"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
martes, 24 de marzo de 2020
YANKO GONZÁLEZ
XXX. ensayo.
cómo escapar de un auto que ha caído a un río. imagínate. la presión no deja
abrir las puertas. las ventanas se traban, el oxígeno se acaba. contestas que
mantendrás la calma. contestas que dejarás que la cabina se llene de agua.
contestas que cuando llegue a tu cabeza tomarás la gran bocanada de aire. el
profe sabe que repleta de agua, la presión de la cabina cede. el profe sabe. no
lo han encontrado, pero el profe sabe.
JACK KEROUAC
Cruzando
un campo de fútbol
volviendo a casa del trabajo
el solitario hombre de negocios
volviendo a casa del trabajo
el solitario hombre de negocios
De: “American Haiku”
GIACOMO LEOPARDI
Canto XXVIII. Aspasia
Torna
a mi pensamiento algunas veces
tu
semblante, ¡oh Aspasia! O fugitivo
por
habitados sitios a mí esplende
en
otros rostros; o en desiertos campos,
al
día sereno, a las estrellas tácitas,
por
tan suave armonía suscitada,
en
el alma a turbarse aún proclive
esa
soberbia visión resurge.
¡Cuán
adorada, oh númenes, y un día
cuál
mi delicia y Furias! Jamás siento
mover
perfume de florida playa,
ni
flores impregnar vías citadinas,
sin
que a mirarte vuelva cual el día
que
en tu adornada alcoba recogida,
toda
aromada por recientes flores
de
primavera, del color vestida
de
la bruna viola, a mi ofrecióse
tu
forma angelical, tendido el flanco
sobre
nítidas pieles, y en un halo
de
placeres arcanos; cuando, docta
en
seducir, férvidos y sonoros
besos
sonabas en los curvos labios
de
tus niños, el níveo cuello en tanto
brindando,
e, ignaros de tus causas,
tu
hermosísima mano los ceñía
al
seno oculto y deseado. Nuevo
cielo,
y tierra, surgió, y casi un rayo
en
mi mente divino. Así en mi pecho
nunca
inerme imprimió a viva fuerza
tu
brazo el dardo, que después clavado
llevé
aullando hasta que al mismo día
volvió
dos veces en su giro el sol.
Rayo
divino fue para mi mente
dueña
mía, tu beldad. Igual efecto
dan
belleza y acordes musicales,
que
alto misterio de ignorado Elísio
parecen
siempre revelar. Contempla
el
llagado mortal luego la hija
de
su mente, la amorosa idea,
que
gran parte de Olimpo en sí comprende,
toda
en rostro, en costumbres, en el habla,
igual
a la mujer que el ebrio amante
contemplar
y amar confuso estima.
A
ésta él no ya, más bien a aquélla,
también
en los amplexos honra y ama.
Al
fin su yerro y los trocados seres
conociendo,
se aíra; y siempre inculpa
a
la mujer en vano. Tan excelsa
imagen
rara veces el femíneo
ingenio
toca; y lo que inspira en nobles
amantes
su beldad, mujer no advierte,
ni
comprender podría. No cabe en esas
angostas
frentes tal concepto. Y mal,
por
el vivo fulgor de esas miradas,
el
hombre espera, y engañado pide
profundos
sentimientos, no sabidos,
más
que viriles, a alguien que es menor
que
el hombre por natura. Si más blandos
ella
y más tenues miembros, menos fuerte
también
la mente y menos vasta tiene.
Ni
tú jamás aquello que tú misma
un
día inspiraste a mi pensamiento,
pudiste,
Aspasia, imaginar. No sabes
qué
amor desmesurado, qué tormentos,
qué
indecibles delirios y emociones
moviste
en mí; ni vendrá tiempo alguno
en
que lo entiendas. De tal guisa ignora
ejecutor
de músicos concentos,
lo
que con mano o con la voz opera
en
quien lo escucha. Aquella Aspasia ha muerto
que
tanto amé. Yace por siempre, objeto
un
día de mi vida: si no en cuanto,
como
larva querida, de hora en hora
suele
tornar y disolverse. Vives,
bella
no sólo, sino bella tanto,
a
mis ojos, que a las demás superas.
La
llama que de ti nació extinguióse:
pues
a ti yo no amé, sino a la Diva
que
ya vida, hoy sepulcro, halla en mi pecho.
Mucho
a aquélla adoré; y tal gustóme
su
celeste beldad, que yo, ya desde
cuando
empezó el entendimiento claro
de
tu ser, de tus artes y tus fraudes,
contemplando
sus ojos en los tuyos,
deseoso
te seguí mientras vivía,
engañado
no ya, mas, por el gozo
de
aquel tan dulce símil, convencido
de
tolerar áspera y luenga cárcel.
