"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 30 de agosto de 2017
LAURA CASIELLES
Marrakech
Historia Contemporánea
No la gloria de la
invasión, sino la gloria de la bienvenida
No la alegría de vencer, sino la de vivir
No la barbarie de la violencia, sino la urbanidad de la astucia
(Adonis)
No la alegría de vencer, sino la de vivir
No la barbarie de la violencia, sino la urbanidad de la astucia
(Adonis)
Youssef Ibn Tachfine, rey bereber,
sacó
a las tribus del desierto para fundar la ciudad rosada.
Corría
el año 1062
de
nuestra era; era
su
intención tener una atalaya
desde
la que seguir cabalgando hacia el norte
para
extender su manto sobre mares y valles.
Youssef
Bennani, herrero experto,
funda
la ciudad todos los lunes,
cuando
coge un taxi colectivo en la plaza de arena
y
llega pronto a la tienda de Sidi Ismail
y se
quiebra las manos haciendo filigranas de faroles
y
retorcidas patas para mesas de cobre.
Hassan
Kintawi -camarero, pícaro,
tostador
de brochetas, por encargo lo que quieras-
funda
la ciudad todos los días
ayudando
a montar el puesto ciento doce
de la
plaza de Jema El Fná,
diciendo guapa, pretty, ven conmigo
a las
chicas risueñas, recogiendo
los
restos de las cenas.
Fatima
Kintawi, su mujer
desde
hace trece años y cinco
niños,
funda la ciudad a cada hora,
con
su quedarse en casa.
John,
Paul, Dora, Leslie
y
todos sus amigos del gran autobús
fundan
la ciudad cuando pisan con sus chanclas
ese
mosaico azul,
cuando
compran cuero y hacen fotos,
cuando
se alojan
en la
que fue la casa de Fadua y sus hermanas.
Fadua
y sus hermanas,
que
viven ahora en las afueras,
fundan
la ciudad cada vez que la recorren para llegar al barrio
y
visitar a sus viejos amigos. Sus viejos amigos
fundan
la ciudad cada vez que invitan a un tajine a
un extranjero
y le
dicen: cuéntanos, cómo se vive allá,
queremos ir.
Ghita
Larguich, que prefiere que la llamen Rita,
funda
la ciudad cada vez que va al Zara del barrio de Guéliz
y
compra un bolso made in China para
ponerse el viernes
de
camino a Pachá. Mohammed Larguich, padre de siete,
funda
la ciudad cada vez que el viernes
sale
antes del trabajo para llevar a su familia a rezar
a la
gran mezquita que señala la torre Kutubía.
Youssef Ibn Tachfine, rey bereber,
le
dio nombre a la ciudad y dio también la orden
de
tallar las primeras fuentes.
Mohamed
funda la ciudad cada vez que dice baaaaalaaaak al
pasar con su burro, Hanae funda la ciudad cada vez que ríe a carcajadas en la
calle,
Carrefour funda la ciudad cada vez que desembala en ella un camión de fruta angoleña,
Said funda la ciudad cada vez que escribe una noticia en su nueva revista que va a durar.
Carrefour funda la ciudad cada vez que desembala en ella un camión de fruta angoleña,
Said funda la ciudad cada vez que escribe una noticia en su nueva revista que va a durar.
Salma
funda la ciudad siempre que sale
a
pasear en torno a las murallas
-rojas
ya bajo esta luz del crepúsculo-
y
sueña a sus ancestros
cabalgando
monturas andaluzas
para
entrar altaneros en la capital del sur,
y
entonces ve deslizarse un gato bajo un coche,
y eso
le hace pensar en su amor tan esquivo,
y le
manda un mensaje diciéndole que si
nos vemos
a las siete delante del Club Med, pero no
tardes.
Nosotros
somos los fundadores de la ciudad.
No
hay nombre antiguo ni lejano que tenga la culpa de nuestros pasos.
Llegar
antes
es
solo
llegar
antes.
MARTA JAZMÍN GARCÍA NIEVES
Engendro
Me he
refugiado en el vientre
de
una paloma gris solitaria.
He
desistido de mi humanidad
por
descansar en sus vísceras inermes.
Presiento
cómo la circunferencia de su aviario
más
temido me engendra
Pero
tu ausencia
siempre
es más voluptuosa
que
todas mis deformidades.
RICARDO PLATA SOTO
Azotea
La
azotea lugar donde el infierno
arde
interminablemente,
dulce
infierno construido en las alturas,
vientre
obscuro donde se alumbra la poesía,
lugar
donde curamos la soledad.
Las
mujeres se besan entre ellas
de
sus bocas salen rayos rojos
que
nos erizan las piernas.
Lugar
de seis paredes como cabezas
cuando
llueve aumenta su tamaño
y los
sobrevivientes reímos
mientras
su voz se multiplica,
su
voz de rockola hambrienta,
los
pocos pesos solo nos sirven
para
domar la nostalgia con su canto.
En
una pared de dos por seis metros
quise
amar la vida como un pájaro entrenado,
me
llene las manos de su sangre,
quise
amar a una mujer mientras bailaba,
me
comió con sus piernas,
quise
amarme entre vasos sin nombre.
VICENTE ROBALINO
Un animal parecido al deseo
Bajo
el indeciso pájaro
el
día lloriquea orfandades
nubes
de ausencia lastimadas
por
un silencio oscuro y putrefacto
Bajo
el cansado cielo
la
ciudad despierta uno a uno a sus muertos
para
darles a beber sus últimas palabras.
Bajo
el único árbol
un
animal parecido al deseo
extiende
sus laboriosas alas
y se
queda petrificado.
Bajo
la única silueta del miedo
la
infancia recoge sus escombros
para
dejarlos sobre una tapia cegatona.
Bajo
los pétalos de las desesperaciones
un
dios hecho de soledades
hace
llover castigos
y
convierte en jaguares las piedras.
CHRISTIAN ZURIETA
Semana
Desde
tus ojos inmunes precisamente lunes
se
levantan estandartes ciertamente martes.
Parecen
dos tréboles artilugios, cada miércoles, refugios.
¿Cómo
te digo que llueves justamente jueves?
Y lo
que queda de este viernes, ¡me gobiernes!
Porque
me la he pasado calladamente sábado
escribiéndole
el poema que extingo finalmente domingo
a la
mujer que fue semana.
SANTIAGO GRIJALVA
Historia
Para mi abuela
¿Recuerdas
la bailarina de la abuela,
esa
caja repleta de sueños
y una
historia de juventud
que
siempre fue ajena a tu vivir?
Conversar
con ella
es
viajar al tiempo donde abundaban las hojas en el suelo
y los
helados en los niños,
es
volver a dormir
detener
la sombra de la luna
para
abrazar
a todos los perros de la calle que envejecían con nosotros
(la
caja musical de antiguo laurel
teñido
por la sangre que dejaste al ser madre).
Solo
una historia se te escapa,
pero
no es esa
que
yo tanto recuerdo.
Y
hace muy poco entendí
que
el conejo que abrazaba
eligió
la libertad
de
marcharse
a la
espesura
de la
montaña,
porque
no había
nada
más que comer en casa.
Pero
el mar se escapó de tu memoria,
tal
vez porque cuando fuiste a visitarlo,
había
decidido la vida
ponerte
en el remanso apagado del frío.
Abuela,
como quisiera tener los ojos azules,
para
que en ellos conozcas el mar.
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