domingo, 14 de agosto de 2022


 

EDUARDO GALEANO

 

 

El mundo


 

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al cielo.

A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.

El mundo es eso—reveló— Un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con la luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay gente de fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas; algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman, pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende.

 

SUSANA SOCA

 

 

De la calumnia al triunfo

 

 

Se cruzan en el camino,
sin chocar, dos pensamientos:
el de ella vuela sin tino
y en cada rancho vecino
ata una duda a los tientos.

El de él recorre sereno,
rastreando con vuelo sordo
las huellas de aquél terreno,
para ver si en nido ajeno
se metió un gaucho a lo tordo.

Así se pasan los días
y los meses… casi un año,
aquellas almas sombrías,
con luto en las alegrías
porque amor murió de un daño.

¡Pero el amor resucita!
¡es una cosa sagrada!
y la calumnia maldita
se hunde más cuanto más grita
y vuelve a lo que era: ¡nada!

Por eso fue que un buen día,
en aquella pulpería
y en presencia del traidor,
sellaron su juramento
los dos, en un casamiento
que fue el triunfo del amor.

La calumnia
(Pintura: Carlos Montefusco)
Ella estuvo en la tranquera,
mirando fijo el camino…
¡Esperó en balde!…¡No vino!…
y oscureció campo afuera.

“¡Por ahí viven los Aldabe;…”.
“él tuvo amores con Pura…”
“¡Pero nó; si siempre jura”
“que no lo quiere!… ¡quién sabe!”

Esto dijo sin malicia,
rumbeando, triste, hacia adentro;
y el perro salió a su encuentro
para hacerla una caricia.

Mientras busca en su defensa
mil razones, mil excusas,
intercalan las lechuzas
una duda en lo que piensa.

Cuando se dió por vencida,
golpeada por la tristeza,
fue inclinando la cabeza
hasta quedarse dormida.

Da un tero su voz de alerta,
diciendo a gritos su nombre;
y la silueta de un hombre
pasa acechando la puerta.

Viene borracho de pena.
Viene estrujando sus nervios.
Es de los gauchos soberbios,
pero el amor lo sofrena.

Le han dicho en la pulpería
que, de un rancho al rancho de ella,
un hombre marcó una huella
que no olvidó todavía.

Muerde a ratos el barbijo,
la garganta se le anuda…
¡quisiera poner en duda…
la honradez del que lo dijo!

Piensa nombres diferentes;
ve de un amigo la sombra.
Tiene miedo; no lo nombra…
y hace rechinar los dientes.

Así llega hasta su choza
llevando un martirio a cuestas…;
y el perro, aquel, le hace fiestas
como enviado por la moza.

Toma y deja sus maletas…
se acuesta, luego hace empeño
por echarle un pial al sueño
que le anda haciendo gambetas.

¡Es otra nueva derrota!
De contrario a sus anhelos,
tiene un camoatí de celos
que el amor propio alborota.

Loco de dolor ensilla;
no estriba, monta de un salto.
¡Tan ligero cruza un alto
que lo ahoga la golilla!

 

ATILIO SUPPARO

 

  

Gaucho sol

 

 

Lucha el sol en retirada,
de un tajo degüella al cielo
y la sangre que va al suelo
deja una mancha morada.
La noche, en su atropellada,
pone una venda en la herida
mientras el sol, en su huida,
va bajando atrincherao,
pa salir por otro lao
y pegarle una embestida.

La noche hace un alto y calla;
y al creer que el sol va en derrota
tiende su carpa grandota
sobre el campo de batalla.
Forcejeando entre la malla
que forman nubes cenizas,
miles de estrellas pesquisas
aujerean la techumbre,
como si juese una lumbre
que al salir se hiciera trizas.

Cae de chasque al campamento,
vichando por la barranca,
la luna, que es como blanca
bandera de parlamento.
Se abrillanta cuando el viento
despeja la inmensidá
pero el sol que ya no está
pa dar cuartel ni resuello,
vuelve tocando a degüello
y triunfa la claridá.

 

MARCOS VELÁSQUEZ

 

  

El gallo pato

 

 

Había una vez un gallo convencido
De que ser gallo era ordinario y feo
Y en su pasión por convertirse en pato
Llegó a olvidarse hasta del cacareo.