Ya
ufánate, bien puedes. Narra cómo
de
tu sexo la única eres ante
la
cual plegué la frente altiva, y a quien
brindé
espontáneo el corazón indómito.
Cómo
primera y última, miraste
mi
suplicante llanto, y me viste
tímido
y tembloroso (ardo al decirlo
de
rubor y desdén), fuera de mí,
cualquier
deseo, cualquier palabra tuya
o
acto espiar sumiso, a tu superbo
desdén
palidecer, brillar mi rostro
a
algún signo cortés, a una mirada
mudar
forma y color. Cayó el encanto
y
en pedazos con él, regado en tierra
el
yugo: así me alegro. Y si bien llenas
de
tedio, al fin después de servidumbre
y
tan luengo soñar, contento abrazo
cordura
y libertad. Que si de afectos
ciega
la vida, y de gentiles yerros,
sin
estrellas es noche a medio invierno
ya
del hado mortal a mí bastante
consuelo
y venganza es que, en la yerba,
inmóvil,
descuidado aquí yaciendo,
la
tierra el cielo el mar miro, y sonrío.
JULIO HERRERA Y REISSIG
Odalisca
Para
hechizarme, hurí de maravillas,
me sorprendiste en pompas orientales,
de aros, pantuflas, velos y corales,
con ajorcas y astrales gargantillas...
Sobre alcatifas regias, en cuclillas,
gustaste el narguilé de opios rituales
mientras al son de guzlas y timbales
ardieron aromáticas pastillas.
Tu cuerpo, ondeando a la manera turca,
se insinuó en una mística mazurca...
Luego en un vals de giros extranjeros
te envaneciste en milagroso esfumo,
arrebatada por quimeras de humo,
sobre la gloria de los pebeteros...
me sorprendiste en pompas orientales,
de aros, pantuflas, velos y corales,
con ajorcas y astrales gargantillas...
Sobre alcatifas regias, en cuclillas,
gustaste el narguilé de opios rituales
mientras al son de guzlas y timbales
ardieron aromáticas pastillas.
Tu cuerpo, ondeando a la manera turca,
se insinuó en una mística mazurca...
Luego en un vals de giros extranjeros
te envaneciste en milagroso esfumo,
arrebatada por quimeras de humo,
sobre la gloria de los pebeteros...
De: “Las clepsidras”
ERNESTO MEJÍA SÁNCHEZ
El tigre en el jardín
Sueño con mi casa de Masaya, con la quinta
que malbarató mi padre, donde pasé la infancia. Estamos a la mesa, en el
pequeño comedor rodeado de vidrieras. Comemos carne asada sangrante, todavía
metida en el fierro. Su fragancia esparce cierta familiaridad animal. Hay
visitas de seguro, amigos y parientes, pero no veo sus rostros. En una esquina
de la mesa, yo como lentamente. De improviso vuelvo la cabeza hacia el jardín y
veo el tigre, a cinco o seis pasos de nosotros, tras la vidriera. Tomo la
escopeta del rincón, rompo un vidrio y le disparo enseguida. Yerro el tiro
mortal y la bestia cobarde y mal herida huye de tumbo en tumbo bajo los
naranjales. Mi padre saca una botella de etiqueta muy pintada, con las medallas
de oro de las exposiciones, y leo varias letras que dicen Torino. Salen a
relucir unos vasitos floreadí-simos, azules, magenta, ámbar, violeta. Todos
beben y alaban mi rapidez y agilidad, no así la imprudencia de disparar sin
percatarme si el arma estaba cargada. Unos dicen que cuando la bala iba en el
aire, la fiera impertinente movió el cuello y ya no le di en el corazón sino en
la paletilla. Yo como lentamente. Debe ser día de San Juan, día de mi madre,
solsticio de verano. La mente ardida sigue dando vueltas al tigre. En un
descuido lo persigo hasta verlo caer como un tapiz humillado a los pies de mi
cama. Todos siguen bebiendo. Ahora felicitan a Myriam, pero la mujer consigna
sin reproche que son cosas mías, cosas de mi sola imaginación.
De: “Poemas familiares”
JORGE CHIESA
20
Internarse en ese bosque
y juntar unas cuantas ramitas,
cortezas, astillas de pino seco.
Una tarea para la que sólo se necesitan
ojos, manos y piernas.
No es poco, claro,
tener ojos, manos y piernas.
Poder internarse en el bosque,
encontrar unas cuantas ramitas,
cortezas, astillas de pino seco.
De: “Un invierno ruso”
Internarse en ese bosque
y juntar unas cuantas ramitas,
cortezas, astillas de pino seco.
Una tarea para la que sólo se necesitan
ojos, manos y piernas.
No es poco, claro,
tener ojos, manos y piernas.
Poder internarse en el bosque,
encontrar unas cuantas ramitas,
cortezas, astillas de pino seco.
De: “Un invierno ruso”
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