sábado, 24 de diciembre de 2016

FRANCISCO CERVANTES




Máquina de la memoria



Mientras todo fue el fragor fuera del pecho
Pues enfurecido me llevaba
No hubo tiempo a la nostalgia
Ni un pequeño rincón a su cosecha.
Hoy, herido de muerte entre cadáveres,
Hago memoria.
Nadie podrá repetir estas palabras.
En ellas me confieso
Las heridas que humedecen mi pecho
Ardores precipitan y una especie de más prolongado sueño
Siento que llega.
Ay, no tengo arrepentimiento alguno
De la gente que halló muerte en mi mano.
A eso venimos a la tierra:
A dar muerte o recibirla.
Y ya logrado tal efecto,
¿A quién le importa?
No, no me da miedo estar muriendo,
Tan sólo quisiera que abreviaran.
Oigo aquí cerca a un natural
Que asesta golpes de gracia a compañeros.
Ojalá pudiera gritar o removerme
Y él me viera o escuchara.

Acabó también todo coraje.
Me pesa la carne de los otros
Que oprime esta masa que yo soy
Una ventaja: no verme mutilado
Ni así permanecer más que el día de hoy,
Que es infinito.
Ni cuchillo ni bala
Vienen a ultimar la obra de los otros.
La sangre que derrocha mi agonía.
Oh, Dios, las nieblas hermosas que me alcanzan.

Con la carta en la mano
Y el viento al arrugarla
Llorará un poco.
Pero se ha de arreglar el pelo,
Se estirará el vestido hasta rozar el suelo.
Abrirá el biombo de cristal que cierra el paso
Entre el jardín más bien agreste
Y el ruido de los platos, los cubiertos,
Las copas y la gente.
Los comentarios infantiles sobre su esbelta belleza,
La adoración adivinada que algún comensal siente por ella
Le arrojarán a la cara
Las viejas imágenes del soldado que murió
Hace unos días, en tierra extraña,
Matando por dinero,
Pero cuya carne ella quisiera sentir de nuevo
Dentro de sí, oh, qué hacer para pensar en él de otra
    manera.
Mientras se sirve el vino
En una copa opaca
Siente el desprecio que le tuvo,
Porque era él un ser infame.
Pero la carne inflama
Y se reseca en un dolor ya sin salida,
En una estancia de familia,
Donde los invitados nada saben.
Sus niños le sonríen. El marido es amable.
¿Dónde esconder la carta?
¡Qué sueño tan desagradable!
Mas no despierta
Y, de repente,
Al llegar a los postres,
Grita con las fuerzas que le quedan
Y cae sobre la mesa, resbala aferrándose al mantel.
No, no está muerta. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario