viernes, 26 de octubre de 2018


OCTAVIO PAZ





Primavera a la Vista



Pulida claridad de piedra diáfana,
lisa frente de estatua sin memoria:
cielo de invierno, espacio reflejado
en otro más profundo y más vacío.

El mar respira apenas, brilla apenas.
Se ha parado la luz entre los árboles,
ejército dormido. Los despierta
el viento con banderas de follajes.

Nace del mar, asalta la colina,
oleaje sin cuerpo que revienta
contra los eucaliptos amarillos
y se derrama en ecos por el llano.

El día abre los ojos y penetra
en una primavera anticipada.
Todo lo que mis manos tocan, vuela.
Está lleno de pájaros el mundo.


JAIME SABINES





Te desnudas igual…



Te desnudas igual que si estuvieras sola
y de pronto descubres que estás conmigo.
¡Cómo te quiero entonces
entre las sábanas y el frío!

Te pones a flirtearme como a un desconocido
y yo te hago la corte ceremonioso y tibio.
Pienso que soy tu esposo
y que me engañas conmigo.

¡Y como nos queremos entonces en la risa
de hallarnos solos en el amor prohibido!
(Después, cuando pasó, te tengo miedo
y siento un escalofrío.)

ROSARIO CASTELLANOS




  
Valium 10



A veces (y no trates
de restarle importancia
diciendo que no ocurre con frecuencia
se te quiebra la vara con que mides
se te extravía la brújula
y ya no entiendes nada

El día se convierte en una sucesión
de hechos incoherentes, de funciones
que vas desempeñando por inercia y por hábito.

Y lo vives. Y dictas el oficio
a quienes corresponde. Y das la clase
lo mismo a los alumnos inscritos que al oyente.
Y en la noche redactas el texto que la imprenta
devorará mañana.
Y vigilas (oh, sólo por encima)
la marcha de la casa, la perfecta
coordinación de múltiples programas
—porque el hijo mayor ya viste de etiqueta
para ir de chambelán a un baile de quince años
y el menor quiere ser futbolista y el de en medio
tiene un póster del Che junto a su tocadiscos—.

Y repasas las cuentas del gasto y reflexionas,
junto a la cocinera, sobre el costo
de la vida y el ars magna combinatoria
del que surge el menú posible y cotidiano.

Y aún tienes voluntad para desmaquillarte
y ponerte la crema nutritiva y aún leer
algunas líneas antes de consumir la lámpara.

Y ya en la oscuridad, en el umbral del sueño,
echas de menos lo que se ha perdido:
el diamante de más precio, la carta
de marear, el libro
con cien preguntas básicas (y sus correspondientes respuestas) para un diálogo
elemental siquiera con la Esfinge.

Y tienes la penosa sensación
de que en el crucigrama se deslizó una errata
Que lo hace irresoluble.

Y deletreas el nombre del Caos. Y no puedes
dormir si no destapas
el frasco de pastillas y si no tragas una
en la que se condensa,
químicamente pura, la ordenación del mundo.


De: “En la Tierra de en medio”


DALI CORONA





Zurdo

Y hubiera querido que Dios existiera y
no fuera sordo, para poder rogarle que me diera todo el
dolor que le tenía reservado.
Eduardo Galeano



I

Viejo e inacabable es el dolor que me transita
y me derrumba
como un golpe militar bien orquestado.
Magro dolor que se agolpa cuando cruje
cielo envuelto en gotas
de sangre, de polvo;
Viejo e inacabable es mi grito;
coagular de miedo, viento gris,
en veredas, en hospitales y comercios, en casas;
incendiario viento.
Mansamente vivo, viejo e inacabable, zurdo.
Repito: viejo e inacabable es el dolor que me transita,
que me puebla, que me exprime
más durazno que cereza, más torcaza que gorrión,
más dolor que furia.
Ráfagas biliares de mi amor que poco a poco muere


II

Está mano, Soledad, tiene el tacto de un león embravecido,
la sangre de un reptil;
mares de culebras que acercan tempestades.
Soledad: debió ser la madrugada la que quiso
incrementar mi llanto hasta perderte, debió ser la voz del moribundo,
la dolencia del ahogado, debió ser el cuerpo inexistente del delito.
Traigo el corazón bien puesto
todo hecho manglar gramo por gramo.
Traigo también mi voz de acero, la guadaña;
mi mano izquierda hecha tridente.


III

Tocan a la puerta, mujer…
Es hora de los allanamientos.
Juan Bañuelos

Tortura
¿ Quién de aquí
toca la voz simulando un alarido,
quién oscuro deletrea la carne con cuchillos,
quién ya no respira ?
Silencio: roto el cristal con tanta luz
alguien con las uñas intenta tocar un viento gris
azotando sal en mi ventana,
alguien tira dientes, huesos, brazos rotos
a mitad de la avenida, Silencio palpitando
palpitando, palpitando.
¿ Quién de aquí se apresta a disolverse,
quién ahoga su grito en pura sangre, en pura angustia,
quién de aquí lo ignora ?
Tocan a la puerta, mujer…
Es hora de los allanamientos,
de sacar los ojos, de perder las uñas,
de mirar solamente con las yemas.
Es hora ya de asistir a la tortura,
y congelar el grito.


