viernes, 30 de junio de 2017


JOSU LANDA




El vuelo de las palomas



Por el oeste
vienen algunas palomas

Después de que pasan,
en el firmamento
no queda rastro alguno.


CÉSAR MORO




A vista perdida



No renunciaré jamás al lujo insolente al desenfreno suntuoso
de pelos como fasces finísimas colgadas de cuerdas y de
sables

Los paisajes de la saliva inmensos y con pequeños cañones
de plumasfuentes

El tornasol violento de la saliva

La palabra designando el objeto propuesto por su contrario

El árbol como una lamparilla mínima

La pérdida de las facultades y la adquisición de la demencia

El lenguaje afásico y sus perspectivas embriagadoras

La logoclonia el tic la rabia el bostezo interminable

La estereotipia el pensamiento prolijo

El estupor

El estupor de cuentas de cristal

El estupor de vaho de cristal de ramas de coral de bronquios
y de plumas

El estupor submarino y terso resbalando perlas de fuego
impermeable a la risa como un plumaje de ánade delante
de los ojos

El estupor inclinado a la izquierda flameante a la derecha de
columnas de trapo y de humo en el centro detrás de una
escalera vertical sobre un columpio

Bocas de dientes de azúcar y lenguas de petróleo
renacientes y moribundas descuelgan coronas sobre
senos opulentos bañados de miel y de racimos ácidos y
variables de saliva

El estupor robo de estrellas gallinas limpias labradas en roca
y tierna tierra firme mide la tierra del largo de los ojos.

El estupor joven paria de altura afortunada

El estupor mujeres dormidas sobre colchones de cáscaras de
fruta coronadas de cadenas finas desnudas

El estupor los trenes de la víspera recogiendo los ojos
dispersos en las praderas cuando el tren vuela y el silencio
no puede seguir al tren que tiembla

El estupor como ganzúa derribando puertas mentales
desvencijando la mirada de agua y la mirada que se pierde
en lo umbrío de la madera seca Tritones velludos
resguardan una camisa de mujer que duerme desnuda en
el bosque y transita la pradera limitada por procesos
mentales no bien definidos sobrellevando interrogatorios y
respuestas de las piedras desatadas y feroces teniendo
en cuenta el último caballo muerto al nacer el alba de las
ropas íntimas de mi abuela y gruñir mi abuelo de cara a la
pared

El estupor las sillas vuelan al encuentro de un tonel vacío
cubierto de yedra pobre vecina del altillo volador pidiendo
el encaje y el desagüe para los lirios de manteleta primaria
mientras una mujer violenta se remanga las faldas y
enseña la imagen de la Virgen acompañada de cerdos
coronados con triple corona y moños bicolores

La medianoche se afeita el hombro izquierdo sobre el hombro
derecho crece el pasto pestilente y rico en aglomeraciones
de minúsculos carneros vaticinadores y de vitaminas
pintadas de árboles de fresca sombrilla con caireles y rulos

Los miosotis y otros pesados geranios escupen su miseria.

El grandioso crepúsculo boreal del pensamiento
esquizofrénico

La sublime interpretación delirante de la realidad
No renunciaré jamás al lujo primordial de tus caídas
vertiginosas oh locura de diamante


CÉSAR RODRÍGUEZ CHICHARRO




Hastío



Aquí,
quemándome
en fuegos de artificio.

(¿La verdadera lumbre, Señor, dónde la guardas?
¿Dónde la fuerza, el sol? ¿Dónde la lucha?
¿Dónde la luz, la rabia?)

Aquí,
quebrándome
en batallas inútiles
en trabajos estériles.

(¿Dónde el peligro, el mar? ¿Dónde la muerte?
¿Dónde la loca crepitación del fuego?
¿Dónde el volcán y dónde el exterminio?)

Y guardo mi pasión, la encierro
en la profunda gruta de mí mismo.
Escucho la sonata de los días
tendido en el desván de los recuerdos
como el muñeco de la cuerda rota.


De: “La huella de tu nombre”



ENRIQUE CASARAVILLA LEMOS




Marta duerme



Dormida en su oro,
sin ningún asomo
de inquietud...: qué lejana, qué delicia
de nieve
y qué enigma al que, tímido, me asomo!

