Balada
de las casas viejas
¿Por
qué las casas viejas, siempre
parecen
heridas con cicatrices
y
vigas que traquetean y gimen
al
paso del viento?
Aunque
hay poca probabilidad
de
encontrar fantasmas o tesoros
conservan
un prehistórico, una vez…
Aunque
el tiempo haya borrado las pistas,
podemos
venir en busca de vidas
a
casas como ésta. Podemos recobrar
a los
que sufrieron. amaron, o fueron,
sus
nombres se han perdido, igual que su aspecto.
¿Pero
quién necesita sus nombres?
Un
beso o un sollozo te acogerán…
¿Qué
se oye? ¿Qué dicen las casas viejas,
en la
lengua fantasiosa del viento?
Sí,
vivían aquí, tiempo atrás pero ya han muerto…
Sí,
viven aún, pero no aquí…
¡Los
sonidos de sus nombres, disueltos!
Todo
ha sido barrido, desnudado.
El
cartero no aparece en la puerta.
Nadie
llena el hueco de la ventana,
apenas
un gato que maúlla en plan de escapar,
por
sobre el tejado musgoso
y un
única dalia, que abre, colándose,
sobre
una tierra de olvidos…
A
través de cuartos, sin nadie,
oímos
el paso de otros días.
Alzando
los pliegues del silencio,
elegimos
algunos hechos:
La
llave fácil en la puerta. La consola
que
decoraba el umbral , contra la que sonrió
al
apoyarse, el que volvía.
El
aroma y el gusto del café. El lecho conyugal
el
balón de un niño olvidado después del juego,
o la
vida, la vida siempre, y por supuesto,
rompiendo
y separando,
a dos
que alguna vez estuvieron unidos…
¿Qué
se oye? ¿Qué dicen los fantasmas, los ecos?
Es la
ausencia quien nos recibe, el reverso.
Las
paredes que aún siguen firmes
hablan
de cosas que jamás nos han sido confiadas,
sus
misterios nunca los desvelarán.
Pero
en esta sala que hoy clama de abandono,
pudo
haberse oído alguna vez el tintineo de las copas,
o ser
el cuarto donde una mujer dio a luz.
O
pudo haber vivido aquí aquella muchacha
que
se escapó con su maleta una mañana,
o el
extraño y fugaz compañero de bar,
que
supimos se disparó un pistoletazo,
y
siguió siendo un desconocido para todos.
Las
casas viejas, heridas de muerte,
las
que no se restauran,
habitadas
por fantasmas, por murmullos y por viento,
condenadas
a la piqueta y a la hierba,
no
siempre existió el pasado en ellas.
Alguna
vez fueron andamios y albañiles que silbaban,
material
de derribo, no siempre fueron.
Desguarnecidas,
abandonadas,
han
roto ya con ese último vínculo:
El de
quien toma una lámpara y abre la puerta
para
dar una última mirada de amor,
como
una última luz, sobre las aguas de lo ido.
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