IV

“Alguien toca el Dolor como si tocara un violín”
Ulises Córdova

Me he olvidado de mi nombre; la sangre que gotea de este verso
recuerda el extravío.
Aquí yace la sombra de mi vena
una mínima fracción dejada a la intemperie;
el llanto de la voz, la caricia postergada, Sombra
y nada más que sombra.
“Alguien toca el Dolor como si tocara un violín ”
lo desmedusa, lo corroe. Sangre iluminando,
sangre regada en todas partes.
Algo cruje, roe
mar hecho de lava, mar hecho de polvo;
cementerio cicatriz que abre y no coagula
que quiebra el sonido
y me revienta.
Aquí yace la voz y la mirada; lo que muerde,
mi nombre ardiendo en tanta lluvia, en gaviota.
Aquí vuelvo a decir que soy izquierdo,
zurdo de voz y de quejido; como un hilo de acero del que pende
el llanto ya difunto.


V

Fuertemente armado, mi corazón sale a la calle ardiendo muertos,
se incrusta alrededor de las paredes
como hojas que caen de los almendros.
Toda bruma, todo canto, todo cielo
es poca cosa comparado con mi sangre de limón y de hojarasca;
es mentira.
Enfebrecido hasta las botas, musito una voz que ya no es mía,
una palabra que lentamente se olvida en el paisaje;
comisura de labio, juglar de ombligo,
frías balas que atragantan mi voz marea adentro. Triste catarata,
tristísima caída.




JOSÉ EMILIO PACHECO





Los elementos de la noche



Bajo el mínimo imperio que el ver no ha roído
se derrumban los días, la fe, las previsiones.
En el último valle la destrucción se sacia
en ciudades vencidas que la ceniza afrenta.

La lluvia extingue
el bosque iluminado por el relámpago.
La noche deja su veneno.
Las palabras se rompen contra el aire.

Nada se restituye, nada otorga
el verdor a los campos calcinados.

Ni el agua en su destierro
sucederá a la fuente
ni los huesos del águila
volverán por sus alas.



LEOPOLDO AYALA





Alrededor de tus piernas



I

Quién probaría que a través de mi puerta ensanchada como guante al paso del tiempo,
habitúen los rostros que se han intentado uno después de otro,
útiles a economizar el descubrimiento que llevan consigo;
desde la fina memoria de los dedos,
a lo mejor que se entra por la boca.

La calle de mi puerta está vacía demasiado de prisa,
su cabeza desnuda ha desollado el rostro.
Contra el miedo es tarde asegurarse de no morir donde no hay nadie.

Existen la certeza y esta curvada forma que te escapa,
muda voz que hace siempre la vida.

Eso no más y su curso de zumo por el mundo cantando a gritos,
contando sin parar la enfermedad que sufre,
la cambiante lividez que sabe la concavidad de su destino
y trepa todo lo que lleva de singular tu cuello,
tu cuello, ermitaño silencioso de oración líquida de tacto,
heredero cómplice de sentirse de tantas partes.
Tus clavículas profundas huellan esa cara que llevé tanto tiempo.

Todos los rostros dejaron canelas en mis manos.
Después todo fue acarrear el agua del deseo,
componer la red de tu cuerpo,
ejercitarme en tu quehacer de rigurosa expiación
y ahondar para saber si realmente he existido
y los notarios registran mi nacimiento,
o sólo digo cuánto he vivido
y cuánto he muerto
y toda la muerte que he vivido. (Y el que puede amar no es malvado y yo te amo, me dijiste.
Acto de revelación parecido a tu cuerpo.)

Si todo después de siempre bascula la vida,
cuántos millones de bocas, góticas selvas
medularían hasta llegar a las huestes calladas de la labranza del cuerpo.

Nada estaba cumplido antes de que yo te dejara.

La carne es vigía aluzada de su muerte propia,
inventa el ansia errante, está al borde
y teja únicamente la realidad que la devuelva.

Descansan pues en ti estos rostros inumerables,
los hombres y mujeres que los llevan subjuntivos.
Poco significa saquear la vida
sin tender el cuerpo y quedar el movimiento de ciudades,
el espacio de las alas y yuntar los misterios aclarados
y las graves transformaciones y poder pensar en todo esto.

Porque el poema no es obligar invisible lo visible
sino hincar objetos en cada esencia
y llamar cada cara por su verdadero nombre,
aquel
que nunca esperó tener.
La vida misma puede claustrar los ojos al poema


II

Mi cuerpo se ha cansado de seguirme.

Descolorido pero dándome siempre lo que ha de ser
leí una vez todos estos poemas fatigados de cabecear,
alguien detrás de ellos temblaba de instante y se apretaba el cinturón,
y con un sólo asalto resonaba su recta conciencia casi mesa servida;
(Cuando tenía 9 años murió mi padre y Huidobro,
grillo viejo cuya palma permanece aún abierta
y no cesa de tener hambre,
pueblo sombrío que campana de hermosura todos los pueblos.
y no supieron decirme con las manos cuándo parto.)

