miércoles, 5 de julio de 2017


ANTONIO PORCHIA




Mis ojos, por haber sido puentes, son abismos.


JORGE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ




Conversación con mi madre



Nos encontramos bien, estables
sobre los huesos del cansancio.
Tu padre sale cada día
a jugar ajedrez, y pierde
más vista y habla menos. Yo
ya hice la paz con la insulina.
Sus ochenta veranos tratan
de parecer un poco alegres.
La oigo a nueve mil kilómetros,
muy cerca y distante. Su voz
bruñe los techos esmeralda
de las mezquitas. Han llamado
a la oración. La tarde agrieta
los minaretes de Rabat.
La imagino en los escalones
rojos de la entrada, esperando
a que mi hermano y yo lleguemos
del colegio para abrazarnos.
La veo zurcir las rodillas
rotas de nuestros pantalones,
la miro hermosa al ir de fiesta
llenando el aire de perfume,
sus “vitaminas para el alma”.

Hace calor, dice, Torreón
todo es un horno. Duermo poco
y me levanto con la débil
luz del alba hacia este dolor
con marcapasos. Mis amigas
se han marchitado y quedan pocas.
Son muchos años, sólo vivo
para aguardar no sé qué. Desde
un túnel de arena y de sombras
pregunta luego por mis hijos,
por su salud y sus trabajos;
después lamenta no haber visto
cómo los dos se hicieron jóvenes
y fuertes. Contiene el sollozo
al preguntarme por mi vida,
por mi visita postergada,
si estoy comiendo bien, si duermo
las ocho horas o persisto
en desvelarme con un libro.

Sube la luna y se alza el chergüi
reseco del Sáhara, escucho
su respirar del otro lado;
sobre mi corazón, le digo:
estamos bien los dos, estables.
Pienso en su próxima pregunta
pendiente del hilo. Y me callo.


ISABEL FRAIRE




día de verano
hilo de araña plateado meciéndose
puente delgado y tenso
contra un azul profundo blancas nubes
verde claro e intenso contrastado con sombras
pasó la primavera se aproxima el invierno
vuela un pájaro un ladrido se oye en la distancia
mientras el sol
aquí calienta
nada por ahora se mueve
el hilo de la araña se destaca meciéndose
frágil
resistente
tendido
de lo oscuro a lo oscuro


EFRÉN REBOLLEDO




Tú no sabes lo que es ser esclavo



Tú no sabes lo que es ser esclavo
De un amor imperioso y ardiente,
Y llevar un afán como un clavo,
Como un clavo metido en la frente.
Tú no sabes lo que es la codicia
De morder en la boca anhelada,
Resbalando su inquieta caricia
Por contornos de carne nevada.
Tú no sabes los males sufridos
Por quien lucha rendido y que ruega,
Y que tiene los brazos tendidos
Hacia un cuerpo que nunca se entrega.
Y no sabes lo que es el despecho
De pensar en tus formas divinas
Revolviéndose solo en su lecho
Que el insomnio ha sembrado de espinas.


De: ”Hilo de Corales”



JESÚS MUNÁRRIZ




Quedar



Quedar, quedar, quedar, como enterrados
vivos a los que va faltando el aire,
esta única obsesión: sobrevivir
cuando la nada acabe con nosotros.

Quedar, quedar, quedar, dejar un rastro
de que un día existimos, fuimos alguien,
vengarnos del callar definitivo
con este grito que llamamos arte.

Quedar, quedar, quedar, sobrevivir
aunque sea tan sólo unos segundos,
como enterrados vivos cuyas huellas
arañan la madera de la caja en que yacen.


De: "Esos tus ojos"




JOSÉ MANUEL ARCE




Séptimo



Tus nobles manos buenas.
Tus manos dulces sobre mi veneno.
Qué llamas tibias, compañera,
entre agujas de invierno.
Qué dos brasas serenas.
En ellas el milagro que sólo mi alma y yo sabemos.
El cielo limpio en ellas.
Pósalas, compañera, como dos alas médicas
sobre el turbio hemisferio
de mi cabeza.
Sobre el dolor que tengo
de no ser Dios y sobre mis tormentas,
posa tus manos dulces de silencio,
quietas de amor, grávidas y eternas.
Siembra la fe en mi frente igual que un trigo bueno
con tus manos morenas.
Puerto de paz tus manos en mi pecho.
Como dos puertos son, como dos puertas
luminosas al cielo
que siempre están abiertas.

Soy el marino loco, ebrio de viento.
Vengo del mar oscuro, compañera.
a sal me sabe el sueño.
Traigo las manos viejas.
Soy tu marino amargo que vuelvo de los mares de los muertos
con la proa encendida y encendidas las velas
tras apagar los fuegos de San Telmo.
Vengo a tus manos plenas,
a tu profundo pecho
terrestre y generosa, compañera.
Vengo
al puerto de tus manos que es la tierra
firme en que tengo
hijo y cosecha,
amor, fuego
de hogar, semilla plena,
jubiloso arado, pecho tranquilo y fuerte, raíz, suelo,
agua clara y noble sal para mi mesa.
Y limpio, casto don para mi lecho.

¡Qué llamas tibias, qué brasas serenas,
qué dulces alas de sereno vuelo
tus manos en mi alma, compañera!

Queda mi arboladura en este suelo.
Mi ancla en esta tierra.