miércoles, 29 de octubre de 2025


 

FABIÁN GUERRERO OBANDO

 

 

X

 


Es para peor. No siempre lo adviertes

 

Es para peor. No siempre lo adviertes,

Pero cada vez te haces más lento

Más bajo

Más débil.

 

Sientes que la presión sanguínea aumenta.

 

Es la de tu observador privado

Que camina dentro

Y empeora contigo.

 

El siguiente paso ya es concertado.

 

 

De: “Tardía calma”

 

JUAN MARCELINO RUIZ

 

 

 

Dos

 

 

Llueve

del techo se descuelgan

gota a gota retazos del insomnio

se van empapando el piso y la hora once.

Mi ángel guardián

sacude sus plumas enfadado,

derrama la tinta y la impaciencia,

lo arrojo

tres palmos más allá de la ventana;

busca refugio

escupe unas palabras sucias.

Las manecillas

se vuelven una sola

en el punto más alto de la esfera

 

De: “Números Negros”

 

 

HOMEIRA TARI

 

  

 

Huimos como animales de todas partes,

De Irán que descansa en el horror

De Iraq que se quema en el fuego del dragón

De Londres que se entretiene con trozos de muertos

De los EE.UU. que genera la muerte con sutileza

 

Vamos, por todas partes como animales

En la selva de la democracia

En los cactus de la modernidad

En los pozos negros de la religión

 

Versión de Hebert Abimorad

 

GAVIN GEOFFREY DILLARD

 

  

 

Le dije

que me gustaba

estar solo

 

y

se mudó conmigo  

por el desafío  

 

 

Me besó

yo no lo estaba mirando

 

mis ojos se abrieron

 

 

Ahora nos besamos en

cada mirada

 

un comportamiento compulsivo

en el mejor de los casos

 

 

De: “Apuntes maritales”

Versión de Sebastián Escobar Torres

 

 

RODOLFO HÄSLER

 

  

Ciudad Juárez

 

 

Caminando por la ancha avenida, en dirección norte,
el paso lento y cimbreado, las manos en los bolsillos
del estrecho pantalón vaquero, azul como las largas piernas.
La cadera prieta por el cinturón incitaba a la lectura
de dos inciciales entrelazadas en plata, trofeo ostentoso y viril
que anunciaba vete a ver qué locura desbocada,
allí mismo, en un oscuro lugar, verde y amarillo sobre el metal
quemante de tanto manoseo.
Saliendo del Kentucky el aire achicharraba a los insectos
y la noche ya oscura lucía su oferta cercana a la frontera,
de un lenguaje incisivo de resabio tex-mex,
el alohol verdoso, la madre de las margaritas,
apremiante ligereza para la voluntad vencida.
No podía imaginar el cielo cuya luna es un sombrero stetson
blanco, lo único puro que asiente en mi cabeza.
De nuevo en el bar las chicas nos sirven guacamole, fajitas,
machaca norteña, y mientras traen más bebidas
y nos obsequian con dulzura humillada,
sus largas uñas buscan surcos en la carne de la espalda.
El paladar ansioso de ardiente chipotle
rumia palabras enredadas que no puedo pronunciar,
válidas no más para una noche arrebatada, inesperada,
noche rabiosa y cruel bajo el polvo del desierto.

 

 

ROGELIO SAUNDERS

 

  

El camino a casa

 

 

Vivir la vida,

¿no es cruzar un campo?

Perplejo ante

la abrumadora

sabiduría de los muros,

trató

de volver la vista

atrás, hacia

su vida

oscura o clara como un

túnel. Deslumbrado

por el sol de invierno.

Olvidado como

el yermo espacio de juncos

entrelazados sin futuro

con la tierra negra.

El largo,

desmesurado camino inexplicable.

El hombre-simio recorriendo

con terror los campos desiertos,

el espacio infinito,

entre centelleos,

entre gritos

de devastación

salidos

de bocas pálidas,

de mudas,

sigmoideas cabezas repetidas.

No había nada.

No hubo nada.

Sólo

la casa vacía, el

vacío espejeo

de las manos. El sórdido

ajetreo alegre de papeles

revoloteando alrededor

del hacha. Los lentos

y feos edificios curvados

bajo el denso cielo.

El camino de hierro

final, el vertiginoso

fracaso. El humo

de los ojos que,

preguntando,

parpadean.

Un balbuceo

como de niño que sueña.

Un dedo que ondula

en el vaho. El paso

urgente no sujeto al hogar,

fortuito

como un beso:

esa cara

es la mía.

En la multiplicidad

del rezo,

la boca sueña.

Hay más cristales enterrados

debajo de los cimientos

del puente,

de los que puede contar

el ojo del hombre.

Todos los días

son el mismo día.

Todos los rayos

parten en dos el mismo ojo

que gotea.

La mano restaña

la herida del ave

con desgano

o reluctancia.

El caminante grita perplejo.

Cae como un badajo el:

«No he vivido ahora».

Pero, ¿quién ha vivido?

Nadie sabe

a dónde va la mano.

La boca

habla para sí misma.

El sordo sonido sacude

los pastos amargos.

híbridos, sin oportunidad.

El ilusorio cristal vuelve,

la historia

se repite.

Llegado a un alto

casi final al absurdo

pataleo o carrera,

todo se levanta

como un gran muro invisible

fabricado por fantasmas.

¿Cuál era tu casa?

¿Quién hizo

todo esto?

¿Para qué? ¿Cuándo?

Ritmo uniforme que va segando

las pálidas,

orgullosas cabezas

con aburrimiento

metódico,

al término de un aquelarre

descolorido,

digno del movimiento

sin defensa.

Látigo acabado en codo que cruza

la cara: el quebrado,

irreconstruíble

espejo.

Las absurdas palomas

pegadas

como manos

al cristal fallido.

El sordo

goteo en la

vastedad vacía

de la ajena casa,

construida por nadie

para nada.

El silencioso

páramo de los sueños

cruzado

por el relámpago

de la risa.

El miedo

antiguo como la voz pánica

que canta sola.

Escalofrío

del shakuhashi.

¿De qué trataba

todo esto?

La madera se curva

vencida por el peso

del agua.

La erizada

cercanía de los campos

y su imposible sueño.

El movimiento

ridículo como una

escaramuza.

Confusión

amarga o

meramente ingloriosa

de noche y día.

Noche y día

las manos en la cabeza.

Los pies

sobre la tierra cruda.

Diez mil años

para saber esto,

con certeza de brocal.

Nuestra vida es como una

batalla

entre los cuernos

de una serpiente.

Los huesos entrechocan

en la mano inmóvil.

El final

no es amargo

ni sórdido.

Es como una

conversación junto a la ventana.

La oblicuidad

del cuello

lo dice todo.

Hay un ojo despiadado que mira

desde la contraventana.

Ojo de pájaro.

Ojo inmóvil que de

limita.

Creeríamos

que estamos enfermos

sólo hoy?

Qué sólo

hoy supura, jadeando,

la garganta,

rehén de lo desconocido

en pos del desviado ojo?

Oh las flores

de papel.

Oh el rostro

acanalado.

Todavía

corre pero ya

sin el salvaje miedo,

pues lo desconocido ha sido

sepultado por la grisura

de las ciudades.

El tren sigue su marcha,

borrando la encorvada espalda

o lomo

engrosado de escarmiento.

Pero el ojo,

mudo en su cuenca,

abultado de horror,

sigue fijo en el aire,

en el espeso

jarabe de sueño y nada,

viendo la huella roja del camino

y el trazo

fulgurante del relámpago.

Libre y muerto para siempre bajo

los pálidos,

derrumbados abedules.