"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
sábado, 24 de diciembre de 2016
ALEJANDRO DUQUE AMUSCO
CARLOS DRUMMOND DE ANDRADE
Unidos por las manos
No seré el poeta de un mundo caduco.
Tampoco cantaré al mundo futuro.
Estoy atado a la vida y miro a mis compañeros.
Están taciturnos pero alimentan grandes esperanzas.
Entre ellos considero la enorme realidad.
El presente es tan grande, no nos apartemos.
No nos apartemos mucho, vamos unidos por las manos.
No seré el poeta de un mundo caduco.
Tampoco cantaré al mundo futuro.
Estoy atado a la vida y miro a mis compañeros.
Están taciturnos pero alimentan grandes esperanzas.
Entre ellos considero la enorme realidad.
El presente es tan grande, no nos apartemos.
No nos apartemos mucho, vamos unidos por las manos.
No
seré el cantor de una mujer o de una historia,
no hablaré de suspiros al anochecer,
del paisaje visto desde la ventana,
no distribuiré estupefacientes o cartas de suicida,
no huiré hacia las islas ni seré raptado por serafines.
El tiempo es mi materia, el presente tiempo, los hombres presentes,
la vida presente.
no hablaré de suspiros al anochecer,
del paisaje visto desde la ventana,
no distribuiré estupefacientes o cartas de suicida,
no huiré hacia las islas ni seré raptado por serafines.
El tiempo es mi materia, el presente tiempo, los hombres presentes,
la vida presente.
MARCELO DÍAZ
Karakuri
En la
habitación no hay mucho más
que
un gigante en miniatura
una
esfera que al sacudirla
acciona
un resorte como un juguete
o un
reloj de cuerda. La pieza
ordena
los estados de ánimo
en
patrones intrincados como
los
anillos protectores de los superhéroes.
Basta
con hacerla girar
para
que los ojos del pequeño golem
titilen
como dos estrellas moribundas.
Oh
tótem protector
me
refiero al dictado de tu voz
al
inútil glacial interior cantando
en la
lengua desaparecida de los inviernos.
Si yo
fuera el gigante
estaría
calmo no sentiría vergüenza.
En el
temporal
el
frío bendice lo que congela
ÁLVARO GARCÍA
Bueno,
en el fondo sí
me gusta la poesía:
están las horas llenas de sí mismas
y son para los dos
y llorar de alegría es no llorar
y está todo el camino.
Ebrios de luz
se apoyan en el otro
porque no saben que tampoco puede,
sólo que sí que pueden porque van,
ya ves cómo sí vamos y nunca vi tan dentro
lo que se llama amor
que tengas buenos días a mi lado
me gusta la poesía:
están las horas llenas de sí mismas
y son para los dos
y llorar de alegría es no llorar
y está todo el camino.
Ebrios de luz
se apoyan en el otro
porque no saben que tampoco puede,
sólo que sí que pueden porque van,
ya ves cómo sí vamos y nunca vi tan dentro
lo que se llama amor
que tengas buenos días a mi lado
FRANCISCO CERVANTES
Máquina de la memoria
Mientras
todo fue el fragor fuera del pecho
Pues enfurecido me llevaba
No hubo tiempo a la nostalgia
Ni un pequeño rincón a su cosecha.
Hoy, herido de muerte entre cadáveres,
Hago memoria.
Nadie podrá repetir estas palabras.
En ellas me confieso
Las heridas que humedecen mi pecho
Ardores precipitan y una especie de más prolongado sueño
Siento que llega.
Ay, no tengo arrepentimiento alguno
De la gente que halló muerte en mi mano.
A eso venimos a la tierra:
A dar muerte o recibirla.
Y ya logrado tal efecto,
¿A quién le importa?
No, no me da miedo estar muriendo,
Tan sólo quisiera que abreviaran.
Oigo aquí cerca a un natural
Que asesta golpes de gracia a compañeros.
Ojalá pudiera gritar o removerme
Y él me viera o escuchara.
Acabó también todo coraje.
Me pesa la carne de los otros
Que oprime esta masa que yo soy
Una ventaja: no verme mutilado
Ni así permanecer más que el día de hoy,
Que es infinito.
Ni cuchillo ni bala
Vienen a ultimar la obra de los otros.
La sangre que derrocha mi agonía.
Oh, Dios, las nieblas hermosas que me alcanzan.
Con la carta en la mano
Y el viento al arrugarla
Llorará un poco.