Latir siento una flor dormida: y miro
cual sus pétalos tenue mueve,
y cómo
respira el pecho mínimo!
Sueño
miel
flor
enigma
aire dormido


FERNANDO FERREIRA DE LOANDA




Poema



Soy anónima arena, piedra, cactus, palabra,
pero amigos —tres o cuatro—, suban las escaleras,
no sean ceremoniosos, abran las puertas,
de par en par las ventanas,
sírvanse vino de Madera y disculpen la sobriedad
de los muebles y los gestos:
muero mañana.

Alguno con la muerte, carga secretos
y las manos llenas de sangre, de dinero:
yo no.
Alguno con la muerte, inventa dialectos
que justifican frustraciones:
yo no.
Alguno con la muerte, interrumpe el fabulario:
yo no.
Oh, morir de amor, de amibas, ambarino,
embajador y de amargura,
entre un auto deshecho, de infarto, de ajenjo, esdrújulo,
¡apuñalado por el marido de la amante!

Amor, amar, vivir, amar el amor, amar la vida,
y silbar, en el destierro de las madrugadas
fragmentos de melodías que me quedaron de otra
existencia.

Desde la terraza miraremos la luna, de bruces, sobre el
mar.
¿Y por cuánto tiempo?
¿Arena de qué playa,
piedra de qué peñasco,
cactus de qué soledad,
palabra de qué vivencia?


1956


ALFREDO GANGOTENA




Nocturno

a André Gaillard



¡Crueldad, crueldad sin nombre, crueldad de mi pasión!
¡Y el elíxir de las llamas que se derrama en el seno de mi
inquina!
El huracán de todas las lágrimas puede abatirse en mi
desolación.
El rumor del embrujo, el aliento y la cadencia dulce de las
octavas,
Me vienen puros como brisas contra todo infierno de
condenación.
Las flores de bruma despliegan sus alas y perfuman sus
sueños en mi noche.
Como dos extrañas umbelas de venas, hacia ellas torno mis
ojos huraños.
Espíritu torrencial que se nutre en las orales fibras de la
lluvia.
Un ángel de amor fulgirá en la amorosa ruta de mis miradas.
Resuena, resuena con estridencia, huracán de las mareas.
El húmedo zumbido de los palmares, como una aurora
boreal,
Me otea detrás de las arenas del sueño.
Recordadme, sabias criaturas que perduráis en vuestros
arrebatos.
Dominadora naturaleza, yo acudo y me rindo a tus
instancias.
Que yo sea digno entre las flores, que yo sea limpiamente
digno de los ornamentos de la pradera.
Dejad libre por lo menos a mi soplo.
No me torturéis así, oh sílabas de mi lenguaje.
Para colmo de ignominia, de aquí los hombres que se
corrompen al son de sus palabras, y que me constriñen a
alimentarme del viento fétido de sus discursos.
Labios míos de un día, proferid el insulto que me aniquile.
¡Venas, ensordeced!
Si aquello no fuera sino un sueño a través del trágico
silencio de mi cuerpo.
El cielo sonoro vela sobre nosotros como una llama
vaporosa.
Escurrimiento, escurrimiento de la tarde sobre mi sombra y
mi lentitud.
Borda, amigo de la floresta, visitante de las lámparas, este
encaje en torno de mí, como un dulce párpado.
Tengo la inocencia de la arrobada azucena entre las aguas
movedizas de la noche.
Oh fiesta de mis brazos en un recinto de seda.
Que el agua de la gracia os visite, oh mis párpados, en
vuestro celo de blancura.
Como el impelido pájaro que desgarra el firmamento del
vuelo,
Rompiendo esta roca de lágrimas,
Levantaos osados y finos, oh mis párpados, en el árido
espacio del durmiente.
Un movimiento de alas se insinúa entre las nieves y entre
las flores.
Sé paciente y sueña,
Oh mi alma, cerca del mundo, en la aterciopelada tumba de
mi pupila.
Al unísono de los vientos late mi corazón en el furor de las
lluvias.
¡Pero que venga el paisaje nacido de las aguas lejanas de '
un murmullo!
¡Que venga al fin este hermano mayor de mi pupila a abrirse
como un canto de luz entre las hojas!
Soledad de los astros, soledad de la sangre.
Sonrío al otro lado de los montes a semejanza de las
grandes fieras.
Decidme, oh flores, ¿cuándo los vientos y las brisas
atribuladas suspiran en el agua nocturna de vuestras
corolas?
Los aires me embalsaman y mecen silenciosamente, como
un sueño bajo la luna; silenciosamente, los encajes
esplenderán en la memoria de los pájaros.
¡Zócalo de la morada! como las nieves sobre las augustas
cimas de otrora,
Rubios encajes que se deshilan en la cabellera de los
torrentes.
Eco familiar que me rindes en un rumor los aromas de la
anémona,
Imperceptible eco: tus cuitas y tus sollozos van a perderse
tal el oro de las arenas, bajo la verde sombra de las lianas
que velan sobre la ventana.
La luna de improviso, nueva en el mundo, me ilumina como
un ingente grito.
La salvación está en la espera vigorosa, en esta voz
vehemente donde el alma, tal una ala de luz, vuela
delante de la visión.
El azúcar ardiente de las flores os aclara con sus destellos de
vida.
Recuerdo,
¡Ah, sí recuerdo el cuerpo jadeante y húmedo de una mujer
entre mis brazos.
Se juntan entonces los hálitos y las sombras que me exilan
del cielo de mi razón!
Tú soplas, noche, como una boca de espanto en mis ojos.
Vientos rompientes de las arenas del desierto.
Vientos de terror que despejáis la ruta de los desastres a
través de mis lágrimas,
¡Marchad, oh vientos,
Que bajo el cordial abrigo de las plantas mi frente se ríe de
vuestros rigores!
El equinoccio abre grandes las tumbas.
Oh mujeres añoradas, el alcohol canta vuestros senos de
flor,
Y entre las arenas y las florestas, su nupcial lecho de
condenación.
Pero la más dulce habita mi alma como una semilla en los
vientos.
El huracán erguido en mis lágrimas puede abatirse sobre mi
desolación.


