"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
sábado, 31 de marzo de 2018
ENRIQUE GONZÁLEZ ROJO
No es posible entrar dos veces en el mismo río
No es
posible derramar dos veces el mismo lloro.
Los
ojos peregrinan, con el tiempo bajo el brazo,
hasta
ser un asilo de dos niñas
ancianas.
Centellean
su eterna distinción con el pretérito,
tomándole
instantáneas a la nada
cada
vez que al pestañear nos dejan ver
añicos
de la muerte.
Eternamente
nuevas, las lágrimas
redondean
segundos
para
hacer una clepsidra de aflicciones.
Hasta
es factible a veces
oír el
delicado tic tac del parpadeo.
Imposible
vivir dos veces en la misma carne.
Y esto
lo sabe bien el que, aunque no es un anciano,
sí es
un hombre de cierta edad,
entrado
ya en nostalgias.
Y
también el que carga la inscripción en cada palma
de tan
prolongada línea de la vida
que
desborda la mano y se le enmaraña
en
todas las arrugas.
Las
manos habitadas empiezan a inquietarse
y su
tranquilidad se les llena de hormigas.
El
viejo sólo empuña firmemente,
como un
pez apresado,
un
temblor incesante
que
resulta incapaz de sacudirse
la
pátina numérica del tiempo.
No es
posible besar dos veces la misma boca:
hasta
Penélope,
que tejía
su fidelidad todas las noches,
que, al
sustraer su cuerpo en mil maneras
al
tacto pretendiente,
recorría
asimismo su odisea,
y
obtenía en su lecho,
abrazada
a la ausencia de su esposo,
el
orgasmo espiritual de cumplir con la palabra
empeñada,
le
entregó a Ulises,
cuando
éste pudo tornar al fin
a la
Itaca más íntima de la boca conyugal,
diferentes
labios, sonrisas extranjeras,
senos
acuñados en distintos moldes,
piernas
que envejecieron no sólo en las rodillas.
No
podemos cantar dos veces la misma copla.
Ni el
disco se nos raya en algún punto,
como
una idea fija de sonidos,
para
trazar en él
el
signo circular
de lo
perpetuo.
No es
posible cantar la misma copla.
No es
posible acariciar dos veces los mismos pechos.
Ni
acurrucarnos en sus círculos
pensando
que nuestra eternidad
tiene
pezones.
Si se
exigiera hacer su biografía,
desde
el punto en que les ponen las manos del deseo
sus
corpiños de tacto,
cuando
hay alguien que sufre
dos
senos de temperatura,
al día
en que la leche se les curva
y ponen
en la encía de su niño
la
dentición licuada de lo blanco,
tendría
que decirse:
cuando
niña,
a la
mujer se le diluyen
en la
indistinción de sexos de su tórax;
adolescente,
salen
en busca del tacto
y
abandonan
la unidad
de su pecho de pequeña
a favor
del dualismo que adivina
que las
caricias se hacen a dos manos.
Cuando
anciana, advendrá
un
deshielo de senos
como
alforjas despojadas ya de todos los años por
venir.
Y eso
nos hace ver
que no
es posible acariciar dos veces idéntico placer
si
sabemos
que el
tiempo está palpando la epidermis,
esculpiendo
su vejez a fuerza de caricias.
No
podemos jugar dos veces al mismo juego.
Yo no
pude lograrlo
al
jugar, cuando niño, al escondite,
juego
en que me escondía hasta perderme.
Ni pude
conseguirlo
con
aquella peonza que giraba en la palma de mi mano
como
una paloma en torbellino
que
picoteaba ahí su equilibrio.
Ni lo
alcancé tampoco
cuando,
en el ajedrez, que se rodea
de una
atmósfera que huele a pensamiento,
advierto
que de pronto
soy un
alfil más inteligente que tú,
tiendo
republicanas trampas a tu reina
en el
tablero de batalla,
y salgo
triunfante en una lucha
en que
la meditación
fue mi
pólvora.
