lunes, 8 de octubre de 2018


OCTAVIO PAZ





Arcos



¿Quién canta en las orillas del papel?
Inclinado, de pechos sobre el río
De imágenes, me veo, lento y solo,
De mí mismo alejarme: letras puras,
Constelación de signos, incisiones
En la carne del tiempo, ¡oh escritura,
Raya en el agua!

Voy entre verdores
Enlazados, voy entre transparencias,
Río que se desliza y no transcurre;
Me alejo de mí mismo, me detengo
Sin detenerme en una orilla y sigo,
Río abajo, entre arcos de enlazadas
Imágenes, el río pensativo.
Sigo, me espero allá, voy a mi encuentro,
Río feliz que enlaza y desenlaza
Un momento de sol entre dos álamos,
En la pulida piedra se demora,
Y se desprende de sí mismo y sigue,
Río abajo, al encuentro de sí mismo.


JAIME SABINES





Tu tienes lo que busco



Tú tienes lo que busco, lo que deseo, lo que amo,
tú lo tienes.
El puño de mi corazón está golpeando, llamando.
Te agradezco a los cuentos,
doy gracias a tu madre y a tu padre,
y a la muerte que no te ha visto.
Te agradezco al aire.
Eres esbelta como el trigo,
frágil como la línea de tu cuerpo.
Nunca he amado a una mujer delgada
pero tú has enamorado mis manos,
ataste mi deseo,
cogiste mis ojos como dos peces.
Por eso estoy a tu puerta, esperando.


ROSARIO CASTELLANOS





Amanecer



¿Qué se hace a la hora de morir? ¿Se vuelve
la cara a la pared?
¿Se agarra por los hombros al que está cerca y oye? ¿Se echa uno a correr, como el que tiene
las ropas incendiadas, para alcanzar el fin?

¿Cuál es el rito de esta ceremonia?
¿Quién vela la agonía? ¿Quién estira la sábana?
¿Quién aparta el espejo sin empañar?

Porque a esta hora ya no hay madre y deudos.

Ya no hay sollozo. Nada, más que un silencio atroz.

Todos son una faz atenta, incrédula
de hombre de la otra orilla.

Porque lo que sucede no es verdad.


De: “Lívida Luz”



CLAUDIA LÓPEZ





ojos



 estos labios tinta roja                          tus ojos me escogieron
los llevaste                            desde una urna de cristal
para probar                            con piel imborrable
algodón dulce                         en mi lengua
tus dedos en mi aliento                sonidos tibios
hasta la grieta                     desde mi piel
              más  húmeda                   siempre
adentro            afuera

en lo más estrecho
de mi sombra

tu lengua
mira            besa
entra




JOSÉ EMILIO PACHECO





La flecha



No importa que la flecha no alcance el blanco
Mejor así
No capturar ninguna presa
No hacerle daño a nadie
pues lo importante
es el vuelo la trayectoria el impulso
el tramo de aire recorrido en su ascenso
la oscuridad que desaloja al clavarse
vibrante
en la extensión de la nada


LEOPOLDO AYALA


  


Hablándole al Che
(Fragmentos)



Ha llegado la hora de explicarte.
Me quito esta certeza tuya con palabra a lo
futuro.
Que se abra la puerta de tu muerte un instante,
que se abran todas las puertas
y brote de sus muros quien no murió y fue
enterrado sobre sus labios.

(…)

Haz muerto.
Muerto dicen los que llevan los brazos de tu
muerta alegría.
Muerto después de días de incesante caza
bien armada a tus ideas.
Muerto de tus dedos muertos.
Muerto de tus ansias.
Muerto ignorando la sombra de un dios que odia
por no confundir ser su misma medida
y arrancar en paño intento de su imagen
lo que tiene de veras.

Suena a golpe todo esto,
también el hacha de oficio del soldado que corta
tus manos suena a golpe
y corta las de mi país
y a cadáver suena dentro de ti.
Tantos gestos jóvenes amontonados en todas
partes
ya dejan de ser desiertos
y desvinculan su terror en deseo de un deseo
casi aventura del impulso de morir.
Son el blanco certero a tus fulgores,
Comandante.
Son tu ropa que huella a lo largo
la demencia que dejaste fuga a tu espalda.
Son la sordera del egoísmo que no tocó tu
cuerpo.
Son tus zapatos de trabajo y tierra, Guevara.

(…)

Ven a ocupar tanto sitio,
que padezca el asesino de América la mirada
que te ha dañado
y que quede en el hombre tu mirada.
Qué amor o qué muerte pueden dejar de existir
del todo.
No te entierro Comandante.
No te entierro.
Sólo un puñado de tierra arrojo a la herida
definitiva de tu pecho
que balancee todo el amor que te compartió.


(México, 1939)