El tigre en el jardín
Sueño con mi casa de Masaya, con la quinta
que malbarató mi padre, donde pasé la infancia. Estamos a la mesa, en el
pequeño comedor rodeado de vidrieras. Comemos carne asada sangrante, todavía
metida en el fierro. Su fragancia esparce cierta familiaridad animal. Hay
visitas de seguro, amigos y parientes, pero no veo sus rostros. En una esquina
de la mesa, yo como lentamente. De improviso vuelvo la cabeza hacia el jardín y
veo el tigre, a cinco o seis pasos de nosotros, tras la vidriera. Tomo la
escopeta del rincón, rompo un vidrio y le disparo enseguida. Yerro el tiro
mortal y la bestia cobarde y mal herida huye de tumbo en tumbo bajo los
naranjales. Mi padre saca una botella de etiqueta muy pintada, con las medallas
de oro de las exposiciones, y leo varias letras que dicen Torino. Salen a
relucir unos vasitos floreadí-simos, azules, magenta, ámbar, violeta. Todos
beben y alaban mi rapidez y agilidad, no así la imprudencia de disparar sin
percatarme si el arma estaba cargada. Unos dicen que cuando la bala iba en el
aire, la fiera impertinente movió el cuello y ya no le di en el corazón sino en
la paletilla. Yo como lentamente. Debe ser día de San Juan, día de mi madre,
solsticio de verano. La mente ardida sigue dando vueltas al tigre. En un
descuido lo persigo hasta verlo caer como un tapiz humillado a los pies de mi
cama. Todos siguen bebiendo. Ahora felicitan a Myriam, pero la mujer consigna
sin reproche que son cosas mías, cosas de mi sola imaginación.
De: “Poemas familiares”
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