jueves, 29 de junio de 2017


PABLO GARCIA BAENA





Bajo tu sombra, Junio, salvaje parra...



Bajo tu sombra, Junio, salvaje parra,
ruda vid que coronas con tus pámpanos las dríadas desnudas,
que exprimes tus racimos fecundos en las siestas
sobre los cuerpos que duermen intranquilos,
unidos estrechamente a la tierra que tiembla bajo su abrazo,
con la mejilla desmayada sobre la paja de las eras,
la respiración agitada en la garganta
como hilillo de agua que corriera secreto entre las rosas
y los labios en espera del beso ansioso
que escapa de tu boca roja de dios impuro.
Bajo tu sombra, Junio,
yedra de sangre que tiende sus hojas
embriagando de sonrisas la pared más sombría,
la piedra solitaria;
Junio, paraíso entre muros, que levantas la antorcha de tus árboles
ardiendo en la púrpura vesperal,
bajo tu sombra quiero ver madurar los frutos,
las manzanas silvestres y los higos cuajados de corales                                                                          submarinos,
la barca que va dejando por los ríos lejanos sus perfumes,
los bosques, las ruinas,
las yuntas soñolientas por los caminos
y el zagal cantando con un junco en los labios.
Quiero oír el inquieto raudal de los torrentes,
el crujido de las ramas bajo el peso del nido
y el resonante silencio de las constelaciones
entreabriendo sus alas como pájaros espumantes de fuego
al fúnebre conjuro de los nocturnos pífanos.
Bajo tu sombra quiero esperar las mañanas fugitivas de frescura
y los atardeceres largos como miradas
cuando todo mi ser es un canto al amor,
un cántico al amor entregado,
mientras las manos se curvan sobre las espaldas desnudas
y mis párpados se tiñen con el violento jacinto de la dicha.