El
hombre que frente al reloj
recuerda
su trayecto,
se
lanza la memoria a las espaldas,
se
desanda a sí mismo hasta que advierte
la raíz
de esa
flor de tic tac que es el presente,
sabe
que no podemos entrar dos veces en el mismo
río.
Nuevas
aguas ahogan las pasadas,
del
pretérito oleaje ya no queda
sino un
débil recuerdo, en vías de esfumarse,
prendido
como náufrago a la astilla
que
perdura del barco sumergido.
Dos
veces no podemos.
No
existe una sola ancla, con su puñado de tierra firme,
frente
al fluir del tiempo
las
cuentas de no acabar de su rosario.
Y en el
caso de haberla
no
sería dos veces la misma ancla,
pues el
reloj desborda
sólo
momentos irrepetibles
que
dejan la grabación efímera en el viento
de sus
huellas digitales.
No es
posible entrar dos veces en el río
porque,
con sólo mojarse,
mi
cuerpo es unos segundos
más
viejo que antes era,
y
siento que, fugaz,
la
espuma a mi cabello lo deja encanecido.
Dos
veces no es posible entrar al agua
aunque
el reloj, mojado, se nos pare
fingiendo
una escultura de lo eterno.
Ni es
posible tampoco
porque
cuando después
el baño
se abandona,
la
arrugada vejez que hay en las yemas
muestra
que hemos sumergido las manos en el
tiempo.
No es
posible leer dos veces al mismo Heráclito.
IBN ZAYDÚN
¡Despréciame!
¡Despréciame!, he de sufrirlo;
¡ríñeme!, tienes razón;
¡huye!, te sigo; ¡habla!, te escucho;
¡ordena!, tu esclavo soy.
JORGE CADAVID
El tiempo
Las
horas blancas
de las
nubes
sobre
el pueblo
Las veo
pasar como un rebaño
Ahora
reconozco en esos procesos
el
abrazo armónico del tiempo
La luz
nos obliga a mantenernos
en un
continuo pastoreo.
CONCHA URQUIZA
Primavera
Hoja a hoja la tierna primavera
el verdor de los campos restituye
y, desatado de los hielos, huye
el arroyo burlando la pradera.
Despierto ayer a la canción primera,
el salvaje gorrión el ala intuye
y por la luz que se derrama y fluye
sube y baja la escala pajarera.
Ya la amapola su fulgor deshoja
y el dientecillo su dorada pluma;
todo a la fiesta del color se arroja;
sólo en el claro azul, que nada bruma,
flota una nube desgarrada y floja
cual recinto brevísimo de espuma.
9 de septiembre, 1944
Hoja a hoja la tierna primavera
el verdor de los campos restituye
y, desatado de los hielos, huye
el arroyo burlando la pradera.
Despierto ayer a la canción primera,
el salvaje gorrión el ala intuye
y por la luz que se derrama y fluye
sube y baja la escala pajarera.
Ya la amapola su fulgor deshoja
y el dientecillo su dorada pluma;
todo a la fiesta del color se arroja;
sólo en el claro azul, que nada bruma,
flota una nube desgarrada y floja
cual recinto brevísimo de espuma.
9 de septiembre, 1944
NARCÍS COMADIRA
RAMON DE CAMPOAMOR
La virtud del
egoísmo
Si anoche no estuve, Flora,
a adorar tu talle hermoso,
es porque soy virtuoso
y me da sueño a deshora.
¡Pecadora!
Ya le contaré a tu madre
que, porque amo mi quietud
y salud,
dijiste hoy a mi compadre:
«¡Qué egoísta es la virtud!»
¿Cómo he de ir con fe no escasa
a ver tus ojos serenos,
si hay cien pasos por lo menos
desde mi casa a tu casa?
Y, ¿qué pasa
al hallarnos frente a frente?...
¿Qué?...tú mientes sin guarismo;
yo lo mismo.
El no ir, por consiguiente,
¿es virtud o egoísmo?
