"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
viernes, 21 de octubre de 2022
FELIPE MÁRQUEZ
Gorda
Dymo
En
verdad fui el último hijo que habitó el vientre de Julia Sofía,
mi mamá pintora. Así, crecí cubierto de una inevitable soledad,
rodeado de hermanos mayores, primos, tíos y un particular
tren de servicio. Toda esta explicación es para corroborar que
por suerte tengo una hermana espiritual y contemporánea,
Gorda Dymo (Gisela Alfonzo de Capellin).
A
ella la conocí hacia 1978 cuando coincidimos en la quinta
«Guayamurí» de los Villanueva Brandt. Gisela se ofreció espon-
táneamente a vender varios ejemplares de «La gaveta ilustrada»,
un número que me tocó diseñar para ese entonces.
Hermosa,
inteligente, extremadamente simpática y consecuente.
En verdad me enamoré enseguida de ella pero no me prestó
mayor atención.
Hacia
1989 volvimos a coincidir cuando ella regentaba una
preciosa librería infantil ubicada en El Hatillo. Ya para entonces
ella había fundado junto a su hermana Anita el preescolar
que ambas dirigen.
Da
la gran coincidencia histórica de que los Alfonzo-Larrain se
mudaron a Chiray, mi entrañable casa de infancia, ubicada en
la avenida El Estanque, cerca del Country Club. Así, el destino
logró que Gisela y yo compartiéramos una misma habitación
primigenia. Conocí a «Alfa», su papá, excelente caricaturista
y a doña Gisela, su gentil señora madre.
A
partir de la época de ProDiseño (1990) los encuentros significativos
se hicieron cada vez más frecuentes.
Ella
está casada con Andrés y es mamá de tres maravillosos hijos.
Fuimos al cine Paseo a ver la primera película de Harry Potter,
almorzábamos esporádicamente rememorando una Caracas
fantástica, rodeada de tupidos araguaneyes y de apacibles jardines
internos.
En
el año 2005 perdí completamente la razón y Gisela reapareció
en mi turbulenta vida como una protectora hada madrina,
cargo honorífico que ocupa hasta la actualidad.
Ella
descubrió una intensa veta literaria que la ha llevado
a escribir estupenda poesía erótica, narración imaginativa
e historias de fantásticos viajes.
A
Gorda Dymo la llamo rigurosamente todos los días del
mundo. Al despertar, con el jaleo que hacen las guacharacas
criollas, comentamos los acontecimientos más recientes y con
cierta frecuencia nos reunimos para disfrutar de nuestras
sensibilidades muy afines.
Gisela
es como el eco surreal de una centella abrumadora,
es inmensamente generosa y optimiza las situaciones azarosas
de la vida cotidiana. En fin, es una mujer adorable, rodeada
de gracia y virtudes. Parece una figura nacida de un arraigado
cuento de Julio Garmendia. Es un ser recubierto de luz.
Ella habita en una galaxia particular rodeada de una intensa
capacidad de ser el otro, de compartir el instante con gracia
e intensidad.
DOMINGO ALFONSO
Este
oficio de ser Dios
-Para
Alfredo Zaldívar-
Alguna
vez, debajo del álamo con las ramas violetas; somnolento
mientras miraba las hojas cayendo en espirales al vacío
y convertidas de pronto en figuras de jóvenes desnudas
Me han propuesto ser dios:
Dotado de una suma de poderes;
pero me pregunto como puedo anular
el apetito del homicida hacia ese zumo, color rojo
la fiebre de la mujer temblorosa de sexo
por otras jóvenes criaturas
Cómo extinguir en el anciano sediento
oscuras sensaciones ante el terso muchacho
quien ofrenda sus nalgas: tibios melocotones en la playa
Qué gesto hacia el árbol atravesado por finos alfileres
mojando ramas y frutos al caer desde remotas regiones
o como soportar la pureza de cristales que dibujan la luz
en mis pardas pupilas
cuando miro a través de las ventanas el mar.
Este
oficio de ser dios. Me asfixia la eternidad
Testigo invisible cada noche
del vibrar de infinitas cerillas
taladrando un oscuro aliento que lo circunda todo
mientras no se detiene la caminata sobre un espacio creciendo cada minuto
desde el inicio de los Tiempos hasta su término jamás.
Realizo
un primer milagro:
Extiendo este minuto un milenio completo
Después quiero poner en estas briznas de hierba
un poco del olvido o de la indiferencia de estos peatones
que colocan en un paso delante del otro, sobre el asfalto de la calle
partes pequeñas de sus vidas, disipándose en el éter
y acumulando la desesperación y la duda dentro de mí.