MARUJA VIEIRA





El nombre de antes



No es fácil escribir
el nombre de antes.
Es como volver a un traje antiguo,
unas flores, un libro,
un espejo, amarillos por los años.
Con aquel otro nombre
era como tener entre las manos
toda la luz del aire.
Ahora vuelvo
a mi nombre de antes.
Mi nombre de ceniza,
el que anduvo conmigo por el tiempo
y por las soledades.
Ahora estoy frente a mí, frente a mi nombre,
con la fría y terrible sensación de regreso
que conocen los náufragos.
Pero escucho una risa y unos alegres pasos.
Todo no se ha perdido.
Aquí estoy otra vez, frente a la vida,
con el nombre de antes.


PAUL ÉLUARD




Desfigurada apenas



Adiós tristeza.
Buenos días tristeza.
Estás inscrita en las líneas del techo.
Estás inscrita en los ojos que amo.
Tú no eres exactamente la miseria,
pues los más pobres labios te denuncian
por una sonrisa.
Buenos días tristeza.
Amor de los cuerpos amables,
potencia del amor,
cuya amabilidad surge
como un monstruo incorpóreo.
Cabeza sin punta,
tristeza bello rostro.


Versión de Luis A. Cano


JOSÉ ÁNGEL VALENTE




No me dejes vivir



No me dejes vivir.
Ahógame en lo alto.
Sobre tu cuerpo enfurecido.
No me dejes vivir...

Hay navíos que abaten en el largo descenso
su arboladura amarga.


LUCIAN BLAGA




Enfermedad



Entró la enfermedad en el mundo,
sin rostro, sin nombre.

¿Es una criatura o solamente viento?
¿Nadie tiene voz para deshechizarla?

El hombre está enfermo, enferma la piedra,
se apaga el árbol, se quiebra el fogón.

Negra plata, la arcilla triste y grave,
soy el oro disminuido y enfermo.

Las lágrimas caen oblicuas desde el siglo.
Invoco por señales olvido y curación.




EUGENIO MONTALE




A mi madre



Ahora que el coro de las codornices
te acaricia en el sueño eterno, rota,
feliz bandada en fuga hacia las colinas
vendimiadas del Mesco, ahora que la lucha
de los vivientes arrecia, si tú cedes
como una sombra los despojos
(y no es una sombra,
oh gentil, no es lo que tú crees)
¿quién te protegerá? La calle despejada
no es una vía, sólo dos manos, un rostro,
aquellas manos, aquel rostro, el gesto de una
vida que no es otra sino ella misma,
sólo esto te ubica en el elíseo
lleno de almas y voces en que vives;

y es también la pregunta que tú dejas
un gesto tuyo a la sombra de las cruces.


De: “La tormenta y lo demás”


miércoles, 28 de junio de 2017


PABLO GARCIA CASADO




1972
                                                                          París, Texas



por qué travis qué hay de esa oscura pregunta
por qué la casa en ruinas por qué él por qué ella
por qué el verano de mil novecientos setenta y uno

qué tuvo que pasar qué clase de química por qué
la huelga en el sector metalúrgico por qué el atasco
por qué llegaron rendidos y aún así se besaron

como si mi vida les fuera en ello


De: "Las afueras"


JOSE MANUEL ARCE




Toda tú



Toda tú eres santuario,
toda blanca;
se ha llenado tu cuerpo de designios.
Tienes la santidad de la esperanza
y la paz
generosa
de los lirios.
Toda tú eres milagro,
das tu lecho
de altas arenas
al naciente río;
enciendes en tu sangre
el claro fuego
y con tu carne pueblas el vacío.
Toda tu,
fervorosa,
temerosa,
frente a tu propio territorio vivo,
junto a los ventanales de tu alma,
bajo la blanca sombra de tu espíritu.
Toda tú,
niña,
blanca,
inmaculada,
santificada en el minuto limpio;
más mujer que la tierra,
más fecunda,
innumerable y grave
como un libro.

Cimiento de las horas,
silenciosa;
vértice de mi amor,
toda camino,
toda
inmanchable altura,
toda tiempo,
inflamada de vida,
toda
río.