Verbi gratia, el otro día,
al verte de mi amor harta,
puse un bostezo de a cuarta
entre un «paloma» y un «mía» .
Es falsía
la de bostezar amando;
mas si hoy, con más pulcritud
y quietud,
no he ido a amar bostezando,
¿fue egoísmo o fue virtud?
Desde hoy no vuelvo a tu edén
a tomar, Flora, el sereno:
si es por egoísmo, bueno;
y si es por virtud también.
Sí, mi bien:
esto haré por mi salud,
aunque diga tu cinismo
que es lo mismo
la gloria de la virtud
que el triunfo del egoísmo.
Si anoche no estuve, Flora,
a adorar tu talle hermoso,
es porque soy virtuoso
y me da sueño a deshora.
¡Pecadora!
Ya le contaré a tu madre
que, porque amo mi quietud
y salud,
dijiste hoy a mi compadre:
«¡Qué egoísta es la virtud!»
¿Cómo he de ir con fe no escasa
a ver tus ojos serenos,
si hay cien pasos por lo menos
desde mi casa a tu casa?
Y, ¿qué pasa
al hallarnos frente a frente?...
¿Qué?...tú mientes sin guarismo;
yo lo mismo.
El no ir, por consiguiente,
¿es virtud o egoísmo?
Verbi gratia, el otro día,
al verte de mi amor harta,
puse un bostezo de a cuarta
entre un «paloma» y un «mía» .
Es falsía
la de bostezar amando;
mas si hoy, con más pulcritud
y quietud,
no he ido a amar bostezando,
¿fue egoísmo o fue virtud?
Desde hoy no vuelvo a tu edén
a tomar, Flora, el sereno:
si es por egoísmo, bueno;
y si es por virtud también.
Sí, mi bien:
esto haré por mi salud,
aunque diga tu cinismo
que es lo mismo
la gloria de la virtud
que el triunfo del egoísmo.
viernes, 30 de marzo de 2018
LUCIANA JAZMÍN CORONADO
El oso
cuando
te visitaba
dormía en el cuarto de servicio
con un osito,
el único juguete
que por la pena que me daba
le puse tu nombre, Daniel
dormía en el cuarto de servicio
con un osito,
el único juguete
que por la pena que me daba
le puse tu nombre, Daniel
Daniel
duele, padre, está vivo en mí
Daniel es dulce
pero adentro es carnívoro
duele como el viento en las pestañas
Daniel es dulce
pero adentro es carnívoro
duele como el viento en las pestañas
duele
papá Daniel
el espejo tuyo en mí
la obra hecha de sal
duele papá pero no sangro
dejo el fondo mío
en el aljibe
me espanto ante tu rostro viejo
tus ojos de telarañas, papá
duele aquello que se tiende
sin tacto sobre mí
el espejo tuyo en mí
la obra hecha de sal
duele papá pero no sangro
dejo el fondo mío
en el aljibe
me espanto ante tu rostro viejo
tus ojos de telarañas, papá
duele aquello que se tiende
sin tacto sobre mí
papá he
dicho
no vuelvas a mirarme
recito hasta sentir tu muerte;
cada palabra te deshace
de mí finalmente
no vuelvas a mirarme
recito hasta sentir tu muerte;
cada palabra te deshace
de mí finalmente
padre
de viento
podrás esperar lívido
este poema
podrás esperar lívido
este poema
marcaré
tu ataúd
con tiza
tu ataúd
con tiza
bordaré
tu ropa
con
poemas te haré
palabras en la boca
palabras en la boca
entraré
despacio, papá
despacio, papá
para no
molestarte
EZRA POUND
El desván
Ven, apiadémonos de los que tienen más fortuna que nosotros.
Ven, amiga, y recuerda
que los ricos tienen mayordomos en vez de amigos,
y nosotros tenemos amigos en vez de mayordomos.
Ven, apiadémonos de los casados y de los solteros.
La aurora entra con sus pies diminutos
como una dorada Pavlova,
y yo estoy cerca de mi deseo.