Pero se ha de arreglar el pelo,
Se estirará el vestido hasta rozar el suelo.
Abrirá el biombo de cristal que cierra el paso
Entre el jardín más bien agreste
Y el ruido de los platos, los cubiertos,
Las copas y la gente.
Los comentarios infantiles sobre su esbelta belleza,
La adoración adivinada que algún comensal siente por ella
Le arrojarán a la cara
Las viejas imágenes del soldado que murió
Hace unos días, en tierra extraña,
Matando por dinero,
Pero cuya carne ella quisiera sentir de nuevo
Dentro de sí, oh, qué hacer para pensar en él de otra
manera.
Mientras se sirve el vino
En una copa opaca
Siente el desprecio que le tuvo,
Porque era él un ser infame.
Pero la carne inflama
Y se reseca en un dolor ya sin salida,
En una estancia de familia,
Donde los invitados nada saben.
Sus niños le sonríen. El marido es amable.
¿Dónde esconder la carta?
¡Qué sueño tan desagradable!
Mas no despierta
Y, de repente,
Al llegar a los postres,
Grita con las fuerzas que le quedan
Y cae sobre la mesa, resbala aferrándose al mantel.
No, no está muerta.
Pues enfurecido me llevaba
No hubo tiempo a la nostalgia
Ni un pequeño rincón a su cosecha.
Hoy, herido de muerte entre cadáveres,
Hago memoria.
Nadie podrá repetir estas palabras.
En ellas me confieso
Las heridas que humedecen mi pecho
Ardores precipitan y una especie de más prolongado sueño
Siento que llega.
Ay, no tengo arrepentimiento alguno
De la gente que halló muerte en mi mano.
A eso venimos a la tierra:
A dar muerte o recibirla.
Y ya logrado tal efecto,
¿A quién le importa?
No, no me da miedo estar muriendo,
Tan sólo quisiera que abreviaran.
Oigo aquí cerca a un natural
Que asesta golpes de gracia a compañeros.
Ojalá pudiera gritar o removerme
Y él me viera o escuchara.
Acabó también todo coraje.
Me pesa la carne de los otros
Que oprime esta masa que yo soy
Una ventaja: no verme mutilado
Ni así permanecer más que el día de hoy,
Que es infinito.
Ni cuchillo ni bala
Vienen a ultimar la obra de los otros.
La sangre que derrocha mi agonía.
Oh, Dios, las nieblas hermosas que me alcanzan.
Con la carta en la mano
Y el viento al arrugarla
Llorará un poco.
Pero se ha de arreglar el pelo,
Se estirará el vestido hasta rozar el suelo.
Abrirá el biombo de cristal que cierra el paso
Entre el jardín más bien agreste
Y el ruido de los platos, los cubiertos,
Las copas y la gente.
Los comentarios infantiles sobre su esbelta belleza,
La adoración adivinada que algún comensal siente por ella
Le arrojarán a la cara
Las viejas imágenes del soldado que murió
Hace unos días, en tierra extraña,
Matando por dinero,
Pero cuya carne ella quisiera sentir de nuevo
Dentro de sí, oh, qué hacer para pensar en él de otra
manera.
Mientras se sirve el vino
En una copa opaca
Siente el desprecio que le tuvo,
Porque era él un ser infame.
Pero la carne inflama
Y se reseca en un dolor ya sin salida,
En una estancia de familia,
Donde los invitados nada saben.
Sus niños le sonríen. El marido es amable.
¿Dónde esconder la carta?
¡Qué sueño tan desagradable!
Mas no despierta
Y, de repente,
Al llegar a los postres,
Grita con las fuerzas que le quedan
Y cae sobre la mesa, resbala aferrándose al mantel.
No, no está muerta.
DENNIS ÁVILA
El niño entre las olas
El
mar apareció
cuando
acabó la carretera:
una
playa escondida
llamada
Punta Ratón.
Arena
negra,
viento
asfixiado de sal.
Rompíamos
las olas
como
orugas necias
con
las manos llagadas por el agua.
Nos
gustaba aquel lugar
que
parecía el fin del mundo:
las
tardes eran largas
y el
sol se perdía
en
nuestra ropa abandonada.
Con
el tiempo conocimos otros mares
más
azules,
más
ajenos,
pero
este era de bronce
y
daba todo por ahogarnos.
Se
llama Océano Pacífico
ese
mar
que
comenzó en el sur.
Su
recuerdo
insiste
en
cegar nuestros ojos.
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