ALAÍDE FOPPA




Propiciatoria



Lenta y plácida
sea la vida que corre por mis venas,
largos sueños y dulces despertares
me asistan,
escuchen mis oídos voces quedas,
mientras crece en secreto
la criatura.
¡Ay, que el llanto no empañe mi pupila!
Que por furtivo anhelo
no tiemblen mis pestañas,
ni perturbantes fantasmas me llamen,
mientras vive en mi seno
la criatura.
¿Cómo puedo estar triste
si la rama florece?
No empañe su mirada,
antes que se abra,
el velo de mis lágrimas.
El alma no me pertenece.
Mañana,
desprendida de mí
la criatura,
irá libre y ligero
mi imprudente paso,
y sin temores,
podré dejarme lastimar de nuevo.
Pero hoy, Señor,
aparta de mi lado
las cosas que me hieren:
tiende un camino de arena fina
bajo mi pie cansado,
defiende mi soledad tranquila
y pon sobre mi frente
una corona matinal
de pensamientos claros.


JORGE GAITÁN DURÁN




De repente la música



La pura luz que pasa
Por la calle desierta.
Nada humano
Bajo el cielo abolido.
La blancura absoluta
De la ciudad confunde
La muerte y el sigilo.

De repente la música,
La sombra de los amantes en el agua.




EFREN REBOLLEDO




Magna voluptas



Enciende en la obsidiana de tus ojos
La mirada más tierna y más amante,
Y matiza el marfil de tu semblante
Con la lumbre solar de tus sonrojos.
Cierra tus brazos nítidos y flojos
En torno de mi cuello palpitante,
Y restrega en mi pecho jadeante
Tus pezones coléricos y rojos.
Mírame dulcemente, dulcemente,
Destilando tu beso disolvente
Y sonoro en mi labio que se inclina,
Y déjame chupar tu lengua untuosa
Que exacerba mi fiebre voluptuosa
Y me tienta como una golosina.


[1901]


De: Poemas no coleccionados



MIGUEL ÁNGEL FLORES

  


EXTRANJERA DE LA LLUVIA  la tormenta es de arena



cae la niebla    y el mar acepta su caída
la oscuridad imprime su pie en la playa    y bajo
el viento es más desnuda la roca    no hay piedad
en los confines de su reino


De: Isla de invierno


martes, 27 de junio de 2017


MARCELO DANIEL FERRER







El mundo gira en la vereda de enfrente,
Produce vértigo verlo
Sentado
Aquí
Esperando.

Los paisajes se detienen por un rato
Miran con desparpajo
La ruina de mis ojos,
De mis labios.

Un sol y una luna madrugan
Uno con el día clareando
La otra, por las noches
Apenas alumbrando.

Los sonidos flotan solfeando
La melodía que el viento
Viene cantando
Murmullo ajeno
Voces que a otro están llamando.

Un pájaro retoza
Al amparo de una mata de barro.
Otros alejados.

En mi vereda,
Se porfían las cicatrices
Eternizándose en mi regazo...

Vulgares hastíos se confabulan
En audible
Remanso.




RAMÓN VALDEZ







La niña sentada a orillas del lago,
Leyendo poesía de su libro Azul,
Te muestra que todo no está tan cambiado,
Están los que sueñan lo mismo que tú.

Son los que leyendo de un mundo de ensueño,
Mundo de romance, reino del amor,
Sienten que ellos pueden también ser los dueños
De esos sentimientos que brinda el autor.

Sueñan ser amados como en la poesía,
Por seres perfectos de muy suave voz,
Que al hablar envuelven con la melodía
Que sólo se escucha cuando habla el amor.

La niña del lago levanta los ojos,
Viendo que la tarde ya casi pasó,
Leyendo poesía se le hizo tan corta,
Que dubitativa mira su reloj.

Con pena, suspiros, recoge sus sueños,
Los guarda entre hojas de su libro Azul,
Y por un sendero se nos va corriendo,
Ha vuelto este mundo, de tanta inquietud.


VICENTE HUIDOBRO





Te amo mujer de mi gran viaje



Te amo mujer de mi gran viaje
Como el mar ama al agua
Que lo hace existir
Y le da derecho a llamarse mar
Y a reflejar el cielo y la luna y las estrellas



MALENA DE MILI




Átame



Necesito que me impidas la salida
y tras mi espalda desnuda amarres tus brazos;
en este instante, créeme, necesito
más que nunca
tu sexo.

No intentes curarlas,
no las quieras limpiar,
mis heridas son antiguas,
mucho más antiguas que tú
y que yo.