Nada hay en la vida que sea mejor
que esta hora de limpia frescura,
la hora de despertarnos juntos.
Ven, apiadémonos de los que tienen más fortuna que nosotros.
Ven, amiga, y recuerda
que los ricos tienen mayordomos en vez de amigos,
y nosotros tenemos amigos en vez de mayordomos.
Ven, apiadémonos de los casados y de los solteros.
La aurora entra con sus pies diminutos
como una dorada Pavlova,
y yo estoy cerca de mi deseo.
Nada hay en la vida que sea mejor
que esta hora de limpia frescura,
la hora de despertarnos juntos.
Versión de Javier Calvo
MINERVA MARGARITA VILLARREAL
Sabiduría
Ah, el
amor, mi Catulo,
el amor
que me juras eterno
más
tarde lo sabré
derramado
en las
piernas de Filis.
DANIEL MIRANDA TERRÉS
Los ojos de mi hermana
Beatriz
se han
tornado amarillos
como si
fueran los de un lobo
que por
dentro le devora las entrañas.
Beatriz
es la más débil de todos,
sin
razón alguna amanece enferma,
lleva
su orina a los doctores;
atesora
medicamentos.
Beatriz
le teme a la radiación
y a los
implantes,
dice
que tiene mala sangre.
Sueña
con flores amarillas
como
sus ojos.
NATALIA GÓMEZ
14
Desde
este lado de la pared
Tu alma
está
Intacta
Me
recuesto
Boca
abajo
Giro tu
cuerpo
Respiro
tu alma
Beso tu
rostro
Muere
la razón
Estalla
la ciudad
Se abre
Siendo
nosotros
Mi
sangre está atrapada
En la
estirpe de una urbe
Esta
alma que aspiro
No es
el alma
Es la
razón
Es el
hombre.
GERARDO FLORES
III
¿Para
qué le sirven al hombre los días felices,
las
noches tranquilas,
la vida
en paz?
Al
hombre para qué le sirve tanta alegría
o
demasiada vida,
si es
el corazón quien siente
toda la
maldad, quien busca la venganza,
quien
clava los cuchillos sobre el alma
de
quien odia.
Sólo el
corazón es quien dicta las sombras y la luz.
De: “Passionaria”
jueves, 29 de marzo de 2018
LILIANA BELLONE
Jaculatorias
Te
encontré
Aquella
tarde dorada del otoño
Y desde
aquella tarde
Todas
las tardes
En tu
celda
Amada
Jardín
cerrado
Dijiste
Y tu
voz me enseñó la poesía
Definitiva
De la
luz
Encienden
las velas
Atardece
Ahora
la luz todo lo invade
¿Oyes
las plegarias?
Estamos
acá aguardándote
GABRIELA D’ARBEL
…luego me sentí muy
triste
como si todo el mundo
se
hubiera muerto por mi
culpa…
Antonio Pérez
Todo visto desde el carrete.
Película
de16 fotos por segundo,
acampó
en mi mente
con
movimientos acelerados.
Es como
si un trak amenazador
se
hubiera escuchado dentro
del
reloj biológico.
24
cuadros por segundo y la llaga
brota
desfasada. El arañazo de
un gato
en la cara. Una
corriente
eléctrica. (…) Nada.
JEANNETTE CLARIOND
El viento
desmoronaba el barro,
vértigo, dolor era ese viento
en su descenso:
el encuentro
con la primera voz:
la muerte.
El muro de raíz sedienta
rasga cielos
de aquella hora.
De nuevo brotarán
salmos
palabras destejiendo
sobre el espejo.
Apenas el agua circundó la tierra
en su centro
se abrieron cavidades:
el viento devoró las copas de los cedros,
los nidos, el rostro de aquella voz.
Creer, crear la oración
que nombre su presencia,
el misterio
de su alma desprendida.
Cielo esta boca, hojas
la orilla,
el río congelado
y la tierra del recuerdo
evaporando
su fragmento de piel.
Mi ser,
mi ser errante,
mi ser,
miseria entrando,
mi ser
silueta.
