jueves, 3 de diciembre de 2020

RÉMY DE GOURMONT

 


 

La Iglesia

 

 

Simone, me parece bien. Los ruidos de la noche 
son dulces cual un cántico cantado por niños;
la oscura iglesia semeja un viejo «manor»;
las rosas tienen un grave aroma de amor e incienso.

Me parece bien, iremos muy serios, lentamente
nos saludará la gente que regresa de los prados.
Abriré la valla a tu paso
y el perro nos seguirá un buen rato con sus ojos tristes

Mientras tú reces, yo soñaré en los hombres .
que construyeron estos muros, el campanario, la torre,
la pesada nave semejante a una bestia de carga,
cargada con el peso de nuestros pecados cotidianos.

Cuando regresemos, Simone, será noche cerrada;
semejaremos fantasmas bajo los abetos,
pensaremos en Dios, en nosotros, en muchas cosas;
en el perro que nos aguarda, en las rosas del jardín.

 

Versión de L. S.

 

SAMUEL BECKETT

 

 


 

 


6. Música de la indiferencia...

 

 

música de la indiferencia
corazón tiempo aire fuego arena
del silencio desmoronamiento de amores
cubre sus voces y que
no me oiga ya
callarme



KARLA GÓMEZ

 

 


 

SUPONGAMOS, tú y yo
regresamos al vientre,
tú veinte años atrás,
yo hace treinta años.
Divididas ambas en el tiempo,
envueltas en una hoja
y nuestra vida aún no comienza.
Nadie nos conoce.
Una piel dentro de otra piel dentro de otra piel.
Y nuestra madre,
escucha la voz de su padre y de su madre,
y nos llama,
como ella un día fue anunciada.

 

FERNADO CHARRY LARA

  

 

 

Fantasma




Esbelta sombra dulce, sombra con ademán de entrega,
cuerpo en forma de cielo y sueño, reposas en el aire,
rompes el silencio con el corazón a borbotones,
pero me dejas en suspenso, extraña.
sólo palpitación, sólo deseo,
hallazgo imprevisto de mi destino ignorado.

Como distancia enlunada y desierta,
así de soledad y palidez te imagino, así
te construye mi pensamiento, me llegas, te amo.
Lo impenetrable de mi ser creas a tu imagen misma,
mas sólo existes
en el temblor y fascinación ante tu llamarada oscura,
en esta nube en desvelo o cárcel solitaria de mi frente,
y en el recuerdo también
de aquel salón con alas en que duerme el hermano muerto
y un vuelo repentino esas alas, esa ráfaga fría.

Yo no sé descender sino a ti misma, viva,
sin hallar jamás la huella bajo tus pies de otra música
sino solamente el trote,
la desesperación de desencadenados caballos nocturnos.

¿Es sólo un lamento que huye
ese cuerpo tuyo por el que sueño y muero?
¿La luz que te ciñe y persigue
en esa sombra por la que vaga desierta mi caricia?
Sin embargo tu desnuda sombra es dulce,
fantasma, como yo, ¡de polvo y nostalgia!
y si aparte de esta avidez en llamas
fueras leve criatura al lado,
junto a ti el aire a tu paso como ángeles serían blancas, blandas espadas,
un diluvio, a lo lejos, un caer de invisibles, inmóviles relámpagos.

Yo no sé, yo no sé por qué mi mano anhelante,
por qué la obstinación de mi mano como un mar de noche y sin reposo,
no te encuentra finalmente, o mi beso, al rozar esta sombra,
al contemplarte a solas, oh tú creada de pensamiento mío,
si no en el atardecer de un desdeñoso juego de espejos,
rodeada por la música del día y soles y avenidas,
pero de pronto la evidencia
de no ser ni haber sido,
de no ser silencio,
solamente vacío.

 

 

De: "Los adioses"



INGEBORG BACHMANN

 

 

 

Explícame, amor 




Tu sombrero se levanta despacio, saluda, y vuela al viento, 
tu cabeza desnuda enamora a las nubes, 
tu corazón tiene que hacer en otra parte, 
tu boca asimila lenguas nuevas, 
la hierba tembladera menudea por aquí, 
el verano apaga y enciende los ásteres con un soplo, 
ciego por los copos levantas el rostro, 
ríes y lloras y te hundes en ti, 
qué más ha de ocurrirte - 

¡Explícame, amor! 

El pavo con solemne asombro hace la rueda, 
la paloma levanta su collar de plumas, 
el aire se dilata repleto de arrullos, 
grita el ánade, el país entero 
se sirve de la miel silvestre, también en el sereno parque 
los arriates están enmarcados con un polvo dorado. 

El pez se ruboriza, adelanta a la bandada 
y se precipita entre grutas al lecho de coral. 
Al son de la música de la arena plateada baila tímido el escorpión. 
El escarabajo huele de lejos a la más espléndida; 
¡si yo tuviera sus sentidos, notaría también 
que brillan alas bajo el caparazón de ella, 
y tomaría el camino del fresal lejano!

¡Explícame, amor! 

El agua sabe hablar, 
la ola toma a la ola de la mano, 
en la viña el racimo se hincha, salta y cae. 
¡Cuán confiado sale el caracol de su casa! 

¡Una piedra sabe conmover a otra! 

Explícame amor, lo que no sé explicar: 
¿trataré durante este tiempo corto y hostil 
únicamente con pensamientos y sólo yo 
no conoceré ni haré nada afectuoso? 
¿Tiene uno que pensar? ¿No le echarán de menos? 

Dices: otro espíritu cuenta con él... 
No me expliques nada. Veo a la salamandra 
pasar por todos los fuegos. 
Ningún horror la persigue y nada le causa dolor.



De: "Invocación a la Osa Mayor"
Versión de Cecilia Dreymüller y Concha García

 

WALLACE STEVENS

 

 


Dominación del negro

 



En la noche, junto al fuego,
Los colores de los arbustos
Y de las hojas muertas,
Se repetían a sí mismos
Girando en el cuarto,
Como las hojas
que giran en el viento.

Sí: pero el color de los robustos abetos
Llegó a grandes zancadas
Y recordé el trino de los pavorreales.

Los colores de sus colas
Eran como el de las hojas
Que giran en el viento,
En el viento crepuscular,
Pasaron rápido por el cuarto,
Como si descendieran hacia tierra
De las robustas ramas de los abetos.
Los escuché gritar – a los pavorreales.
¿Fue acaso un grito contra el crepúsculo?
¿O contra las hojas mismas
Que giraban en el viento,
Giraban como las llamas
Retorcidas en el fuego,
Giraban como las colas de los pavorreales
Retorcidas en el estridente fuego,
Estridente como los abetos
Henchidos de gritos de pavorreales?
¿O fue un grito contra los abetos?

Por la ventana,
Vi cómo se reunían los planetas
Igual que las hojas
Que giraban en el viento.
Vi como caía la noche,
A grandes zancadas como el color de los robustos abetos.
Tuve miedo
Y recordé el grito de los pavorreales