lunes, 27 de febrero de 2017


JOSÉ LUPIÁÑEZ




There she goes...



Mi amor va a la deriva como un barco sin rumbo;
su corazón heridas, sin par, lleva marcadas...
Mi amor se va alejando de sus horas gastadas
y alivio busca sola por los puertos del mundo.

Qué estela tan amarga va dejando en mi vida
su celeste congoja, que curar quise en vano;
no pude retenerla, se soltó de mi mano
y a su destino corre, sin que yo se lo impida.

"Matamos lo que amamos", le recordé algún hora;
"no hieras con tu daga mi pobre pecho inerme",
pero siguió en su lance, queriendo o sin quererme,
hasta romperme el alma, por donde sufre agora.

Adiós, amor, le ha dicho mi corazón maltrecho;
adiós, aguardan tiempos de oscuro desconsuelo:
tú te marchas y, airosa, ya has levantado el vuelo,
yo me quedo escondiendo esta herida en mi pecho.



JUAN ANTONIO MASOLIVER




Calla un momento, Luis, escucha...



Calla un momento, Luis, escucha
el sueño de los pájaros
muertos, son como las raíces
(¿no lo oyes?) del día
negro en que vivimos todos
menos tú. Ven
a la pared de los dibujos
borrados por el sol:
mira en la mica.
¿O son alas de insectos?
¿O son vidrios o el espejo
hecho añicos, como piedras
que arrojan contra el cielo?
Toca esta ropa rota,
esta crin en la boca de los besos
como el vello suavísimo
de las estatuas. Lame
la fruta que te ha herido
tanto, y cuando vuelvas,
si es que vas a volver
(¿en qué olvido andas ocupado?
¿qué ceniza te ciega?
¿qué palabras no sabes en la muerte?)
búscame en esta vida donde estoy,
pon la boca en mis párpados,
rescátame de este día de alimañas.


De: "En las rejas del tiempo"



JOSE LUIS CANO




Tengo tus labios



Quizá perdí mi juventud, quizá
perdí Lloridas increíbles.
Quizá perdí otras cosas, pero tengo
la sal ardiente de tus labios.

Una infancia perdí, quizá un deseo
de una luz entre pinos y el mar puro.
Perdí el cielo del sur, pero ahora tengo
la sal y el fuego de tus labios.

Perdí aquel mar, y aquel afán eterno
de en él perderme y olvidarme.
Perdí más: a mi madre, pero tengo
la rosa oscura de tus labios.

Perdí hace tiempo aquel ocio andaluz,
puro y tranquilo como el aire.
Perdí la paz, pero ahora tengo
la gracia honda de tus labios.

De aquella primavera, de aquel ocio
sólo el recuerdo y el perfume quedan.
Estoy solo y herido, y sólo tengo
una luz que besar: la de tus labios.

Sí, perdí mi bahía, donde el tiempo
no parecía existir sino soñando.
Unos sueños perdí, pero te tengo
y contigo a tus labios

¿Perdí a Dios? Una noche sentí oscura
la soledad, la muerte entre los brazos.
Y helado el corazón. Mas luego tuve
la honda caricia de tus labios.

Ya no estaré más solo. Quiera el mundo
herir con frío o con puñal mi alma,
ya no estaré más solo porque tengo
la compañía de tus labios.


JOSÉ ÁNGEL VALENTE




Ahora no tienes, corazón, el vuelo...



Ahora no tienes, corazón, el vuelo
que te llevaba a las más altas cumbres.

Lates, reptante, entre las hojas secas
del amarillo otoño.

¿Y hasta cuándo en la secreta larva de ti?

¿ Volverás a nacer en la mañana,
a respirar la frialdad del aire
donde hay un pájaro?
                                              ¿Lo oyes?

Canta arriba, en las cimas,
como tú, como entonces.

Tú eres sólo latir cobijado en lo oscuro.

Al pájaro que fuiste dedicas este canto.

                                                                                 (El vuelo)



JENARO TALENS




Paraíso clausurado

                                                       A Pedro J. de la Peña



Y es esta luz (los sueños de la infancia,
el vozarrón acuoso de los ómnibus,
la melancólica decrepitud
con que las olas vierten su murmullo)
tímida luz, dureza de agonía,
no la oquedad sin límites
tras los escombros del amanecer.

La voz al labio acude,
y se rompe, y resbala,
y no sabe cuánta culminación duerme en la noche
su plenitud: pupila
inmensa transcurriendo
entre unos grises párpados sin fondo.

Todo ante ti es silencio, a cuyo tacto,
áspero, el tiempo acrece su gemido.
El chamariz, que es aire (un fogonazo
de oscuridad, la cálida estampida
de los sollozos), gime, desnudez
de un azul que agoniza entre los álamos.
Agonizar, qué triste maniobra
del corazón.
                      Canta, amor mío,
canta las hojas de los parques,
este sabernos que tampoco sacia,
pero que ofrece dulce compañía;
y tu vivir, hoy lluvia, ya no tierna
erosión, resplandezca
bajo esta humanizada soledad
que tu quietud penetra y convulsiona.
Los sueños que aún perduren
olvídalos, son máscara,
antifaces de sombra para el dolor. Escúchame,
mírame ser: sobre mi rostro adviene
la telaraña humosa de los días.

Aunque ahora vuelvan a cantar, qué calmo
este mítico edén, los gnomos y las hadas,
tanta historia de príncipes
y de princesas que en abanico trenzan su sofoco,
tanto incansable pájaro dormido
de lo que un sueño fue.
                                          Tú continúas
ante la clara umbría del otoño,
frío sopor de isla sin peces ni sosiego,
bajo una luna en paz.

Amor, tu lucidez
qué torpe todavía.
Qué serena la escarpia resbalando
donde, con un chasquido, la luz asoma entre los árboles
y una música fulge
                                    en el silencio.


De: "Ritual para un artificio"


FRANCISCO CERVANTES




Ojos por teléfono



Al rasurarse, vio que tenía los ojos de otro.
Y, por su parte, los ojos le miraban con reproche. No
    obstante,
salió a la calle. En su despacho, su secretaria lo saludó
sin mirarle.
Cuando el primer cliente acudió a hablar
con él y empezó a exponerle su caso, se detuvo en seco,
tras las primeras palabras. No era alguien que
lo conociera demasiado, mucho menos un amigo.
—¿Qué le sucedió en la cara? —preguntó.
No supo qué contestar.
Así sucedió con todas las personas que fueron
a verlo. Pero sentía terror por la hora de la salida,
cuando llegara Berenice.
Tomó el teléfono. Muy despacio marcó los números.
La escuchó.
—No vengas por mí. Por favor espérame —le dijo.
Berenice estaba a la expectativa.
—¿Qué te ocurre? —habló por fin—. Se te oye
una voz distinta, como si algo te hubiera pasado
en los ojos.