"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
martes, 12 de diciembre de 2017
ELISA JARA
Lección de biología
Vivimos sin corazón
y
sin memoria.
Adam Zagajewski
Me
acuso de tu muerte
con la
que obtuve
figurar
en la lista de asistencia,
mi
calificación aprobatoria.
Esa
fría mañana
en que
te arrebatamos a la vida.
Me
acuso del silencio
disimulado
entre las batas blancas,
de la
complicidad de aquélla mano
y el
instrumento de gastado brillo
que
abriera en dos tu delicado cuerpo,
que
hurgara sin piedad en tus entrañas.
Cuando
te abandonamos
en uno
de los patios del colegio
aún
respirabas débil e inconsciente.
Sentimos
tu dolor en ese instante,
pero no
hicimos nada.
Desde
entonces me asalta
el
temor infinito de hacer daño,
desde
entonces me acuso
de no
saber qué es lo que llevo dentro.
LURIEL LAVISTA
Invierno
Ya solo
inerte en la flaqueza acordonada
en sal de ardor
sin ningún filo de arena,
espuma a tope solidificándose,
ya todo el asunto ha pasado
en la sinfonía desconcertante.
en sal de ardor
sin ningún filo de arena,
espuma a tope solidificándose,
ya todo el asunto ha pasado
en la sinfonía desconcertante.
Atiza
el cigarrillo.
De este
lado, el invierno
hace sudar y quita el aliento
es semejante al insecto
que pudo nacer en toda la conmoción
y lleva por nombre el nuestro.
hace sudar y quita el aliento
es semejante al insecto
que pudo nacer en toda la conmoción
y lleva por nombre el nuestro.
Apenas
te arroje la hora inexorable
ven de este lado
tendré los ojos puestos en no caminar,
para que nada me moleste
abriré la atrancada mirilla
y dejare que pase todo ese aire cancerígeno,
no te haré esperar.
ven de este lado
tendré los ojos puestos en no caminar,
para que nada me moleste
abriré la atrancada mirilla
y dejare que pase todo ese aire cancerígeno,
no te haré esperar.
Aquí
hay de todo
un error propuesto a esclarecerse,
una dieta de costosa manufactura
fría y donada por el gran accidente de la suerte,
la mayoría de las películas en blanco y negro
que pude traerme cuando me caí en el hospicio,
recién acabo de sacar los muebles
ocupaban mucho espacio como para verlos diariamente,
sabanas que están sin arrugar
que se secan mientras llegas.
un error propuesto a esclarecerse,
una dieta de costosa manufactura
fría y donada por el gran accidente de la suerte,
la mayoría de las películas en blanco y negro
que pude traerme cuando me caí en el hospicio,
recién acabo de sacar los muebles
ocupaban mucho espacio como para verlos diariamente,
sabanas que están sin arrugar
que se secan mientras llegas.
Evoquemos
la dicha
sin discutir los mismos rasgos del dominio,
entre la cubierta de nuestros labios
y tu corazón afligido
que sigue el consejo de la total indiferencia.
sin discutir los mismos rasgos del dominio,
entre la cubierta de nuestros labios
y tu corazón afligido
que sigue el consejo de la total indiferencia.
MORIANA DELGADO
Un mal túmulo
Diez
palabras caen
caen
sigilosas.
En una
fracción el gallo cantará,
en dos
oraciones, yo clamo mi deseo de infante:
ahogar
en un patio salado las higueras de la casa,
oler
las llagas mal zurcidas;
debí
amarrarlas (mecate que arde con las manos)
No
sabemos de dónde viene,
quién
limpia las llagas que brotaron de la nada.
En un
centeno: hombre viejo sin país para morar.
Nací
enfermo,
nací
siendo un perro en la acera sulfura.
Déjame
alabar lo nauseabundo
hazlo
tú mismo, si quieres;
dime
qué has perdido
¿un
anillo de ámbar?
¿el
coloso?
Lo más
obvio en ti es carne
de
morada hambrienta.
Lo más
obvio en ti somos nosotros,
desgastados
por este mundo desecho
brindando
por la casa sin retorno,
por los
decoros que no poseemos.
Si los
cielos pidieran una herejía, se las daríamos.
Si la
hierba pidiera flama, fuego, se lo daríamos.
Pero no
quiero sofocarte,
no bajo
un agujero de diatribas
no bajo
mis manos quemadas.
Cuéntame,
en lugar, los pecados de herencia:
una
gota fría de desidia
para
hombres que deciden no morar.
Cuéntame
las ofensas de la cara mal usada
de
quien pide un sermón
sin
pronunciar amen al morir.
La cara
sucia,
tierra
entre los ojos
es una
mal túmulo;
entre
colmenas de hierro,
déjame
darte mi vida a cambio.
Es la
carne de un pagano fiel,
Un
gentil desvencijado.
Déjame
contarte mi sacramento
uno
nunca arreglado,
enterrado
bajo los establos;
un
ornamento de mi propia banalidad.
Afila
lo que tengas,
sólo
entonces seré la necia sepultura a tus ojos
llévame
al inferno
déjame
ser esa crónica oración,
ese
malestar del subsuelo.
VALERIA GUZMÁN PÉREZ
Un
torbellino infecto
se
lleva las escamas
Ofidia
de lo
que ya no eres
Pero
aun rasgando
en
piedra tu epidermis
intuyes
que los
colores nuevos
van a
cubrirte iguales
En otra
piel
serán
las mismas marcas
De: Ofidias
TOMÁS RAMOS RODRÍGUEZ
Arizona
Es el
desierto la forma más inexplicable de la angustia
que
reposa en la indiferente luz
de la
rubia estudiante que platica en las mesas
con las
piernas cruzadas sobre la silla
los
lentes invertidos y el café en su desechable vaso
que
vive sin el glamour de la lejana taza del amargo
Esto es
permanecer en la cuenta indestructible tarde a tarde
en el
pensar en la familia en México lejana
en el
padre que envejece y en la madre que se ilusiona
a cada
llamada del hijo que desde la aridez de la zona donde pernocta el día
la
noche no marca la diferencia de la espera
en la
espera interminable
Angustiémonos
al amanecer
para
ser la manda que el trabajo imperturbable nos induce
para
dejar de lado las premisas que nos inquieren
en la
soledad perenne en que el trabajador vive al otro lado
el
fotón exacto que parece flotar en el calor del que todo mundo escapa
la
facilidad de prenderse en el refugio, de desaprehenderse, evacuar el cuerpo
y la
mente para huir del dolor de pecho, provocado por la intensidad de la jornada
donde
la salud no tiene espacio para ser, pues más importante es la moneda
que la
necesidad de permanecer silencioso en tantos amarillos
regocijándose
sobre la avenida de autos glorificándose en su petróleo
en la
oportuna manera de exfoliar la naturaleza circundante.
GABRIELA D’ARBEL
Bancos de arena, despojados de marea,
el titingó de los albatros.
Se
desploman trozos azules. Arriba
nada
hay que aguardar.
Cuerpo
sin savia, regresa a la guarida
del cangrejo negro
No más
guateque, sólo el retorno,
callado,
a la cuna de sal.
Sin
pulso, manos y anhelo
manecillas que giran a la derecha
y se
confunden al final
con la
negrura de la pavesa.
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