jueves, 23 de enero de 2014

ELSA WIEZELL




Sin recuerdos



Algunos
tienen beso tibio
dulcemente escondido
en el corazón.
Otros
guardan con cerrojo
la compañía
de otras manos
para el destino solitario.
Los de aquí cerca
un perfil inédito
de vuelta a la nostalgia
que no se dijo.
De ti, ¿qué tengo?...
El perfil que yo te hice
en el decisivo límite
del sueño.


De “Tronco al cielo”

VÍCTOR-JACINTO FLECHA




Onofre diseña el curso de los futuros ríos



. Antes que la surgente brotara
. ardían las aguas en aguardiente


aún no conocíamos el tenue canto
al deslizarse el agua
. todo era incendio y quemadura
. hasta el agua misma


y llegó Onofre
-pálido santo del santoral madera-
en su trashumar de caminante de ardor a ardor


que el propio esplendor del mediodía
fogatea en él sus tripas de madera
y he ahí el agua
espejo de cielo en su desliz de agua
agua ardiente en sus entrañas


Onofre
-quemante madera-
bebió el agua
y ebrio se puso de tanto arder el agua ardiente en
. sus entrañas


y así anduvo por los naranjales
diseñando en el sueño de su sed el curso de los
. futuros ríos


Detrás de su vara de caminante
iba creciendo el agua
iba creciendo el agua zigzagueante como el
caminar de su guía el borracho


Atrás el viento y el río naciendo ya por siempre
. zigzagueante


ONOFRE, EL PÁLIDO SANTO
San Onofre
-pálido santo del santonal madera-
triunfo de otro cielo sobre este ajeno azul de la
. intemperie
erupción guaraní de renacido sol
de maíz y maní
en el pétalo de la esperanza
del mestizo paraguayo


santo prestado del anterior mundo
tú eres el último, último de aquél mundo en que
. todo se inauguraba
-desde la luz del sol hasta el rocío de la mañana-
el verdor de hoy no es más que rauda copia de aquel otro
. verdor
cuyo cedazo dejaba caer la abundancia


Onofre
-guaraní travestido de santo-
patrono del bienestar de la gente, del trabajo,
de la buena suerte, de la alegría,
del oro que fluye de la nada
-pepitas doradas, condensación de un antiguo ardor
. en el agua-
¿también tú has cambiado? ¿has vuelto para morirte
. en tu cielo?


hoy los santeros de Tobatí
mercando con tu figura de madera
reciben a cambio el oro
en tanto que nosotros
-simples creyentes de tu ardor de madera-
maduramos ilusión
y tú nos ofreces a cambio una moneda inverniza
no el verano que premie nuestro infinito apego al
viejo sueño del árbol, poncho de nuestra esperanza.



MIGUEL ÁNGEL FERNANDEZ




Un signo



Quizá tus pies recuerden todavía
las arenas de Leblón, otro verano,
junto al mar presentido y otro cielo
igual y distinto al de estos días
sin ti, sin mi, desmemoriados, ciegos,
hacia otro mar lanzados,
hacia el vacío.

To be or not to be, that is the question,
the question is to be, the question,
or not to be, the question . . .

Inútil todo,
el verbo estéril,,
la lengua prostituta,
la ínfima canción
que no apuntala
un cielo igual,
distintos
indiferente,
inútil.

Un vago signo dibujaste en las arenas
de Leblón, otro verano,
un signo
que el viento, el agua,
acaso tus propios pies, borraron.


MÓNICA LANERI

  

Obsesión carnal  


Deseo espantarte
como a los fantasmas
de mi infancia.
Destapar
la sábana blanca
(tu escondrijo).



ELVIO ROMERO





Fiesta


Y así te pasarías
la vida,
tibia carne adorada.

Danzando,
empapada de lluvias,
los cabellos pegados a la piel,
joya desengarzada, aroma y rosa
sobre un campo de hortensias y jazmines.