Lo que no fui, siendo
afina su sombra.
Ceguera: ahí estarás.
Desde lo hondo
al viento
la dispersa ruina.
Morir, morir dentro
del árbol
al aire y lumbre
florecido.
Hija del hambre,
tus pasos segará
la pétrea luna.
Voces, voces distantes,
espejos,
palabras piedra:
Todo antes de la noche.
Hay una luz
en su aliento
de árbol,
pájaros
de aquella tarde
en fuego revestida
sobre los huertos.
Luz
el aliento del árbol.
Pájaros,
hombres,
en esa estancia herida.
Amar la luz
de aquella nube de ceniza,
los once túneles,
las huellas de las bestias,
caminos que entre las humaredas
caen del cielo.
Tierra dispersa de semilla,
guarda la salvación,
el silencio en la piedra,
la mirada del río en su sollozo.
Tierra dispersa de ceniza,
guarda la salvación,
ama la luz de aquella nube,
los límites,
el alba.
Van los hombres y las cosas
hacia la estancia primera.
La travesía es la voz.
Del monzón de arenas
emerge lo olvidado,
el polvo se levanta
en pequeños círculos.
Van a la entrada
del silencio.
A lo largo
la quietud,
la sagrada quietud
del sueño que los sueña.
ALFREDO R. PLACENCIA
El Cristo de Temaca
I
Hay en la peña de Temaca un Cristo.
Yo, que su rara perfección he visto,
jurar puedo
que lo pintó Dios mismo con su dedo.
En vano corre la impiedad maldita
y ante el portento la contienda entabla.
El Cristo aquel parece que medita
y parece que habla.
¡Oh…! ¡qué Cristo
éste que amándome en la peña he visto...!
Cuando se ve, sin ser un visionario,
¿por qué luego se piensa en el Calvario...?
Se le advierte la sangre que destila,
se le pueden contar todas las venas
y en la apagada luz de su pupila
se traduce lo enorme de sus penas.
En la espinada frente,
en el costado abierto
y en sus heridas todas, ¿quién no siente
que allí está un Dios agonizante o muerto
¡Oh, qué Cristo, Dios santo! Sus pupilas
miran con tal piedad y de tal modo,
que las horas más negras son tranquilas
y es mentira el dolor. Se puede todo.
II
Mira al norte la peña en que hemos visto
que la bendita imagen se destaca.
Si al norte de la peña está Temaca,
¿qué le mira a Temaca tanto el Cristo?
Sus ojos tienen la expresión sublime
de esa piedad tan dulce como inmensa
con que a los muertos bulle y los redime.
¿Qué tendrá en esos ojos? ¿En qué piensa?
Cuando el último rayo del crepúsculo
la roca apenas acaricia y dora,
retuerce el Cristo músculo por músculo
y parece que llora.
Para que así se turbe o se conmueva,
¿verá, acaso, algún crimen no llorado
con que Temaca lleva
tibia la fe y el corazón cansado?
¿O será el poco pan de sus cabañas
o el llanto y el dolor con que lo moja
lo que así le conturba las entrañas
y le sacude el alma de congoja…?
Quien sabe, yo no sé. Lo que sí he visto,
y hasta jurarle con mi sangre puedo,
es que Dios mismo, con su propio dedo,
pintó su amor por dibujar su Cristo.
III
¡Oh mi roca…!
la que me pone con la mente inquieta,
la que alumbró mis sueños de poeta,
la que, al tocar mi Cristo, el cielo toca!
Si tantas veces te canté de bruces,
premia mi fe de soñador, que has visto,
alumbrándome el alma con las luces
que salen de las llagas de tu Cristo.
Oh dulces ojos, ojos celestiales
que amor provocan y piedad respiran;
ojos que, muertos y sin luz, son tales
que hacen beber el cielo cuando miran.
Como desde la roca en que os he visto,
de esa suerte,
en la suprema angustia de la muerte
sobre el bardo alumbrad, Ojos de Cristo.