Escóndeme esta noche,
por favor,
desde hace muchas generaciones
me persiguen las Furias
¡y estoy cansada de correr!

No importa que no puedas sanarme,
tan sólo acaricia mi pelo…
Quiero quedarme abrazada a tu pecho
soñando que me duermo.

Si protesto no me escuches,
pon cera en tus oídos o átate al mástil,
mira que ni yo me puedo resistir a mí.

Átame a mí, mejor,
a tu dosel,
me estoy volviendo
una experta en huidas
y comienzo a tener miedo
de mí misma



EDUARDO CARRANZA




Sueño de enero



Y soñé que el tejado se llenaba
de ángeles músicos.
Y soñé que subía por la Montaña
de la Maravilla.
Y soñé que llegaba a una ciudad dormida
entre hermosas palabras de amor.
Y soñé que dormía bajo un árbol
coronado de trinos y rocío.
Soñé que iba a caballo
con la espada desnuda del espíritu
y nacían en mi espalda dos alas llameantes.
Soñé que una persona me miraba y era
como tener el cielo estrellado en la palma de la mano.
Soñé que alguien, como en la leyenda
de San Julián Hospitalario, musitaba en mi oído:
Hoy estarás conmigo en el Paraíso.
Y soñé que volvía a ver con ojos puros
de niño-niño los ríos que atraviesan mis sueños.
Y soñé —cosa extraña— que era el Embajador
no sé si ante la reina Nefertiti
o ante la Primavera de Sandro Botticelli.
Soñé que despertaba.
Era primero de enero del año 1974.
Y no veía ni oía el Paraíso.




YANNIS RITSOS




Viento



Frente a la ventana, los grandes girasoles.
Sobre el camino sucio, polvo del caballo que pasa.
Ella de pie todavía esperando. Triste.
La luz reflejándose en su cara podría ser
de los girasoles aquellos; De repente
levanta los brazos, atrapa el viento,
se posesiona del sombrero de paja del jinete, lo aprieta
a su pecho,
entra y cierra la ventana.



De: “Testimonios B”

lunes, 26 de junio de 2017


ALEJANDRA MORENA MORAES




Al borde



abrir la certeza de los cuerpos
ahora
labios en crescendo, ojos suspendidos
en la pausa perpetua
enredarse las manos
y retornar al capullo

  

GUILLERMO FERNÁNDEZ




Ninní
1934-1940



Siempre al atardecer giras la llave
que abre las rejas del cancel
y separa las hojas de la senda
para que llegue al mármol que te nutre
con sus racimos congelados.

Desde el fondo del valle nos invoca
la voz de la carreta rechinante,
cantándole al inerme corazón.

¿Por qué tengo que oír a cada tarde
el horror que gotea en el silencio?

Ninní, Ninní, tú lo sabías:
me siguen embrujando los caminos
las flores brunas de la carne
que acarician mis ojos con su bisturí;
el veneno que dormía en los labios de Ihú
el que se alimentaba tan sólo de silencio;
las palabras que vienen a mi mesa
a iluminar el pan de la mañana.

Por buscarte, Ninní, he removido
los muladares de la noche,
he roído huesos rechazados por los perros,
he malbaratado bienes del reino lejano,
proyectos de reconstrucción.

Pero no he vuelto a hablar a solas.
Tú plantas los laureles en el sueño
persuades a las aguas
para que sólo reflejen tu reflejo;
por ti alienta aún esa colina
en su primavera de tumbas y jardines.

Cuando yo vuelva
te hablaré de Isabel, Estambul, Nueva Zelandia,
de la isla que nos aguarda en el Atlántico
donde yacen sepultas nuestras alas.
Pero mucho tendré que caminar aún conmigo mismo,
perseguido por todos mis caminos moribundos
escapar a las trampas tendidas a las corzas
en los calveros de la profanación;
fingir que dormiré cuando esas mismas flores
extiendan su corola en la penumbra empozoñada.

Tras la ventana pasarán los días
como caballos negros con crineras blancas.