Cantando,
arrebatada, risa
y ofrenda clara, elástica y hermosa,
los labios frescos en la noche, agitando
el ansia de las guitarras, tentadora
música montaraz, vivaz y airosa, dulce
codicia de forasteros,
blusa de encaje y flores sobre el hombro desnudo,
llenando el patio abierto de canciones.
Así te pasarías,
en el canto y la danza
y asombrado a los caminantes,
hija del fuego, del aire, de las tardes,
visita inesperada, brisa prometedora
de ardor y adivinanzas, apartando
y abriendo las cortinas de las ventanas, viento
marcando el calendario del amor en la aurora.

Así te pasarías,
tibia carne dorada.


HERIB CAMPOS CERVERA



Tu nombre sobre el muro


Para el nombre y el hombre Paul
Eluard. Para el hombre infinito que
vivió en él. Para la vida sin término
que vive en su nombre.


I

¿Cómo hacer para verte
acostado en la tierra, desde hoy y para siempre?
¿Desde qué primavera de flores infinitas
nos estarás mirando con tus ojos de luz
y tu pecho
de capital altura?
Ayer nomás estaba moviéndose entre vértigos
de lutos y vejámenes, todo el aire de Francia;
estaba todo lleno de ángeles transparentes,
todo lleno de Pablos luchadores.
Estaba allí el de España, vestido de rocío,
con su pólvora amarga, con sus limones verdes;
con sus rostros divididos
y sus metales hondamente fundidos en la arcilla.
Estaba allí el de América, nuestro Pablo más alto,
todo crucificado de mineral y Chile;
y estabas tú, Paul Eluard,
el hombre total, francés del universo,
el más Pablo de todos.
Y hablabas y cada uno de tus pequeños pájaros
cruzaba el horizonte y encendía una estrella
y la noche del hombre se arrodillaba y moría,
frente al fuego magnético de tu luz boreal.

II

Estaban floreciendo los naranjos de España,
flores de antigua sangre;
y tú, desde la dulce medida de tu pecho,
te arrancaste un duro fusil de miliciano;
un fusil infinito de balas infinitas,
que mataba a la muerte.
Y otro día, cuando los verdes prados
granaban en furiosas cosechas de ensangrentados
cereales;
cuando el gas y las bombas y el humo y el uranio
quemaban todo el polen y las hojas y el tallo
de la definitiva madera de los hijos de Dios,
tú, Paul Eluard,
con tu mirada-Eluard y con tu voz-Eluard,
te asomaste al estrago.
Y cuando los ángeles de la venganza
te pidieron tu cuota;
cuando te reclamaron los ojos y las frentes
y las gargantas mudas,
y las pobres garras calcinadas,
y las ametralladoras y los gritos
de los ajusticiados por tu mano,
tú señalaste el muro; mil muros;
todos los muros de París y de Francia
y del mundo.
Y allí estaba tu firma: ese día te llamabas:
«Eluard-la liberté».

III

Ayer, una criatura, hija clara del alba,
te buscaba, Paul Eluard:
te buscaba, para hablarte de amor.
Era un día de flor perenne, de perfumes ciegos,
en que nadie debería morir.
Te golpeaba la puerta, sacudiendo los arcos de tu
jardinería;
probaba con ingenuas ganzúas tus firmes cerraduras
y escudriñaba las rendijas de tus paredes,
buscándote, preguntando por ti.
Alguien le había pasado
una pequeña esquela con un mensaje tuyo,
escrito con minúsculas azules y con pulso de fiebre:
«si buscas al Amor, buscas a Paul Eluar...»
Recuerdo, hace unos años, cuando desde mi patria,
mi Paraguay de sueños, azúcar y agonía,
veíamos volverse tinieblas la mañana...
Recuerdo cuando el aire oreaba la sangre
recién desparramada sobre la tierra ardida,
de Oradour y de Lídice...
Recuerdo lo que estabas haciendo,
porque cuando llevábamos la cabeza a la almohada,
llegaba a nosotros los confundidos ecos
de las crepitaciones de leños y esqueletos
estallando entre el fuego...
Pero en la noche ciega,
alguien que no dormía levantaba su lámpara,
y la luz cariñosa del aceite prohibido
alumbraba las palabras inmensas:
«Allons, enfants de la Patrie,
le jour de gloire est arrivé...»
Ese pastor nocturno de la libertad,
era la dignidad del hombre y se llamaba:
Paul Eluard.