I
Hay en la peña de Temaca un Cristo.
Yo, que su rara perfección he visto,
jurar puedo
que lo pintó Dios mismo con su dedo.
En vano corre la impiedad maldita
y ante el portento la contienda entabla.
El Cristo aquel parece que medita
y parece que habla.
¡Oh…! ¡qué Cristo
éste que amándome en la peña he visto...!
Cuando se ve, sin ser un visionario,
¿por qué luego se piensa en el Calvario...?
Se le advierte la sangre que destila,
se le pueden contar todas las venas
y en la apagada luz de su pupila
se traduce lo enorme de sus penas.
En la espinada frente,
en el costado abierto
y en sus heridas todas, ¿quién no siente
que allí está un Dios agonizante o muerto
¡Oh, qué Cristo, Dios santo! Sus pupilas
miran con tal piedad y de tal modo,
que las horas más negras son tranquilas
y es mentira el dolor. Se puede todo.
II
Mira al norte la peña en que hemos visto
que la bendita imagen se destaca.
Si al norte de la peña está Temaca,
¿qué le mira a Temaca tanto el Cristo?
Sus ojos tienen la expresión sublime
de esa piedad tan dulce como inmensa
con que a los muertos bulle y los redime.
¿Qué tendrá en esos ojos? ¿En qué piensa?
Cuando el último rayo del crepúsculo
la roca apenas acaricia y dora,
retuerce el Cristo músculo por músculo
y parece que llora.
Para que así se turbe o se conmueva,
¿verá, acaso, algún crimen no llorado
con que Temaca lleva
tibia la fe y el corazón cansado?
¿O será el poco pan de sus cabañas
o el llanto y el dolor con que lo moja
lo que así le conturba las entrañas
y le sacude el alma de congoja…?
Quien sabe, yo no sé. Lo que sí he visto,
y hasta jurarle con mi sangre puedo,
es que Dios mismo, con su propio dedo,
pintó su amor por dibujar su Cristo.
III
¡Oh mi roca…!
la que me pone con la mente inquieta,
la que alumbró mis sueños de poeta,
la que, al tocar mi Cristo, el cielo toca!
Si tantas veces te canté de bruces,
premia mi fe de soñador, que has visto,
alumbrándome el alma con las luces
que salen de las llagas de tu Cristo.
Oh dulces ojos, ojos celestiales
que amor provocan y piedad respiran;
ojos que, muertos y sin luz, son tales
que hacen beber el cielo cuando miran.
Como desde la roca en que os he visto,
de esa suerte,
en la suprema angustia de la muerte
sobre el bardo alumbrad, Ojos de Cristo.
DAVID ESCOBAR GALINDO
Todos los minutos llevan a este día
El viejo Patriarca,
que todo lo abarca,
se riza la barba de príncipe asirio…
Herrera y Reissig
que todo lo abarca,
se riza la barba de príncipe asirio…
Herrera y Reissig
El
vuelo de las gaviotas -silencioso y perfecto-
Me hizo sentir por vez primera el gozo agudo -casi aroma recóndito-
de la inmensidad;
Supe allí que lo inmenso es la categoría interior de cada uno de los minutos,
Antesala de infinitud que puede ser el amor o la muerte,
Graciosas florescencias de este agitado vilo de la sangre.
Y lentamente me fui acercando al mar que sopla día y noche,
Con los ojos oscurecidos por el pulso devorador del más íntimo verde,
Respirando la luz como una esencia histórica, fruto diluido de los actos
de amor que a todos nos preceden,
Desde todos los rumbos de la sombra plural, sentida y encarnada,
Que alumbra con su música las soledades de nuestros instintos;
Y esto -dicen los entendidos- es la nostalgia de la generación,
El sabor que desgasta la lengua al entreabrir los ojos mientras llueve
sobre los suaves huesos del zodíaco.