De: “Bajo llave”


GONZALO ROJAS



  
Carta sobre lo mismo



Palabras, cuerdas vivas de qué, pobre visible
cuando tanto invisible nos amarra en su alambre sigiloso,
urdimbre de ir volando pero amaneces piedra,
se
va, se viene, se interminablemente las arañas
tela que tela el mundo: particípalo
pero tómalo y cámbialo.


ELVA MACÍAS




Los pasos del que viene



I

Danza nocturna de cascos en la piedra,
el joven Wang
cabalga con la lanza de su padre
a la primera cacería.
Ah, tal es su suerte,
cacería inicial:
un jabalí de presa
y el murmullo del grillo.


II

En la tribulación,
en la discordia,
mis dos hermanas no fueron desposadas.
La más joven murió
y la mayor no tuvo quien prodigara su soledad
con versos y canciones.
En mi vieja habitación
el viento entró para llevarse
el dolor que ya no me pertenece.


III

Murió sin fin
la vieja Low Yan
amenazada de ser eterna errante:
carecía de deudos rezadores.


IV

Quién fuera aquel que se perdió en las dunas,
a quien el sol tomó en un abrazo.
Kuan Yin, de rostro femenino,
Lun Yi, mis reducidos pies...
Se fue rayando el Gobi
sin tributarme más que este delirio,
aceptada condena.
Ay, el lamento de mi voz.
¿En dónde estuvo el volumen de mis ojos?
Aquella tarde me creí ciega.
La melodía cesó.
Ya no está aquel que volvía por las tardes
con la presa en las manos.
Ya no canta Sun las seis canciones.
Errante, en el vino y la flor,
no supo contenerse en mi mirada.
Ay, el dolor que me dejó.


V

Paseo la mirada por el estanque,
como un pez dorado lo recorro.


VI

En el té de jazmín
dejo mis ojos.
En el tazón que humea
y se apacigua
dejo mis ojos de mañana.
En el aroma de ayer
que tiene un sorbo,
en la porcelana de los días festivos
dejo absortos mis ojos.


VII

Entre mariposas
y sauces bien nacidos se desliza:
hoja desprendida en el estanque,
y es el agua una tibia limadura


VIII

Olor de insectos es el pozo,
tan sólo dije ah...
y la humedad arrebató mi voz.


IX

En la terraza
las aves duermen
cubiertas con suaves lienzos.
Mi soledad es una pequeña ciudad sitiada.


X

Nada se agita en este verde prado.
Ni la melancolía por el guerrero más audaz,
ni la precisión de Li Jua
en su lenta gimnasia.
Su cuerpo,
una estatuilla,
un dios sin pretensiones.
Inicia un solo movimiento
tapando la luna con la mano.
Mansión de mármol es la luna.
La otra mano se une
acariciando la esfera,
jade blanco en sus largas uñas.
Una pierna se contrae,
lenta pesquiza,
sus brazos se prolongan
en languidez de pesos desiguales.
Un violento virar
desde su planta lo sacude
pero no altera el ritmo
del paisaje.


XI

Toma la voz del grillo
que durmió el verano en mis solapas.


XII

Escribo a Chan Min Shu
un poema de despedida.
Pekín está cubierto de nieve,
ella pinta perdices,
las perdices escriben en la nieve.


XIII

Interrupieron mi labor
mínimos matices
modificando el tedio.
Desde mi regazo
las cuentas se dispersaron,
rodaron hasta la ofrenda última del día:
de inciensos y oraciones
cubro su partida,
se torne seda la muralla
a su paso,
notas de dulzaina
su regreso.


XIV

Anticipo mis pasos
al canto de las primeras aves,
un rumor se agranda
en el envés de las hojas
y en el trajín de los insectos.
Al amanecer,
el puente de piedra indaga
sobre viejos exilios
y mi alma deja de ser un filamento.


XV

Ceremonia al despertar el año.
Ruido de cigarras prisioneras
anuncia los pasos del que viene.
De estandartes y signos precedido,
precedido también de sacerdotes y letrados,
capitanes bajo la púrpura del palio.
En ese prisma del tiempo,
en esa furia
marcada de batallas,
su figura se mueve
con el paso suntuoso
de un pavorreal a punto de iniciar la danza:
Tsao-Tsao, general y señor de las cosechas
y el buen vino.