"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 13 de enero de 2016
DARIL FORTIS
Amortajar
Uno
aprende de cuerpos en movimiento,
de los inertes, de los incompletos.
Uno aprende tanto.
Todo cuerpo enseña. Penetradlos.
de los inertes, de los incompletos.
Uno aprende tanto.
Todo cuerpo enseña. Penetradlos.
ARMANDO ROMERO
Las
dos palabras
Un
Monte es un Monje parado sobre su cabeza.
Un
Monje es un Monte sentado sobre sus pies.
Monte
y Monje
son
la misma cosa.
El
Monte con su cabellera de fuente de lodo.
El
Monje como un siluro dando coletazos al aire.
No
hay un Monte que no haya cabalgado sobre un
Monje.
No
hay un Monje que no haya arrancado de raíces un
Monte.
Los
Monjes se dan silvestres.
Oran
como relojes de péndulo,
a
garrotazos.
Silvosos
como una misa en la calle pelada.
Un
Monte que grita
es un
Monte que calla.
El
Monje corta el Monte con una cuchilla.
El Monte
desgarra el Monje con un serrucho.
Hay
que hablar bien para que todo quede claro.
GLORIA SANDIRA CASTRO SALAZAR
A
estas horas
A
estas horas,
mientras él duerme,
yo, debatida, ignoro su sollozo,
acomodo mis memorias
en un orden aleatorio para que el fin,
audaz y trotamundos cambie en mi benevolencia,
para viajar a otros mundos,
donde otros rostros rasgados,
con almas antiguas me acopasen a sus cantos,
arrullando mi sonreír cansado y estrepitoso,
porque ahora pertenezco a nada,
con nadie a mi constado,
sola,
abandonada de ti y de toda mi ternura,
castos paso de mi alma que vagan
y se regocijan creyendo que por fin son libres,
pero no,
al contrario,
jamás han sido más presos que ahora,
puesto que no llevo bajo mi manga
el as perfecto que le dé fin a mi tortura.
mientras él duerme,
yo, debatida, ignoro su sollozo,
acomodo mis memorias
en un orden aleatorio para que el fin,
audaz y trotamundos cambie en mi benevolencia,
para viajar a otros mundos,
donde otros rostros rasgados,
con almas antiguas me acopasen a sus cantos,
arrullando mi sonreír cansado y estrepitoso,
porque ahora pertenezco a nada,
con nadie a mi constado,
sola,
abandonada de ti y de toda mi ternura,
castos paso de mi alma que vagan
y se regocijan creyendo que por fin son libres,
pero no,
al contrario,
jamás han sido más presos que ahora,
puesto que no llevo bajo mi manga
el as perfecto que le dé fin a mi tortura.
Yo
nací despierta,
con ambos brazos rotos,
con ambas piernas cercenadas,
con los labios tiesos y apagados,
pero nadie lo noto,
solo yo,
mas no llore,
eso me era imperdonable,
ya que yo yacía dentro de mí,
enterrada,
fugitiva de mis propios pensamientos
incautos y precoces,
fui una niña tierna,
alumbrada y febril,
pero eso no cambiaba nada,
seguía estando mi ser opaco presente todo el tiempo,
detrás de mí ojo izquierdo,
feroz,
debatido entre el exterior y los adentros de mi memoria,
abra de salir algún día,
me decía frente al espejo,
mas no lo deseaba,
eso era prohibido,
ya que si mi madre lo notaba entonces todo acabaría,
las tardes cálidas,
los amorosos abrazos,
todo,
y comenzaría el caos,
el hastió perpetua,
la falta de todo y las ganas de nada,
por eso sigo así,
escondida,
flagelada tras el rostro que me nombran,
y él,
la espina acertada,
el único que acaricia mis adentros,
el holocausto más hermosos de mi encrucijada,
él se ha ido,
¿a dónde?,
lo sé pero lo ignoro,
es tan complejo,
tan autoritario y cobarde,
tan todo eso que odio,
pero aun así lleva en su mano mi atadura,
no sé si lo sabe,
o si lo ignora en su brevedad,
pero lo amo,
aunque me cueste poco y me pese mucho,
lo amo,
y eso me enferma.
