"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 30 de enero de 2019
JORGE DÁVILA VÁZQUEZ
Memoria de la Poesía
(Fragmentos)
Ella es
la
poesía,
nace de
la palabra como el día
y muere
en las sombras del silencio.
Ave
fénix eterna, de la ceniza surge,
vuela,
se confunde con el sol y se consume en él,
mas
retorna a los hombres y los ilumina.
Momentánea,
parece
que se extingue,
pero
renace siempre:
en el
llanto del hijo, en su alegría,
en la
primera, imperfecta
y
balbuceante carta enamorada,
en el
cuerpo junto a nuestro cuerpo,
en la
mano que llega en el dolor,
en el
gesto heroico y silente que cuesta la vida,
en la
frase hermosa e inesperada,
en la
luz, el agua, el pájaro y la rosa
que sin
estar está, como dijo Dulce María Loynaz.
Ella es
la
poesía,
el
verbo,
y se
hace carne en tantas voces diariamente
y
gracias a Dios habita entre nosotros
y vemos
su gloria
y
aunque a veces no la recibimos,
sin
embargo, permanece, según Dávila Andrade,
aun en
medio de la miseria, y hasta cuando tiene que inclinarse
ante el
plato de azafrán de las posadas,
porque
pese a ser de sombra y sueño, como diría Shakespeare,
es
inmortal,
y solo
se extinguirá el día en que los hombres
desaparezcamos
de esta tierra,
materia
prima de toda creación,
el más
hermoso y cruel, el más intenso y perenne
de
todos los poemas.
HERNÁN LAVÍN CERDA
2. El baile infinito de Rasputín
Aún se
desliza la sangre de Rasputín, aquel monje
más
cuerdo y más loco, sobre la nieve de Rusia,
esa
nieve que levanta el vuelo, sólo el vuelo sexual y místico
de
aquellos locos sagrados en la antigua Rusia, la sangre
azul,
de color ámbar, la sangre azul y blanca de todas
las Rusias, más allá del relámpago,
en esta
geografía de nieves eternas donde aparece
y
desaparece la orgía casi perpetua de Novykh, Grigori Iefimovich,
el
monje Novykh de los ojos encendidos como una novia
más
piadosa y brutal que virgen, ya nadie es virgen en los baños públicos
donde
las putas abrazan a Rasputín y lo besan
como si
fuese el Ángel de la Guarda de los desamparados
más
jóvenes y más viejos en lo más profundo de la nieve.
Ahora
Rasputín se emborracha, demiurgo y taumaturgo, canta
como si
lo hubiera perdido todo en la fiesta
de la
piedad y del milagro, todo
es milagro, y al fin baila
y baila
de modo caballuno, es la yegua más loca
muriendo
y resucitando entre las patas de su propio caballo,
casi
todo es locura y misericordia
en el
caballo, qué místico y sin freno, sí, cuánta locura
en la
silla de montar y desmontar, toda la euforia del mundo
en la
silla del caballo de sí mismo, todo
es milagro, espesura y desesperación, caridad y tinieblas
en la
orgía del caballo que nunca deja de bailar sobre la pista
del
desenfreno bajo las luces de color ámbar,
aquella
pista del Hotel Astoria, en San Petersburgo.
Nací
del soplo del Espíritu Santo
que
está muy feliz y aún gime en el vientre de mi madre
cuya
virginidad es eterna como el vuelo de las nieves
desde
el vientre infinito de la Santa Rusia,
yo me emborracho, yo bailo
y canto
en la borrachera de todas las Rusias de este mundo
y del
otro mundo, cantan y respiran
y
bailan por mí las nieves de la agonía y del arrepentimiento,
yo pecador, yo niño
extraviado
en el vientre aún virgen de la enigmática zarina,
somos
el soplo, Rasputín mío, Grigori Iefimovich, somos el soplo
de la
zarina en tu espíritu, Rasputín de todas las Rusias,
y en el
fondo aquel temblor indomable del viento
en la llama de la enigmática zarina,
vientre
por vientre, sí, respiración y soplo
en el
corazón de la zarina
que me
pide todo sin pedirme nada, que sólo llora
sin llorar nunca, yo canto
y bailo
en el vientre de la Santa Rusia
con
todas sus lámparas encendidas bajo las nubes
que van
y vienen desde lo más profundo del Santo Infierno,
venid a
mí, túnel y vientre, zarina de Nicolás II,
zarina loca en los túneles
de
Moscú y de San Petersburgo, llueve
sobre
el túnel del Espíritu Santo
en las
aguas del río Moscova, llueve y llueve a lo lejos,
desde
lejos, muy lejos, llueve desde el otro mundo
sobre
el soplo y la trinidad en llamas del Espíritu Santo,
qué
afeminado el príncipe Yussupov
que una vez más me visita
para
dispararme tres tiros, la Santísima Trinidad
en
aquellos tiros a la altura de mi corazón,
la
trinidad en llamas desde aquel sótano
donde
el alcohol aún palpita en el fondo de la bilis
y
tiemblan las uvas endemoniadas como una novia sin destino.
