sábado, 18 de junio de 2016


ANTONIO MACHADO




El amor y la sierra



Cabalgaba por agria serranía,
una tarde, entre roca cenicienta.
El plomizo balón de la tormenta
de monte en monte rebotar se oía.

Súbito, al vivo resplandor del rayo,
se encabritó, bajo de un alto pino,
al borde de la peña, su caballo.
A dura rienda le tornó al camino.

Y hubo visto la nube desgarrada,
y, dentro, la afilada crestería
de otra sierra más tenue y levantada

-relámpago de piedra parecía-.
¿Y vio el rostro de Dios? Vio el de su amada.
Gritó: ¡Morir en esta sierra fría!



AQUILINO DUQUE



  
Abrazo



Reloj de arena, tu cuerpo.
Te estrecharé la cintura
para que no pase el tiempo.



ELENA SOTO




Métrica de la Sumisión

A la sombra de la barba del patriarca



La barba del patriarca se extiende hasta donde llegan tus cabellos,
no la ves,
porque es invisible a los ojos de las hembras,
ni las perras, ni las zorras ni tú mujer la veis.
La barba de patriarca da más sombra a tu sombra,
pero no te cobija en los días ardientes del verano,
y en la estación fría no deja que la luz derrita la escarcha de la noche.
La barba del patriarca te estrangula la voz,
te tatúa en la espalda la cruz o el sello de Salomón
¿Nunca te explicaron los sabios porque no puedes ser sabia?
Sólo te dicen que la sumisión es grata a los ojos del Padre,
y que el conocimiento envenena la sangre,
que ni hijos ni dulces son buenos cuando una mujer descubre los enigmas,
pues su estirpe procede de la astuta serpiente.
La barba del patriarca se extiende y da ritmo a tus ciclos,
ni las burras, ni las camellas ni tu mujer la veis.
desterrada en tu cuerpo, blanqueadas tus dudas con la cal de los fariseos,
sólo sabes que parirás pronto y mal,
o tarde y a destiempo,
mientras el sol sigue su curso.

Conoces el desprecio, sabes que nunca serás ungida,
mira fijamente los ojos del cordero
y verás en ellos la sal a punto de ser agua,
la hoguera o el ara.
Antaño cortejaste con la bestia,
y debes entregar a las barbas del patriarca la cabeza,
arrancar del corazón conocimiento y rebeldía,
parir vástagos, vestirlos con sudario
y abandónalos en las puertas del reino de los cielos,
en las puertas del paraíso del profeta,
en las puertas de la tierra prometida,
en las puertas...
porque tú nunca cruzarás el umbral,
dicen que la sabiduría es invisible a los ojos de las hembras,
y ni la serpiente, ni la zorra ni tú mujer la veis.
  

Del libro: "métricas del alma"


ESTHER GIMÉNEZ



  
Fuegos fatuos



Esposo:
Quiero cerrar los ojos,
entre la oscuridad buscar la nada.
Hallar en mis despojos
la libertad soñada:
no puedo desclavarme tu mirada.

Esposa:
Pero no son tus cruces
más que de dioses mártires y mías.
A imagen me reduces,
altar donde me expías
es tu mirar rezándome elegías,

eternas, como llagas
que han de doler por más que resucite
de tantas muertes vagas.
Cristiano es el desquite;
un fin sin fin de ojos sin remite.

Al último suspiro,
difusa entre lo humano y lo celeste,
le contaré que aspiro
a Ti, que desde el Este
me elevas como un dios tras esta peste
de inmendables errores,
de taliones corruptos y de atilas
cuidándonos las flores.
Mientras de arañas hilas
con sedas de mi alma en tus pupilas.

Esposo:
Me das el Universo
por un gran verde-miel caleidoscopio
igual por el reverso.
Igual parece propio
tu espejo de quimera, igual mi acopio

de fuerzas resistentes
a otra visión daltónica del Mundo.
Pero el iris son lentes
y aumentan en profundo
el bicolor mosaico en que me hundo,

el mar de algas que mecen,
que lentamente rozan, ciernen lento
y acariciar parecen
como amoroso viento
hasta cegar el cuello, el pensamiento.

