lunes, 26 de octubre de 2020

JUAN CLEMENTE ZENEA Y FORNARIS


 

 

En Greenwood

(Camposanto de Nueva York)

 

 

Al lado de estas aguas silenciosas,

en medio de este bosque, en este asilo,

debajo de estas gramas y estas rosas,

es donde quiero reposar tranquilo.

¡Y pronto debo reposar!

Mis días

se tiñen ya de pálidos destellos,

y anuncian mis postreras alegrías

las nieves de la vida en los cabellos.

Mas, ¿qué será si en las nocturnas calmas

salgo a vagar como las sombras suelen,

y en vez de hallar mis quejumbrosas palmas

los sauces sólo de mi afán se duelen?

¡Oh!, ¿qué será si en honda pesadumbre,

sentado a meditar sobre la losa,

suspiro por mi pueblo en servidumbre

y el cielo busco de mi Cuba hermosa?

¡Tormentoso será!

Mas si tardío

nace a brillar el sol de mis anhelos,

cabe la orilla del paterno río

llevadme a descansar con mis abuelos.

Y allí donde mi cuna en hora amarga

al capricho meció voluble suerte,

dejadme al fin depositar la carga

y dormir en el seno de la muerte!

 

REYNALDO URIBE

  


 

 

 

Cerrojos

 

 

Una llave extraviada

 en la profundidad del océano o en

 osamentas que calcinan las arenas

 escorpiones que rondan pisan

 anidan donde tiempo atrás habitó

 un sueño

 una ilusión

 otro escorpión.

 

  

Viento. Sólo viento en las entrañas

 de la memoria. Sólo memoria en las

 entrañas. Sólo viento.

 El mar es indescifrable para las tormentas

 del desierto las arenas enceguecedoras

 son indescifrables para los caracoles

 o el canto de las sirenas.

 El sonido suele ser una falacia

 para aferrar a los sordos

 al mundo de los ciegos. Hay rocas

 volcánicas más duras que el corazón

 más duro

 más livianas que la mirada.

 Mitos y epopeyas rondan el gesto

 sombras chinescas sombras de los gatos

 sombras de los sueños.

 La fragilidad de memoria de los dioses

 la proyección infinita hacia el olvido

 de oraciones

 rituales

 sacrificios

 flagelos para alejar a dios del cuerpo

 comuniones con el lado oscuro e insondable

 de uno mismo

 su memoria

 sus deidades.

  

 

Voces afónicas

 agónicas

 claman

 exigen

 suplican

 extrañan

 una llave

 algo parecido

 a una palabra.

 

 

 

 

IBN SARA AL-SANTARINI

   

 

 

Los impuestos

 

 

Si no existieran los impuestos,

saldría de la miseria,

y las vicisitudes de la fortuna

no se presentarían a mi mente.

Dicen: «Son los impuestos». Y les digo:

«Quitad im y serán pústulas en los ojos».

 

MASAOKA SHIKI

  




Crisantemos marchitos;

Calcetines secándose en la cerca;

Un día de sol.

WILLIAM BLAKE


 

 


La noche

 



Desciende el sol por el oeste,

brilla el lucero vespertino;

los pájaros están callados en sus nidos,

y yo debo buscar el mío.

La luna, como una flor

en el alto arco del cielo,

con deleite silencioso,

se instala y sonríe en la noche.

Adiós, campos verdes y arboledas dichosas

donde los rebaños hallaron su deleite.

Donde los corderos pastaron, andan en silencio

los pies de los ángeles luminosos;

sin ser vistos vierten bendiciones

y júbilos incesantes,

sobre cada pimpollo y cada capullo,

y sobre cada corazón dormido.

Miran hasta en nidos impensados

donde las aves se abrigan;

visitan las cuevas de todas las fieras,

para protegerlas de todo mal.

Si ven que alguien llora

en vez de estar durmiendo,

derraman sueño sobre su cabeza

y se sientan junto a su cama.

 

Cuando lobos y tigres aúllan por su presa,

se detienen y lloran apenados;

tratan de desviar su sed en otro sentido,

y los alejan de las ovejas.

Pero si embisten enfurecidos,

los ángeles con gran cautela

amparan a cada espíritu manso

para que hereden mundos nuevos.

Y allí, el león de ojos enrojecidos

vertirá lágrimas doradas,

y compadecido por los tiernos llantos,

andará en torno de la manada,

y dirá: "La ira, por su mansedumbre,

y la enfermedad, por su salud,

es expulsada

de nuestro día inmortal.

Y ahora junto a ti, cordero que balas,

puedo recostarme y dormir;

o pensar en quien llevaba tu nombre,

pastar después de ti y llorar.

Pues lavada en el río de la vida

mi reluciente melena

brillará para siempre como el oro,

mientras yo vigilo el redil.

 

 

MAROSA DI GIORGIO

 

 


Había nacido con zapatos. Rojos, finos, de taco alto...

 



Había nacido con zapatos. Rojos, finos, de taco alto,

que fueron la desesperación de todos los que vivimos juntos

en aquel tiempo.

Y en la cara tenía varias dentaduras, y lentes celestes como

el fuego.

Al pasar, por la tarde, parecía el ángel de la devoración con

pie punzó.

Mas, en realidad, amó la luz solar. Comía guindas, llevándose

una a cada boca.

Y sentía temor y amor hacia el Maestro Tigre que llegaba

en  la noche a buscar doncellas.

Y nunca la eligió.

 

 

De: "La liebre de marzo"