con ambos brazos rotos,
con ambas piernas cercenadas,
con los labios tiesos y apagados,
pero nadie lo noto,
solo yo,
mas no llore,
eso me era imperdonable,
ya que yo yacía dentro de mí,
enterrada,
fugitiva de mis propios pensamientos
incautos y precoces,
fui una niña tierna,
alumbrada y febril,
pero eso no cambiaba nada,
seguía estando mi ser opaco presente todo el tiempo,
detrás de mí ojo izquierdo,
feroz,
debatido entre el exterior y los adentros de mi memoria,
abra de salir algún día,
me decía frente al espejo,
mas no lo deseaba,
eso era prohibido,
ya que si mi madre lo notaba entonces todo acabaría,
las tardes cálidas,
los amorosos abrazos,
todo,
y comenzaría el caos,
el hastió perpetua,
la falta de todo y las ganas de nada,
por eso sigo así,
escondida,
flagelada tras el rostro que me nombran,
y él,
la espina acertada,
el único que acaricia mis adentros,
el holocausto más hermosos de mi encrucijada,
él se ha ido,
¿a dónde?,
lo sé pero lo ignoro,
es tan complejo,
tan autoritario y cobarde,
tan todo eso que odio,
pero aun así lleva en su mano mi atadura,
no sé si lo sabe,
o si lo ignora en su brevedad,
pero lo amo,
aunque me cueste poco y me pese mucho,
lo amo,
y eso me enferma.
LETICIA CARRERA L.
Inmóvil
Sentada
en medio de la oscuridad,
escucho
el silencio,
siento
mi miedo
el
temblor de la manos,
la
piel se rompe con el viento.
No
conozco de rostros,
ni de
formas,
hace
mucho que deje de mirar.
Intento
huir de esta silla
me
ata como amante desesperado.
En la
penumbra puedo escuchar
los
pasos que me siguen,
que
aún no me alcanzan,
que
deseo que lleguen,
que
tal vez son fantasmas.
Sentada
en la
ceguera del mundo
en la
habitación de los olvidados,
en la
continuidad de la sombras.
Sin
moverme
atada
a la silla,
espero
librarme de la amarras,
tal
vez otra silla,
nueva
excusa para la oscuridad.
MARIO RIVERO
Balada
de las casas viejas
¿Por
qué las casas viejas, siempre
parecen
heridas con cicatrices
y
vigas que traquetean y gimen
al
paso del viento?
Aunque
hay poca probabilidad
de
encontrar fantasmas o tesoros
conservan
un prehistórico, una vez…
Aunque
el tiempo haya borrado las pistas,
podemos
venir en busca de vidas
a
casas como ésta. Podemos recobrar
a los
que sufrieron. amaron, o fueron,
sus
nombres se han perdido, igual que su aspecto.
¿Pero
quién necesita sus nombres?
Un
beso o un sollozo te acogerán…
¿Qué
se oye? ¿Qué dicen las casas viejas,
en la
lengua fantasiosa del viento?
Sí,
vivían aquí, tiempo atrás pero ya han muerto…
Sí,
viven aún, pero no aquí…
¡Los
sonidos de sus nombres, disueltos!
Todo
ha sido barrido, desnudado.
El
cartero no aparece en la puerta.
Nadie
llena el hueco de la ventana,
apenas
un gato que maúlla en plan de escapar,
por
sobre el tejado musgoso
y un
única dalia, que abre, colándose,
sobre
una tierra de olvidos…
A
través de cuartos, sin nadie,
oímos
el paso de otros días.
Alzando
los pliegues del silencio,
elegimos
algunos hechos:
La
llave fácil en la puerta. La consola
que
decoraba el umbral , contra la que sonrió
al
apoyarse, el que volvía.
El
aroma y el gusto del café. El lecho conyugal
el
balón de un niño olvidado después del juego,
o la
vida, la vida siempre, y por supuesto,
rompiendo
y separando,
a dos
que alguna vez estuvieron unidos…
¿Qué
se oye? ¿Qué dicen los fantasmas, los ecos?
Es la
ausencia quien nos recibe, el reverso.
Las
paredes que aún siguen firmes
hablan
de cosas que jamás nos han sido confiadas,
sus
misterios nunca los desvelarán.
Pero
en esta sala que hoy clama de abandono,
pudo
haberse oído alguna vez el tintineo de las copas,
o ser
el cuarto donde una mujer dio a luz.
O
pudo haber vivido aquí aquella muchacha
que
se escapó con su maleta una mañana,
o el
extraño y fugaz compañero de bar,
que
supimos se disparó un pistoletazo,
y
siguió siendo un desconocido para todos.
Las
casas viejas, heridas de muerte,
las
que no se restauran,
habitadas
por fantasmas, por murmullos y por viento,
condenadas
a la piqueta y a la hierba,
no
siempre existió el pasado en ellas.
Alguna
vez fueron andamios y albañiles que silbaban,
material
de derribo, no siempre fueron.
Desguarnecidas,
abandonadas,
han
roto ya con ese último vínculo:
El de
quien toma una lámpara y abre la puerta
para
dar una última mirada de amor,
como
una última luz, sobre las aguas de lo ido.
YOLANDA CASTAÑO
IV
La
autopista de noche parece un videojuego.
El
negror más opaco no me confunde.
Como
una intermitencia,
mi
juventud una línea de cocaína que a veces
se
tuerce.
Detrás
de mi órbita se excitan los volantes.
Y
acelero tan rápido
como
a este verso se le va la vida.
De: Highway to heaven
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