Esposa:
De agua extrasalada
se escuece tanto valle, pudre, anida
muertos de tanta nada.
Ojos cavando herida.
Sangra paloma inútil concebida

sin alas y sin tacto.
Cree que en el horizonte será un ave,
allí, en lo más abstracto
después de ti. No sabe
que ni siquiera existe aunque lo alabe

como tú apenas eres
frontera imaginaria de amor-llanto
aunque estás, los difieres,
pero ellos mientras tanto
a escondidas reflejan, mezclan canto.

Esposo:
Quiero cerrar los ojos...
y entre la oscuridad también advierto
tus dos infiernos rojos,
los soles de desierto
secando y agrietando el pecho abierto.

Esposa:
Se apaga, se silencia,
se va desmoronando y se hace trizas
cada brizna de esencia;
me esparces, me atomizas,
requemas, desintegras las cenizas.
Esposo & Esposa:
Las tiras a los ojos
para que observe bien: yo soy la nada.
Ni tan sólo despojos
ni libertad vetada.
Una mota de polvo en tu mirada.



WASHINGTON DELGADO



  
Envío



San Santiago del Cuzco,
muy caballero,
en su caballo blanco
baja del cielo.
Las espuelas de plata,
dorado el pelo,
claros ojos redondos,
negro el acero.

De la sombra le miran
los que murieron.
San Santiago del Cuzco,
muy caballero,
pisa tierra peruana,
no quieren verlo;
a su España se vuelve,
no quieren verlo;
por el mundo camina,
no quieren verlo.

San Santiago del Cuzco,
muy caballero,
a su cielo regresa,
con torvo ceño.
No quieren verlo.


MIGUEL GONZÁLEZ GERTH




Mar antiguo




Una mujer contempla un mar antiguo.
No es algo prehistórico
sino un sentimiento casi eterno.
Una bahía con barcos cuyas velas
pespuntean la tarde.
Un horizonte que se reconoce a sí mismo
en la mano gentil que lo saluda.
¿Bienvenida o despedida?

El horizonte se refleja en la bahía
más allá de donde los barcos con sus velas
pespuntean la tarde.
La mujer eres tú,
como ya se había prefigurado.
Indiferente no, cautelosa cual reciente,
miras hacia un exterior que no es ajeno,
un mar horizontal que ya conoces
porque una vez lo recibiste entero.

Y ahora, desde una ventana,
casi detrás de una cortina,
un velo sigiloso,
atisbas aquello que representa lo perdido
y lo que aún queda por venir:
la vida que desespera a las gaviotas,
las olas con su espuma que ligeras se rompen
en la playa,
y por la noche, después de haber mirado,
después de haber enviado aquel saludo
silencioso,
la eternidad de un firmamento marinero
en que los astros cumplen su función
por fin no eterna pero sí grandiosa.

De dentro afuera miras,
de fuera adentro sientes.
El velo, la cortina apenas delimita
la tensión, la frágil intención
de tu mirada.
¿Qué miras? ¿Qué buscas en un término
de lejanía que no distingue nadie,
en un tramo de mar que se quedó allá lejos,
en los años locos del crepúsculo?
Yo creo, como poeta casi detective,
con la certeza de un hombre que confía
en sus firmes intenciones,
en sus inventos de vana analogía,
opino, por decir al fin ya casi nada,
que buscas lo que ya buscaste entonces,
lo que buscaste en aquel tiempo irresoluto y vago,
más allá de las seguridades prometidas.

Buscas lo mismo, amor mío, mirando sólo,
atisbas desde lejos, desde la protección
de tu ventana lo que antes saludaste
ingenuamente,
jugando tus pies con las espumas,
tus manos con las olas,
tus ojos con el verde azul de la osadía.

Buscas lo mismo cautelosamente,
detrás del velo protector de la cortina,
porque la vida ha sido y ha pasado,
y sólo así sabemos lo que pasa,
sólo así sabemos lo que es vida.
Y, sin embargo, aun así queremos recibir
y luego despedir
lo que sólo se vive en la mirada.