Mayo 8 del 2004
De:
“Un transeúnte cualquiera”
JOSÉ MIGUEL VICUÑA
Quieres
alzar la mano
Quieres
alzar la mano
hacia las torres que florecen sobre la niebla.
Derribada,
permanece en la grama
junto a las azucenas marchitas por el cierzo.
Perdió el oro la espiga,
y en el hilo trenzado que sujeta la sombra
juegan fosforescencias del hálito rebelde.
Ya del templo no quedan sino muro y techumbre;
sólo búhos que anidan un adiós prolongado
se aferran en el eco de sus ayes al símbolo.
Aire que sopla con arenas de tumbas,
llama, golpea, toca con insistente ritmo la piel exangüe.
Exánime, presiente que el día va a morir, tenebroso de nubes.
Los pastores regresan con quena y caramillo.
El arrebol que hace tornar los cisnes manchará los tapiales,
y los ríos solemnes, irisados de pájaros,
propagarán aullidos en la corriente roja.
Las anémonas beben el agua funeraria:
el mar irrumpe, el fuego las embriaga, el vino de la sangre.
Y en la grama, los pétalos bermejos danzan.
En la sombra del templo fulguran los vitrales.
La sal de ayer fue derramada.
El día que agoniza nos da su luz, oh noche anunciadora.
La mano yerta se entibia de caricias.
Recogerá en el alba el carmín de las rosas,
savia sangrienta arriba, ¡a conquistar las torres!
TANIA GANITSKY
La
noche se cerraba
en
tu boca
y no había manera
de liberarla.
Nunca temí tanto
por ti, por el silencio –
en la punta
de tu lengua se apagaba
la última estrella.
ZAHUR KLEMATH ZAPATA
Libertad
Como
el viento que viaja
en una noche de verano
va mi mente flotando
como si fuese una bruja
volando en torno de la luna
Entre los cantos fúnebres
y las errantes ánimas
Entre el espíritu santo
y el canto de los perdidos
voy cabalgando sobre un torbellino
por calles y avenidas
Hoy canto a ti
LIBERTAD
Y elevo mi más reverente recogimiento
OH materia
desata mis cadenas
OH muerte
quita mi ceguera
OH santidad maldita
OH inocencia despreciable
Se revelan mis cromosomas y genes
al oír hablar de un mito inexistente
Canto a mi energía e intelecto
con toda la fuerza de la vida
Me canto
y me digo
YO SOY UN DIOS
nacido de la nada
Canto a los renegados
que fueron torturados
vilipendiados
asesinados por impíos
Canto a la vida
y me respeto
Me asombro de estar vivo
y arrullo mis sentidos
Canto a la existencia y lo que existe
canto a mi espíritu
que flota libremente como un tamiz vacuo
CARLOS OBREGÓN BORRERO
III
Acaso
el tiempo no es un fluir invencible,
sino una realidad de dimensión interna.
El tiempo puede ser la hechura de la angustia
o el antojo soberbio de algún dios solitario
o las horas eternas en que un yo de violencia
proyecta sus canciones en un rumor de siempre.
Puede ser un sondear, un mirar hacia adentro
cada instante en sí mismo, cada vez con más noche.
Cuando entonces llegamos a algún fondo sin cifra
sabemos que las torres que vigilan las horas,
son torres inconclusas y que un mar de silencio
penetra sus criaturas en extenso misterios
y bosques sin sonido. Toda plenitud mía
es plenitud antigua: algo que estuvo en mí,
densamente remoto, antes de que mi voz libre,
antes que mi existencia, siempre tallando instantes,
para erigir días o noches en la noche
donde mi ser comienza. Hay algo primordial
que nos hunde en el mundo, que nos dice que el sol
puede ser nuestro fuego o algún fervor intenso
trabajando lo eterno, la eternidad presente
que es memoria olvidada de otro lugar del tiempo,
gestación silenciosa de momentos distantes
sin embargo inmediatos en el sueño y el día:
ese camino adusto, ese vivir en sí
antes que nuestra sombra o que el gesto que inicia
aquel objeto muerto, externo y abolido
sin discernir su sitio, caído con inercia
sin conocer su origen. El aspecto de ausencia
que hoy existe en la tarde es algo desvaído
que tu presencia anula al romper con sus alas
el éter de la nada. Este cuarto no existe
cuando yo en mí me habito, ni existen las murallas
que limitan el tiempo: yo me existo hacia adentro
y en mi existir arrastro los árboles y cerros
que conoce mi tacto. Sus raíces son siempre
raíces en la tierra, garras, voces esbeltas
de un proceso oscuro que azotan mis viajes
para extender los días ─verticales, distantes─
integrando en su golpe la voluntad del mundo.
De: “Distancia
destruida”