Pero no quiero parecer un deudo: la alegría de regresar de un viaje incógnito me produce un orgasmo
Igual que la conciencia de navegar por época tan llena de semejantes ofendidos;
Placer y dolor en alternancia de sístole y diástole,
Hasta que de tanto pensar el existir se alimenta de sus propias
espumas,
Perfecto mar de áspera transparencia.
¿Será visible mi cara entre los alambres de una conversación
vanamente esperada?
Lo único que puedo afirmar es el origen de mi pulso,
Su desembocadura rigurosa,
Y desde aquí, desde la negación de la nada,
Desde el azogue de las instrucciones,
Pensando de repente en los brazos alzados de una mujer que vuela llameando hacia mi pecho de piedra sofocada,
Desde aquí se levantan los ojos que iluminan la intimidad del propio ser lanzado al mundo
con sólo un par de rígidas tijeras,
como si nadie velara en secreto
y la vida por fin tuviera nombre, y se llamara vena, prisa, luna,
estupor de la blanca saliva,
destino -la palabra que ya no existe en las tesis doctorales-.
Tal es la inmensidad, caer en uno mismo, sin perder los pequeños amores del vecindario y la confianza,
acotaciones del deber social que va tejiendo con palabras y actos su tela
de púrpura,
desfogue sideral de la rutina, más bello que cualquier poema contra
la fantasía o el desajuste de los precios;
porque en la gota de sal que estas palabras sueltan para los escuchas
hay un síntoma rotundo que es el sabor de lo que historia fue
y pulsa como vida y va en camino de naturaleza,
el saber del minuto que se bebe sus rayos, exactamente como el mar se camina en silencio oscureciéndose
en la iluminación de la paciencia.
Fuego transido que se confunde con la respiración -así es el mar-,
oficio entre cuyas alas se anima alguna forma de esplendor apolíneo, memoria de las flores multiplicadas
por millones bajo mi cabeza;
y si no fuera suficiente, la encarnación de este tiempo es el vuelo sordo de la gaviota, la decepción de los pergaminos
que se consumen al solo nombre de un viento marginal;
pacíficamente, los ideólogos copan las salidas, llenan los puestos de revistas con retratos de líderes,
el mar está en peligro de morir,
“también se muere el mar”,
así concluyen su audiencia apocalíptica la Ciencia y la Poesía,
las organizaciones más influyentes escriben con letras de oro
“Derechos Humanos” en los cartapacios de los oradores,
ah la cultura de los espejos espejismos,
la lucha personal desde el seno de arena,
saca el aire una mano y se la comen los vilanos -antiguos protagonistas
de fábulas para contarse en el alféizar-,
y sólo queda el sonido de mar como estatua animosa del juicio,
ánima cruel en su hamaca sagrada;
ya nada ceja hasta invadirme, nadie,
pero cada quien es mayor que todo lo que pueda vencerle,
encadenarle,
más aún si se trata de este golpe de terminal racionalismo,
sacudida del tiempo que se proclama “edad de transición”, umbral del pleno sueño”,
“apertura de todos los espacios humanos”,
¿y dónde sangro yo, pertinaz minotauro, si el eterno retorno es una alegoría de gaviotas?
Así fue como estoy,
así será como viví,
obra que se reencuentra sin descanso,
nudo de los resúmenes corales,
e igual les pasa a los que se detienen a respirar el aire del océano bajo, dominador oscuro, incestuoso,
de todo lo que es aún visible,
hasta aprender el sacrificio de la mariposa que se traga el insecto más amargo,
con tal que el pájaro que la devore vomite sin remedio,
inasible pureza,
crucial inmensidad.
Me hizo sentir por vez primera el gozo agudo -casi aroma recóndito-
de la inmensidad;
Supe allí que lo inmenso es la categoría interior de cada uno de los minutos,
Antesala de infinitud que puede ser el amor o la muerte,
Graciosas florescencias de este agitado vilo de la sangre.
