"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
domingo, 6 de febrero de 2022
GRACIELA REPÚN
La hormiga forzuda
La
hormiga
lleva una hoja,
en la hoja
va un gigante
que para
hacer ejercicios
levanta
dos elefantes.
La
hormiga
Trae una rama
En la rama
Hicieron nido
Dos palomas,
Tres aviones
Y un astronauta
Perdido.
La
hormiga
Cena en su casa
En su casa
Hay diez miguitas,
Dos sandías
Tres repollos
Y seis tortas
Con velitas.
La
hormiga,
Se entrena mucho
Y levanta
Cada día
Cuatro pesas
Cinco coches
Y un circo
En Olavarría
JEANNE KAREN
Una terrible lucidez como la noche
como
la carne oscura y pesada de una ballena
que trata de conservar las costuras de su piel
los músculos en su lugar
la idea fija de quien debe ser
Una
sombría lucidez que intenta
apoderarse de su corazón de océano agitado
y fundirse con amoroso ímpetu a sus palabras
porque se siente contenida en ellas como un cántaro
Lucidez
de cauce que mantiene el agua
los peces y las piedras
bajo el largo
el sordo río de su propia voz
Una
terrible lucidez como en la medianoche
un estruendo de hierros que arrastra
la mutilación de pensamientos y emociones
encontrados en una misma vía
CLÍMACO SOTO BORDA
914
Carne
de aventureros y malsines,
carne a la vez del 9, el 1, el 4;
pronto serás del mundo en el teatro
Colombina de muchos Arlequines.
Ave errante de cenas y de cines,
tendrás, futura carne de anfiteatro,
entre un vaso y un beso un “te idolatro”
y en el auto... chalinas y chelines.
¡Qué tos!, qué lividez, sin voz, sin pelo,
los ojos como túneles; el fuerte
ris-ras que da al rajar el escalpelo …
¿Quién es aquella trágica vencida?
-¿Aquélla? Es ella… y va para la muerte
a dormir los insomnios de la vida.
JORGE ETCHEVERRY ARCAYA
Con o sin nosotros
Antes
y después de las hecatombes
De que los hombres se persiguieran con hachas
con quijadas de asno
disputándose caza, mujeres, territorio
O simplemente disfrutando del vértigo del poder
Antes estaba la naturaleza
La del equilibrio sabio
La de la falda entretejida con las hebras de todas las criaturas
Después volverá a estar ella
Cuando hayamos pasado
Meditativa en su incansable gestar y mantener
Triste quizás sin nosotros
con el mundo éste, la tierra
quizás un poco más yermo
más ácido
con menos especies
No
Eso es lo evitable
Creemos
Más bien quisiéramos
Creer
Enterremos las espadas
Tapemos con hierbas y flores
la boca de los cañones
Que nuestra voluntad de paz sea como enjambre de palomas
Que vuelan juntas, en la mañana
NATALIE DIAZ
Poema de amor poscolonial
Me
enseñaron que las sanguinarias pueden curar la mordedura
[de
serpiente,
pueden
detener el sangrado —casi todos olvidaron esto
cuando
acabó la guerra. La guerra acabó,
dependiendo
de a cuál guerra te refieras: aquellas que empezamos,
las
anteriores, hace milenios y más,
aquellas
que me empezaron a mí, que yo perdí y gané
—aquellas
heridas que florecen sin pausa.
Un
salario me dio forma, libra a libra. Y yo libro el amor y cosas
[peores:
siempre
hay otra campaña que atravesar marchando,
una
noche en el desierto para el relámpago de cañón de tu pálida
piel
apaciguada en tu pecho, laguna de plata y humo.
Desmonto
mi caballo oscuro, me inclino ante ti, te entrego
el
tirón fuerte de mi sed, de todas.
Aprendí
Bebe en un país de sequía.
El
dolor nos place, dejamos marcas
del
tamaño de piedras —cada cabojón pulido
por
nuestras bocas. Yo, tu lapidaria, tu rueda lapidaria,
giro
—verde moteado rojo—
el
jaspe de nuestro deseo.
En
mi desierto hay flores salvajes
que
tardan hasta veinte años en abrirse.
Las
semillas duermen como geodas bajo la arena caliente del
[feldespato
hasta
que un destello de inundación estremece el arroyo,
[levantándolas
en
su flujo de cobre, las abre de memoria
—recuerdan
lo que su dios les murmuró
en
las costillas: Despierta y duélete por tu
vida.
Donde
estuvieron tus manos hay diamantes
en
mis hombros, deslizándose por mi espalda, muslos
—soy
tu culebra.
Estoy
en el polvo por ti.
Tus
caderas son luz de cuarzo y peligro,
dos
carneros de cuernos rosados que trepan una estela suave
[de
desierto
antes
de que el cielo de noviembre desate un diluvio de cien años
—el
desierto devuelto de pronto a su mar antiguo.
Levántate,
heliotropo silvestre, hierba del escorpión,
facelia
azul que sostiene el morado como un cuello puede
[sostener
la
forma de cualquier gran mano.
Manos grandes, así
llamaba ella a las mías.
La
lluvia vendrá en algún momento, o no. e
Hasta
entonces, tocamos nuestros cuerpos como heridas—
la
guerra no terminó nunca y de algún modo comienza de nuevo.
ESTHER DE CÁCERES
A una magnolia
Acércame
los pétalos de fragante magnolia
con que, en horas de sueño,
el Amor poderoso ilumina mi sombra.
En la sien, en la palma, entre ébanos de noche
tus pétalos reposan.
No los turba el ardiente llamado de mi pulso,
ni del santo madero la grave y sorda música.
Hasta que alguna vez los clavo con mis ojos
en una cruz severa,
y una herida sin sangre les descubro.
-Es una saeta oculta
que atraviesa en verano el claroscuro
del agua Pura y quieta en los lagos nocturnos.-
Gime
el ser en silencio. Con mi fuego dialoga
tu distante fragancia, tu impasible blancura.
De lejos nos contestan, en el aire nocturno
de jardines y selvas, las cítaras insomnes.
Me acerco a ti; te busco
la herida misteriosa que sólo yo conozco.
Todos
mis huesos cantan despiertos, dolorosos,
el canto en que se queman,
sin quemarte, en la sombra.
Tú
acércate; amortigua esta sedienta lumbre.
Acércame en el fuego tus frescos, apacibles
pétalos de magnolia.
Tú
acércate, magnolia!
