;
si fueran piedras, vidrios grabados, en mi llanto
verías el favor que me hacen al correr,
con perfección y cuánto.

Te mostrarían, créeme, que sufrir nos depara
lugares y personas y objetos que están lejos;
y que la oscuridad pánica que vibra en sus reflejos
es transitable y clara,
y como la ilusión dentro de los espejos:

Similares figuras vimos en los mosaicos:
el Minotauro, Orfeo, las vírgenes en duelo,
sacrificios de Abraham, Venus, el asfodelo,
los rostros más arcaicos
de Daniel con los leones, en el muro, en el suelo.


 

 

ÓSCAR ACOSTA


 

La estrella


Sobre mi pecho abatido por los golpes
está tu estrella tibia, dolorosamente azul,
diríase un cielo toda ella.
No quiebra el agua su perfecta dulzura,
su sencillez es transparente y tiene
el uniforme brillo de la lluvia alta.
Déjame este lucero, este cuerpo celeste
sembrando sobre mi pecho lleno de golpes,
estás ya tan humilde que tu nombre
se puede decir con respeto y con pequeñas
letras de amor, dios mío.