Y lentamente me fui acercando al mar que sopla día y noche,
Con los ojos oscurecidos por el pulso devorador del más íntimo verde,
Respirando la luz como una esencia histórica, fruto diluido de los actos
de amor que a todos nos preceden,
Desde todos los rumbos de la sombra plural, sentida y encarnada,
Que alumbra con su música las soledades de nuestros instintos;
Y esto -dicen los entendidos- es la nostalgia de la generación,
El sabor que desgasta la lengua al entreabrir los ojos mientras llueve
sobre los suaves huesos del zodíaco.
Pero no quiero parecer un deudo: la alegría de regresar de un viaje incógnito me produce un orgasmo
Igual que la conciencia de navegar por época tan llena de semejantes ofendidos;
Placer y dolor en alternancia de sístole y diástole,
Hasta que de tanto pensar el existir se alimenta de sus propias
espumas,
Perfecto mar de áspera transparencia.
¿Será visible mi cara entre los alambres de una conversación
vanamente esperada?
Lo único que puedo afirmar es el origen de mi pulso,
Su desembocadura rigurosa,
Y desde aquí, desde la negación de la nada,
Desde el azogue de las instrucciones,
Pensando de repente en los brazos alzados de una mujer que vuela llameando hacia mi pecho de piedra sofocada,
Desde aquí se levantan los ojos que iluminan la intimidad del propio ser lanzado al mundo
con sólo un par de rígidas tijeras,
como si nadie velara en secreto
y la vida por fin tuviera nombre, y se llamara vena, prisa, luna,
estupor de la blanca saliva,
destino -la palabra que ya no existe en las tesis doctorales-.
Tal es la inmensidad, caer en uno mismo, sin perder los pequeños amores del vecindario y la confianza,
acotaciones del deber social que va tejiendo con palabras y actos su tela
de púrpura,
desfogue sideral de la rutina, más bello que cualquier poema contra
la fantasía o el desajuste de los precios;
porque en la gota de sal que estas palabras sueltan para los escuchas
hay un síntoma rotundo que es el sabor de lo que historia fue
y pulsa como vida y va en camino de naturaleza,
el saber del minuto que se bebe sus rayos, exactamente como el mar se camina en silencio oscureciéndose
en la iluminación de la paciencia.
Fuego transido que se confunde con la respiración -así es el mar-,
oficio entre cuyas alas se anima alguna forma de esplendor apolíneo, memoria de las flores multiplicadas
por millones bajo mi cabeza;
y si no fuera suficiente, la encarnación de este tiempo es el vuelo sordo de la gaviota, la decepción de los pergaminos
que se consumen al solo nombre de un viento marginal;
pacíficamente, los ideólogos copan las salidas, llenan los puestos de revistas con retratos de líderes,
el mar está en peligro de morir,
“también se muere el mar”,
así concluyen su audiencia apocalíptica la Ciencia y la Poesía,
las organizaciones más influyentes escriben con letras de oro
“Derechos Humanos” en los cartapacios de los oradores,
ah la cultura de los espejos espejismos,
la lucha personal desde el seno de arena,
saca el aire una mano y se la comen los vilanos -antiguos protagonistas
de fábulas para contarse en el alféizar-,
y sólo queda el sonido de mar como estatua animosa del juicio,
ánima cruel en su hamaca sagrada;
ya nada ceja hasta invadirme, nadie,
pero cada quien es mayor que todo lo que pueda vencerle,
encadenarle,
más aún si se trata de este golpe de terminal racionalismo,
sacudida del tiempo que se proclama “edad de transición”, umbral del pleno sueño”,
“apertura de todos los espacios humanos”,
¿y dónde sangro yo, pertinaz minotauro, si el eterno retorno es una alegoría de gaviotas?
Así fue como estoy,
así será como viví,
obra que se reencuentra sin descanso,
nudo de los resúmenes corales,
e igual les pasa a los que se detienen a respirar el aire del océano bajo, dominador oscuro, incestuoso,
de todo lo que es aún visible,
hasta aprender el sacrificio de la mariposa que se traga el insecto más amargo,
con tal que el pájaro que la devore vomite sin remedio,
inasible pureza,
crucial inmensidad.
De: "Discurso secreto"
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