Mi
cuerpo al fin se desploma sobre las nieves eternas
de la
Santa Rusia, Yussupov sigue disparando
más
allá de 1916 con su cara de virgen,
virginidad
y locura en la zarina que se estremece
y vuela sobre las aguas
del río
Moscova, toda la sangre,
toda la
leche y la sangre del mundo
en las
profundidades del río Moscova
con sus
aguas que de pronto levantan el vuelo
y desaparecen entre las nubes
del
color de la zarina de Nicolás II, zarina loca,
las
nubes del principio y del fin del mundo,
aquellas
aguas del río Moscova entre las nubes
donde yo bailo
y
canto, borracho, yo canto y bailo, borracho,
nunca
dejaré de bailar en aquella pista de San Petersburgo
desde
donde la nieve ensangrentada
se extiende sobre el mundo
como un
manto de luz infinita e ingobernable.
De: “Visiones de la antigua Rusia”
CARLOS MANUEL VILLALOBOS
Santa lascivia
De la
mantis en realidad se tienen pocos datos: Se sabe que es delgada y que pasa
rezando noche y día. Se sabe que es profundamente devota de Santa Teresa de
Jesús. Se sabe que quedó viuda durante la luna de miel y que posiblemente aún
conserve su virginidad. Seguramente por eso es que tiene fama de santa, y
seguramente por eso mismo es que si uno le pide algún milagro con fe se lo
concede.
Pero la
mantis también tiene algunos rostros ocultos que aparecen solamente cuando
estallan los orgasmos. Dicen las malas lenguas que en la noche de bodas, harta
de tanto oprobio masculino, se cenó al esposo.
Seguramente
por eso es que cuando no está rezando, la mantis es el caballo con el que el
Diablo nos visita.
¿Quién
morirá esta noche
ardiendo en sus brazos?
ardiendo en sus brazos?
¿Qué
suicida querrá
besar el filo de sus besos?
besar el filo de sus besos?
¿Qué pasión
clavará esta noche
las uñas en la tumba?
las uñas en la tumba?
¿Quién
le hará el amor a la muerte
hasta matarla?
hasta matarla?
¿Quién
le arrancará la soledad tan sola
a esta pobre viuda embarazada?
a esta pobre viuda embarazada?
¿Qué
novenario de luto
estará rezando hincada en el silencio?
estará rezando hincada en el silencio?
¿Qué
plegaria estará invocando
en busca de un abrazo?
en busca de un abrazo?
¿Qué
sortilegio le ha lanzado
a los dioses del orgasmo
para que esta noche
le concedan un amante?
a los dioses del orgasmo
para que esta noche
le concedan un amante?
KAREN VALLADARES
Mis ojos
Mis
ojos no son ya aquellas calles solitarias y muertas,
la
piedra que golpea la tibia mirada que no observa.
No son
los trenes que avanzan cargados de gente,
sin
nombre,
sin
cuerpo,
sin
sombra,
sin
sueño y sin amorío.
Mis
ojos ya no cruzan la soledad,
aquella
flor vacía que cae lenta en cualquier agujero.
Ya no
son lunas y cielos deshojados.
Ya no
son
lágrimas,
ni dolor.
Ni agua
que se pudre en otras aguas.
Mis
ojos
ya
tienen un color y no precisamente el de la noche.
DANIEL TÉLLEZ
Manía del albedrío
Cardinal
hiere el hit en la conciencia postrera. El albedrío es la razón primera,
la de ser legatario. Párpado del zarco. Sobre la sinfonía doméstica hay un
decir
dormido. Mudo suplementario en el crispado edén añil.
Descansa
la música: el gorrión del tiempo en esta línea.
Receptores
en la previa, en esta savia la obstinación persistirá.
GIOVANNY GÓMEZ
Invocación al mar
El sol
que quema
es
presentimiento
de la
vida que desequilibra
y no
pueden las estrellas
ni el
salitre en estos vientos traer
el
canto de los marineros
las
horas de la primera noche
el
silencio de altamar
Lugares
donde soy nadie
donde
mi alma es la única huida
entre
las vertientes que sigue
sin
saber de esperanza o de vergüenza
He
aprendido el azul insondable
que
dicen los hombres respirar
donde
la memoria de los libros no sabe
y
algo en mí pregunta por las playas nórdicas
las
costas de China el encanto de Estambul
por los
caminos que siguen los salmones
y los
brujos en Costa de Marfil
Sé que
despierto
cuando
la sangre devuelve un hálito de viento
al
despliegue de las velas en el amanecer
ya he
soñado emborracharme hasta sentir el resplandor de las montañas de sal
pero
los sueños son palabras que se desvanecen en la boca
y
libros que rodean un cielo figurado
y una
maleta vacía y dos pies descalzos
buscando
correr
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