Y practicaba caminando como pato
Imitando la elegancia de los patos más pulidos
Y todo el mundo lo miraba con asombro
Pues mezclaba en su lenguaje
Cacareos con graznidos.

Hubo asamblea de los gallináceos
Para estudiar sus raras actuaciones
Y ver a qué corrientes filosóficas
Correspondían sus desviaciones.

-Yo nunca he visto a ningún pato ser buen gallo
Y a este gallo haciendo el pato
No lo encuentro nada lógico.
-En mi opinión el que prefiera ser mal pato
En lugar de ser buen gallo
Es un caso pato-lógico.

El pobre gallo cada vez más pato
Notó un detalle que agravó sus males:
Sólo tenía patas de gallo cuando
Los patos tienen patas especiales.

Y ya era pato en casi todo y era novio
De una pata cuando un día
De dramática memoria
Salieron juntos a nadar con mala pata
Y aquel gallo se fue a pique
Y aquí se acabó la historia.

 

ROLANDO CÁRDENAS

 

  

Elegia del futuro suicida

 

 

Yo hablo de la integridad
como si la palabra misma fuera indivisible,
o como si todo alguna vez no retornara a nada.

Pero esto no es así.

Llega un momento en que se acaba el sueño,
La mano ya no quiere aprisionar.
La flor se desploma sobre el musgo.
Los ojos quedan secos.
La caricia no existe.
Ni la palabra amada.
Ni el rumor que se levanta del saucedal frondoso.

Nada importa que el viento golpee en cada puerta.
Ni que la lluvia humedezca nuestro calzado y nuestra alma.
Ni que la abulia sea un buitre que devora a pedazos la esperanza.

Se quiere aprisionar la risa en el puño
como una mariposa,
pero ella se aleja hacia otros privilegios.
No quiere compartir el beso que la boca entrega en la ausencia,
ni el cuerpo que se da en la hora furtiva,
ni la palabra que impulsaría a conquistar el aire.

La soledad alzándose, infatigable planta,
va construyendo un clima de sonrisas enlutadas.
La memoria yace derribada por la astenia
en actitud de delirio.
Ni siquiera es capaz de crear el grito salvaje de la angustia.

La indiferencia penetra por la piel royéndola de a poco.
El asombro por lo que no creímos
se va quedando sólo en pesadumbre
que nos va señalando nuestra propia miseria resignada.
La alegría misma ha quedado derribada en algún rincón de nuestro propio
olvido.

La lengua no blasfema.
Está extática y sola.
A su lado está también la canción trunca
que en un principio pregonaba la fuerza.

El corazón se va quedando solo.
Solo en el día.
Solo en la noche,
como un grito abandonado y yerto.

Ya nada es demasiado indispensable,
sólo el aire.
Lentamente el cansancio va forjando su lágrima.
Todo es latir apresurado hacia el final,
porque en la hora dura no queda nada:
la pureza,
el tiempo del amor iluminado,
el beso antiguo
son casi dolorosa inexistencia.

Pero se llega al día límite
que nos espera como un muro infranqueable
despojado de todo,
que es una manera de mostrar la certeza.

También se puede sonreír al borde de la vida.

 

 

 

MARCO MARTOS


  

San Miguel de Piura

 


Encendí el corazón sobre los médanos,
en los soledosos algarrobos que continúan
la ciudad más allá de la postrera bandera blanca,
bordeando el camino de Los Ejidos, regado
por las cagarrutas de las cabras. El cielo era azul
con sus nubes pintadas y había un viejo caballo
y un burro blanco entre los grises.
He olvidado a qué íbamos a Los Ejidos
pero puedo adivinarlo mientras aspiro todavía
el aire luminoso de la infancia.
Los Ejidos: el olor de las cabras, la leche
de cabra, el queso de cabra que jamás
he encontrado después en la tierra.
A la hora del regreso el sol reverberaba
sobre los médanos y en llegando al recodo
del camino que divisa a la cruz del Norte,
bajo la sombra benéfica de los sauces,
los pequeños pudimos sumergirnos
en el río suavísimo y verdoso.
¡Han pasado años de años!, ¡me he mezclado
en tantas cosas!, y ahora que el sol
reverbera sobre el asfalto, no extraño
a esa patria, distante y diminuta.
O tal vez la extraño y por eso escribo.