Todo está bien me dije, pero en la vista del ciego no hay misterio sino la realidad agravada por los ojos no abiertos, traducción agachada, apolillada y nueva del universo, perro labrador de crueles batallas, atenta ilustración casi mapa del cuerpo


III

Y sentí la sangre,
toda la sangre como una pantera húmeda de tu espacio,
de tu negra selva hincando sus ramas,
hundiendo en los muslos su espesa tribu en desbandada;
único lugar donde me pongo y me planto y digo:
que talo con la carne extendida y con todo cuidado,
independientemente de mi pobreza más amiga,
la llaga que con su doblar bien a las gentes
todo lo vio y dolió sin pensar ni querer.
(Porqué decir el cuerpo, hay que hacerlo sentir en el poema.)

El murciélago de tu lengua amenaza acabarse mudo
y mis uñas convertidas en mejillas son escobas fatigadas
barriendo el resbaladizo musgo amasado al bramido de mis dedos.
Mis labios son yedras de sangre que mueren tu esqueleto.
Como una fruta bestial cuelgo tu cuerpo del crimen ardoroso del que no
        llega
y finalmente queda en el camino.

El poseerte y no poseerte por completo,
el alarirte y no,
el hacerte mía y si no te miro,
hace este sacudimiento que duela como dos.
Hasta el temblor temido relincha este casco que separa tus piernas,
nudo vivo que descansa llevado por íntimos gestos.
Toda una ciudad creada junta,
contraída al endurecimiento de los vientres.


IV

Esta es mi carne y su trato se cierra con la voz demasiado oída de mi,
astilla las manos hirientes de mis dedos casi a fuerza,
semejante a la cerradura que mella con sus muslos
la entrada de su cuerpo pleno al muro,
imitando un goce de libertad casi en sus bordes,
y regresa la calle de los senos de yeso;
y la culpa apegada a ojos de hembra vence la savia nutricia de mis
        formas de hombre.
Hasta sus huesos de mujer exilan al látigo de las crines del cuerpo.


V

Amanece y tus piernas más profundas silban la mañana
y trenzan su gran jugada entre las sábanas.
El torreón de tus muslos se tiene en pie como por un milagro
y el metal de mis piernas anilla el arco que lo sostiene
como puente colgante.
Duramente mi estancia memoria los escondrijos de la entrada de tu piel.

El tropel anterior levanta su eternidad en vilo.
Mi respiración está aquí: cualquiera,
y siempre me espera tu cuerpo rotundamente humano.
Nada tuyo me es ajeno.
Dependo de cuanto me circundas
y transites y no separes tu nuca de la tierra.
Presiento tu lugar exacto en que extravianne;
el escenario absoluto, la orilla, el vínculo, la trabazón.
Mi cuerpo salva tu presente.


VI

Ansias meses miro tu muslo hermano.
Enormente canto cerca de la pendiente de tu vientre.
Tiro contra ti y sin nada pero cerca desuno tu deseo
y lo hago nervioso de fatigarlo entre mis puños.
Tu deseo que dio a luz lo que sirvió para mirar bien
lo que habrá ahora de mí
y levantanne y rehacerte de lo que se me de
quebrando lo que conste de mí y no pensar sino en todo esto
y no es destrucción, porque al llegarte
doy tu salvación por lo que podría mentir;
y tanto como alguna vez arrebató tu primera caricia
y silencio por haber sido así,
y causó lo más puro que jamás asomó a mis labios.

Qué valor es aquel cuando todo lo has cierto
porque lo has visto tanto,
y no sabe cuándo ni cómo invalidar mi nombre,
y se ata a mi cuello desprendiéndome de todos y del mundo que dejas. Tal vez nací para ser cítara del cuerpo.


VII

Bueno es que en tu busca partiste,
y retomaste para mí todo el asombro que cobramos juntos
y que arrastro a mi lado vuelo al toque,
acostado contigo todavía,
con estas extremidades inferiores apacibles,
infames resonancias de mi tanteo a tu virginal opacidad;
este amoroso doblar mis soledades
hasta esperar lo que imagine tu culpabilidad rotunda.

Es todo en ti distinto porque en tu olor incompleto
habla la impiadosa celda que potra tu cuerpo
y troza sus fuelles en mis riscos.
Imágenes piedras de tu miedo y mucho menos
y tu camino cuerda y pan oscuro.

Ahora se por qué son las tardes de mi vida
y las muertes de tantos cristos en mi cuerpo,
y este doblar,
este doblar que agrupa el castigo que crece y combate y trabaja,
desamordazante a tus senos de cierva concebida a saltos.
Que es por tu cuerpo que agacha su masculina ingle el árbol contra el
fruto.
Que es por tu cuerpo que campesina tu espalda al ahínco que esfuerza hasta el aliento.