miércoles, 13 de enero de 2016

MARIO RIVERO



  
Balada de las casas viejas



¿Por qué las casas viejas, siempre
parecen heridas con cicatrices
y vigas que traquetean y gimen
al paso del viento?
Aunque hay poca probabilidad
de encontrar fantasmas o tesoros
conservan un prehistórico, una vez…

Aunque el tiempo haya borrado las pistas,
podemos venir en busca de vidas
a casas como ésta. Podemos recobrar
a los que sufrieron. amaron, o fueron,
sus nombres se han perdido, igual que su aspecto.
¿Pero quién necesita sus nombres?
Un beso o un sollozo te acogerán…

¿Qué se oye? ¿Qué dicen las casas viejas,
en la lengua fantasiosa del viento?

Sí, vivían aquí, tiempo atrás pero ya han muerto…
Sí, viven aún, pero no aquí…
¡Los sonidos de sus nombres, disueltos!

Todo ha sido barrido, desnudado.
El cartero no aparece en la puerta.
Nadie llena el hueco de la ventana,
apenas un gato que maúlla en plan de escapar,
por sobre el tejado musgoso
y un única dalia, que abre, colándose,
sobre una tierra de olvidos…

A través de cuartos, sin nadie,
oímos el paso de otros días.
Alzando los pliegues del silencio,
elegimos algunos hechos:
La llave fácil en la puerta. La consola
que decoraba el umbral , contra la que sonrió
al apoyarse, el que volvía.
El aroma y el gusto del café. El lecho conyugal
el balón de un niño olvidado después del juego,
o la vida, la vida siempre, y por supuesto,
rompiendo y separando,
a dos que alguna vez estuvieron unidos…

¿Qué se oye? ¿Qué dicen los fantasmas, los ecos?
Es la ausencia quien nos recibe, el reverso.

Las paredes que aún siguen firmes
hablan de cosas que jamás nos han sido confiadas,
sus misterios nunca los desvelarán.
Pero en esta sala que hoy clama de abandono,
pudo haberse oído alguna vez el tintineo de las copas,
o ser el cuarto donde una mujer dio a luz.
O pudo haber vivido aquí aquella muchacha
que se escapó con su maleta una mañana,
o el extraño y fugaz compañero de bar,
que supimos se disparó un pistoletazo,
y siguió siendo un desconocido para todos.

Las casas viejas, heridas de muerte,
las que no se restauran,
habitadas por fantasmas, por murmullos y por viento,
condenadas a la piqueta y a la hierba,
no siempre existió el pasado en ellas.
Alguna vez fueron andamios y albañiles que silbaban,
material de derribo, no siempre fueron.

Desguarnecidas, abandonadas,
han roto ya con ese último vínculo:
El de quien toma una lámpara y abre la puerta
para dar una última mirada de amor,
como una última luz, sobre las aguas de lo ido.




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